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Presa del Pontón, vista desde la zona de embalse |
Si el improbable lector vive en
la capital del reino y es aficionado a las caminatas, seguro que ha oído hablar
del Pontón de la Oliva. Es un paraje natural de una gran belleza en el que existen
unos farallones calizos donde van a hacer escalada los montañeros. Pero por si algo se le conoce es por su
célebre presa construida en 1856 (reinado de Isabel II). Con su construcción se
pretendió recoger las aguas del Lozoya en su tramo final, antes de desembocar
en el Jarama, para abastecer a Madrid.
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Recorrido de la marcha, planeado por Juan |
El pueblo madrileño, castizo y
poco aseado, se abastecía, hasta entonces, de los viajes de agua subterráneos
que abrieron los árabes en la Edad Media, y de los aguadores que la iban
vendiendo por las calles. Como la gente del común y las clases medias
isabelinas olían a pies y sobaquina rancia, debido a la escasez del líquido
elemento, las autoridades decidieron traerlo desde del Lozoya, por lo que se
construyó la célebre presa. Lo malo fue que los ingenieros se columpiaron.
Sucedió que aquellos son terrenos
kársticos, con más agujeros que un colador, y el agua embalsada se filtraba por
las vías subterráneas, imposibilitando su almacenamiento. Total, que durante el
estiaje el agua no llegaba al nivel del canal que debía conducirla a la ciudad.
Como apaño de urgencia, construyeron
aguas arriba la presilla de Navarejos para tomar allí el agua con la que
los madrileños se refrescaban los calores estivales.
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Presa de los Navarejos |
Pues bien, por esos parajes hemos
hecho una caminata el amigo Juan (experto montañero y caminante, donde los
haya) y un servidor, que iba de paquete. Según es habitual en el grupo de
amigos que llevamos pateando montes unas décadas, estas caminatas suelen aunar
varios intereses: el paisajístico, el deportivo, el cultural. Y los lugares
donde hemos estado cumplen sobradamente esas tres condiciones.
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Fotografiando una cornicabra |
Estos montes son de poca altitud
están formados por calizas, arcillas, pizarras, y dan un paisaje de cerros
alomados con una vegetación donde abundan las plantas aromáticas como el
tomillo, cantueso, romero o la jara pringosa; hay plantas arbustivas como los
enebros, espino blanco, chaparras; matorral como el rosal silvestre, la retama;
pinares de repoblación… y si uno camina próximo al río, verá que la vegetación
de ribera está formada por fresnos, alisos, sauces, álamos… En fin, puede ser
la delicia de un botánico. Un servidor, que desconoce la ciencia botánica, se
conforma con identificar algunas especies y se da por contento.
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Bosque de ribera junto al río |
Y siguiendo con los elementos
paisajísticos, puede verse un meandro abandonado del Lozoya. Su curvatura, en torno a un cerro, es
tan pronunciada que, en un momento determinado, hace miles de años, el propio
río hizo una captura de su cauce, cerrando y abandonando ese bucle que se ha
ido colmatando con el tiempo. Desde los cerros próximos se aprecia
perfectamente el viejo trazado del río y esta curva imposible. El Lozoya, al
rectificar su cauce, vino a hacerse
–dicho en términos modernos y poco apropiados- un lifting quedando libre
de aquella arruga tan fuera de lugar.
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Parte del meandro abandonado |
Aun estando en plena naturaleza,
uno puede disfrutar de testimonios de ingeniería hidráulica, como el azud de la
Parra, la antigua toma de aguas de Navarejos, la almenara de sedimentación,
donde las aguas se limpiaban de impurezas, la propia presa de la Oliva,
construida en buena piedra de sillería. Aunque su utilidad fue escasa, como
arqueología industrial es monumento que merece una visita.
Pero no sólo arqueología
industrial encontrará el caminante. Si sube al cerro de la Dehesa puede ver los
restos de una antigua población romana. Un servidor, que desde hace años conoce
los montes próximos a Patones y los alrededores de la presa del Atazar, jamás
había oído que por aquellos contornos hubiese habido una pequeña ciudad romana.
Sabía de asentamientos desde el Paleolítico
– ahí están las pinturas rupestres de la cueva del Reguerillo – pero no
una ciudad amurallada, de unas 30 Ha de superficie, que fechan entre el S. II
a.c. y época visigótica. Pueden verse, en el suelo de las viejas viviendas
romanas, restos de una necrópolis medieval con tumbas de inhumación. El
asentamiento está sobre un lugar privilegiado desde el punto de vista
estratégico, ya que controla la junta de los ríos Lozoya/Jarama, las vegas de
los alrededores y las vías de penetración por el valle del Jarama.
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El asentamiento arqueológico |
Lo antedicho sirva como toque de atención e invitación al improbable lector. A pocos kilómetros de Madrid, pasando por Torrelaguna, tiene una magnífica oportunidad de disfrutar de la naturaleza otoñal, un apacible paseo junto al curso bajo del Lozoya y disfrutar de la observación de estas obras de ingeniería del Canal de Isabel II y un yacimiento romano ¿Qué más se puede pedir para un fin de semana?
Si aún le sobra tiempo, acérquese a Torrelaguna a ver su hermosísima iglesia renacentista, restos del recinto amurallado, la antigua judería, y recuerde que en este pueblo nació el cardenal Cisneros.
¿Y el frío? No digo que no sea bonito el paisaje, pero ¿no se está mejor bajo las faldas de una camilla, si me permite la expresión, viendo la tele tan a gusto? ¿Para qué queríamos tantos canales de televisión si no los aprovechamos? Insisto, los paisajes son muy bonitos, pero creo que nos merecemos un poquito de calor casero y de televisión.
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