Cuando, en 2008, la santa y este jubilata blogueador pasamos quince días cerca de Milán, visitando a mi hermano, éste me dio un consejo para parecer menos turista de lo que, evidentemente, aparentaba ser: Cuando pidas un café, que no sea un capuchino (sólo lo piden los turistas); pide un spresso o un macchiato. Y un servidor se acostumbró a los macchiati. Cuando, en 2010, visitamos el sur de Italia, ya en plan viajero curtido, me emborraché de macchiati. Un macchiato era un café manchado (cortado, decimos nosotros), con lo que ya conocía lo básico de la cultura italiana.
Pero mira por dónde, resulta que
lo de “manchado” no es cosa que sirva sólo para pedir café sin pasar por
turista adocenado; también es el nombre que recibe un movimiento pictórico de
la segunda mitad del S. XIX en la Toscana, coincidente con el Risorgimento, ese movimiento patriótico
por la unidad italiana, en el que los Macchiaioli
participaron como voluntarios en algunas batallas.
Macchiaioli es tanto como
“manchistas”, pintores cuyas pinceladas son manchas de colores con que abocetan
las figuras. Para ellos, la realidad se expresa mediante colores superpuestos y claroscuros. Una técnica que, pocos años después, veremos
en los impresionistas franceses. Este jubilata, que es un poco friqui de las
exposiciones de pintura, ignoraba que existiese tal movimiento vanguardista. La
visita a la exposición de los Macchiaioli, en la Fundación Mapfre, le ha servido
para hacer un poco de luz en el pozo de sus desconocimientos. Porque es la luz de los paisajes toscanos la que recogen en sus
obras. Una luz intensa reflejada en claroscuros muy contrastados.
Según los conocedores – un
servidor repite algunos conceptos aprendidos sobre la marcha -, hay tres
características que definen a este movimiento: el formato de los cuadros, en
general apaisados; la distribución de
los paisajes en bandas horizontales; la luz, el empleo de colores
complementarios y los claroscuros. Son pintores formados en la Academia, pero
rompen con ella, pintan al aire libre los paisajes rurales y buscan “il vero”, la verdad de la realidad que
les rodea; así que, además de ser anti academicistas, son anti románticos, por
lo que tiene ese movimiento de teatral y realidad fingida.
Uno se sorprende de que en muchos
de sus cuadros, una tapia iluminada por una fuerte luz, sea asunto principal. Y
es que la luz intensa que puede verse en una tapia encalada a la caída de la
tarde tiene tanta riqueza cromática que es razón suficiente para ser el objeto
central de un cuadro. Además, no es un movimiento pictórico urbano, sino que
toma su inspiración de la campiña Toscana, de sus campesinos y sus puertos de
pescadores; Las aguadoras en La Spezia
son un buen ejemplo donde se aprecia el costumbrismo aldeano, el “manchismo” en
sus figuras y la horizontalidad del paisaje en bandas de distinto cromatismo.
Como sus miembros son de
procedencia burguesa, creen que ésta debe ser la avanzada de la nueva sociedad
italiana: unida, progresista y republicana. Que la unidad nacional se realice
en la persona del rey Víctor Manuel les lleva al desencanto político y a buscar
sus fuentes de inspiración en retratos intimistas de la burguesía. Los cuales no
se hacen bajo criterios academicistas, sino en actitudes no estudiadas, en
instantáneas tomadas al descuido, inspirándose en la incipiente fotografía.
No querría cansar al improbable
lector – quien ya hace de más con pasarse por aquí de vez en cuando – con
explicaciones alicortas. Mejor, vaya, vea la exposición y lea los paneles
explicativos.
Un servidor puede decir que,
cuando aquel viaje milanés de 2008, hicimos una escapada de tres días a
Florencia por si experimentábamos el síndrome Stendhal, una vez que estábamos ya al cabo de la calle de la sutil diferencia entre
un macchiato y un caffè con panna; esto es, la actitud refinada de aquellos
jóvenes de buena familia que hacían el Grand
tour dieciochesco, contrapuesta a las vulgares prisas de un turista de
tropel.
Puestos a gozar de nuestra pequeña
parcela de paraíso stendhaliano, una tarde cruzamos el Arno por il Ponte alle
Grazie, subimos al piazzale Michel-Angelo. Desde las escalinatas, ante nosotros
se tendía la ciudad, sobre cuyos tejados destacaban la torre del Palazzo
Vecchio, el Campanile y la bóveda de la catedral, Sanca Croce... Fue entonces cuando
descubrimos todo el cromatismo de la luz toscana que, hacía más de siglo y
medio antes, ya habían captado los Macchiaioli. Solo que nosotros no lo
sabíamos.
Lástima que en aquellos momentos
ignorásemos la existencia del realismo impresionista de aquellos “manchistas”
que abrieron nuevos campos estéticos. Pero es fácil de entender: nosotros éramos viajeros ocasionales y estábamos de paso.
Habrá que decirle a Guillermo que se pase.
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