Este jubilata anda estas semanas
enfrascado en la lectura de un libro que le está dando una visión sobre el
liberalismo muy alejada de las bondades que los adictos al sistema van
pregonando por ahí.
Lo que todos sabemos al respecto es que el liberalismo es
una doctrina filosófica, política y económica que afirma la libertad del
individuo con derechos inviolables que no pueden ser coartados por ningún poder
público. Esta teoría tiene un digno precedente
en la Escuela de Salamanca, siglo XVI, que dice la obligación del
soberanos a respetar los derechos fundamentales de sus súbditos en cuanto seres
creados a la imagen de Dios.
Para el liberalismo, la sociedad es una
comunidad de hombres libres que ejercen el supremo derecho a la propiedad y al
enriquecimiento mediante el libre juego económico, sin cortapisas por parte de
los poderes públicos. El problema empieza cuando no a todos los miembros de la
sociedad, ni a todas las sociedades se les reconocen estos derechos. Y, para
hablarnos de ello, el filósofo Domenico Losurdo ha escrito Contra-Historia del
Liberalismo (La Découverte, París, 2013).
Este jubilata no querría ponerse
exquisito tratando de adoctrinar a los improbables lectores que pasen por esta
bitácora, pero le gustaría hablar un poco de este libro, siquiera para que se
sepa que en este país se lee algo más que las exitosas memorias
belénestebanianas.
Porque, sí, aunque al ciudadano
actual le parezca raro, los grandes defensores del liberalismo como el filósofo
inglés Locke, los padres de la patria norteamericana, como Jefferson o
Washington y otros grandes pensadores liberales como Mandeville que se mueven
entre los Ss. XVIII y XIX, consideran que existe una “raza de señores” que
puede y debe ejercer su poder sobre las masas incultas, indígenas piel-roja,
negros africanos y cualesquier pueblos sometidos a los beneficios del
colonialismo europeo. Defienden una ideología al servicio de un reducido grupo
humano (blancos, de origen europeo) que basan su propiedad y la fuerza
productiva en la esclavitud, el racismo, el genocidio y el desprecio de las
masas condenadas a la miseria.
John Locke no sólo es el filósofo
padre del positivismo inglés, también es un acérrimo defensor del esclavismo en
Norteamérica y de la exterminación de los indios. Dice de éstos que ignoran el
trabajo y el derecho a la propiedad, ocupan terrenos incultos y sin dueño
conocido. Además ignoran el trabajo productivo y el valor del dinero. El
colono, temeroso de Dios y laborioso, tiene el derecho a ocupar, parcelar y
poner en cultivo esas tierras, porque solo con el trabajo se justifica el
derecho a la posesión y se respeta el derecho natural.
No únicamente la riqueza se basa
sobre la explotación de la esclavitud o el genocidio de indígenas americanos,
es que en la Inglaterra protoindustrial y colonialista, las masas empobrecidas
e ignorantes son la base de la riqueza. Hay un pensador inglés, de nombre
Townsend, quien mantiene que el capital de felicidad humana (de los
propietarios, se entiende) se mantiene
gracias a la presencia de un pueblo obligado a los trabajos más pesados y
penosos. Los pobres y parados son, por definición, vagos y degenerados, pero
sería una desgracia para la sociedad si saliesen de ese estado. Gracias a su
abundancia, tanto la industria, como el ejército o la marina se nutren de ellos para mantener la producción, los ejércitos coloniales y la flota que expande el comercio y el poderío inglés
por el mundo.
Sin ningún pudor, Mandeville
asegura que, para que una sociedad sea feliz, es necesario que la gran mayoría
del pueblo permanezca en la ignorancia y pobreza, porque la riqueza más segura se
basa en la multitud de pobres laboriosos.
En fin, el señor Losurdo va
desentrañando las contradicciones del liberalismo histórico y poniendo en
evidencia que los conceptos de libertad, igualdad y democracia hay que
entenderlos, desde el punto de los doctrinarios liberales, en sentido
restringido. Sólo los individuos laboriosos, propietarios de tierras y medios
de producción, que al fin no son otros que las clases dominantes e instruidas,
tienen derecho a gozar de las ventajas que proporciona una sociedad de hombres
libres.
Los demás, siguiendo un proceso de deshumanicación programada, apenas
serán el instrumentum vocale (herramienta
con voz), del que hablaban los
romanos, refiriéndose a sus esclavos. Considera Adam Smith que un trabajador
asalariado, a causa de la opresión y la monotonía del trabajo, se convierte en
un ser tan estúpido e ignorante como
puede llegar a ser una criatura humana incapaz de concebir “sentimientos
generosos”.
Y este jubilata se pregunta si
las actuales condiciones degradadas y cada vez más degradantes de trabajo, con pérdida de derechos sociales,
inestabilidad en el empleo y bajos salarios no responde a un intento de regreso
a las esencias del liberalismo, donde los ciudadanos pierdan su cualidad de tales
por pura degradación de sus condiciones de vida, hasta llegar a un estado de
embrutecimiento tal que su desgracia colme de felicidad a las minorías
privilegiadas, bien instaladas en el sistema.
El Dios de los liberales escribe recto
la felicidad de unos pocos con los renglones torcidos de la injusticia de la
mayoría. Siempre habrá ideólogos o teólogos
que habiliten un corpus doctrinal que lo justifique. En fin, este
jubilata lo sospecha, pero se lo calla…
Macte, bene fecisti, J.J.
ResponderEliminarSin pobres no hay ricos,su articulo lo expresa de forma magnifica.¿Manera de acabar con los pobres?Instuirlos en lugar de aborregarlos, la sociedad tal como esta constituida no lo permite y cuando un lider de las clase baja detsca se le compra o se le elimina.¿Evolucionara algun dia la humanidad a una situacion mas justa? Un pasito para alante y dos pasos para atras.
ResponderEliminarA Smith se le pueden reprochar otras cosas, pero no ser el típico psicópata de escritorio. Aquellas frases las escribió denunciando esa situación, no justificándola.
ResponderEliminarUna lectura apresurada puede llevar a una mala conclusión.
EliminarLa cantidad de tonterías que dice por párrafo es digno de guiness ¿La medicación la toma diariamente?
ResponderEliminarExcelente argumentación la suya. ¡Sí señor! ¡Ladra, luego cabalgamos!.
EliminarEstá claro que el liberalismo -particularmente, su versión "económica"-, no era otra cosa que la teoría de las clases dominantes, justificación "científica" de sus intereses. Lo increíble es que aún hoy puedan hallarse idiotas capaces de defender semejantes disparates.
ResponderEliminarSaludos!!
la mano invisible
ResponderEliminarLa traducción de La riqueza de las Naciones de Adán Smith al castellano tiene una historia particular. Existe una primera traducción manuscrita incompleta de 1777 encargada por Campomanes a Juan Geddes, rector del Colegio de Escoceses de Valladolid (Schwartz 2000, p. 172), que no trascendió más allá de este círculo. La riqueza fue incluida en el índice de libros prohibidos en 1792 (en realidad su versión francesa de 1788), sin embargo algunas versiones inglesas y francesas circularon por España (Jovellanos, Foronda y Alcalá Galiano entre otros, conocieron La riqueza y la influencia de Smith asoma en sus obras). Insólitamente, muestra del celo profesional de los censores, la primera versión castellana de La riqueza apareció ese mismo año, traducción del compendio que de la misma realizó Condorcet, por Carlos Martínez de Irujo, diplomático y después oficial de la secretaría de estado. Fue publicada por la Imprenta Real, posiblemente con el refrendo de Godoy. Esta traducción incluía las convenientes modificaciones para evitar la censura y Smith nunca aparecía mencionado (Lluch 1989; Smith 1957, p. 105-109).
ResponderEliminarNota:JJ.,te escribí un día al respecto de A.Smith,pero no salió en este muro.Te decía que el padre de Mtnez.de I.era de Beriáin.
JJ.D.
J.J. Me encontré una nota tuya con informaciones sobre Martínez de Irujo en Facebook y te contesté por el mismo medio.
EliminarDe M. de Irujo sé lo poco que recuerdo de habértelo oído decir en otras ocasiones.
De cualquier forma, que nuestra aldea (entonces lo era) diese personajes tan interesantes en los tiempos de la Ilustración, es un motivo de modesto orgullo.