Cuando un pie escayolado se
convierte en el centro de tu universo, la convalecencia es una eternidad con
fecha de caducidad, o por lo menos un remedo de ésta. Porque eterno parece
el tiempo a transcurrir entre la mala pata de aquella rotura y el día en que
las dos piernas habrán de recuperar su funcionalidad. Este lapso de tiempo en
suspensión, que bien puede llevar tres meses o más, para un convaleciente atado
a sus muletas es la experiencia que más se puede aproximar a eso que llamamos
eternidad.
Es una exageración, claro está, una
hipérbole traída por los pelos para tratar de explicar lo enormemente tedioso
que resulta ese lapso de tiempo en que uno aparca sus actividades habituales y
se somete -a la fuerza ahorcan- al lento transcurrir de las horas, los días,
las semanas, los meses… Una eternidad en la que el tiempo parece haberse
parado; tan igual a sí mismo, tan plano que parece no existir. Y, si uno no
recuerda mal viejas enseñanzas, la suspensión del tiempo es lo que caracteriza ese concepto abstracto que llamamos "lo eterno" .
“Metafísico estás”, dirá el
improbable lector, como le decía Babieca a Rocinante en aquel mal soneto de
Cervantes. Pero este jubilata averiado no se pone metafísico a fuerza de pasar
hambre, como se quejaba el rocín de don Quijote, sino a fuerza de pasar una
infinidad de tiempo (plano, monótono) a la pata quebrada.
Ya puestos a hablar de infinitos,
de eternidades, aunque sea una ligereza de jubilata ocioso, sin saber bien
como, llega a mis manos un ejemplar del Fedón que dormía el sueño del olvido en
mi biblioteca casera y empiezo a ojearlo. Ciertamente, una cojera a plazo fijo –por
muy tediosa que sea– no tiene por qué producir los mismos efectos anímicos que
una pena de muerte, como a la que los atenienses condenaron a Sócrates. Solo
que el bueno de Sócrates se tomó la condena con una entereza que para sí
quisiera el pernituerto quejoso de su invalidez provisional.
El filósofo esperaba con alegría la
muerte porque liberaría su alma de las ataduras del cuerpo. Para que sus amigos
lo entiendan, dedica todo su esfuerzo en los diálogos del Fedón a demostrarles la inmortalidad de ésta,
haciéndoles ver que lo que llamamos conocimientos no son más que
reminiscencias, recuerdos que el alma conserva de una existencia anterior y a
esa existencia regresará una vez libre de las limitaciones que impone el
cuerpo. Su atadura al cuerpo es un episodio más bien molesto. Soma sema, creo que eran los pitagóricos
quienes lo decían: el cuerpo es una tumba.
Si uno lee despacio los diálogos,
casi llega al convencimiento de que la muerte de Sócrates a la puesta del sol
no es una tragedia; parece más bien que estemos ante un rato de conversación
entre amigos para ir pasando unas horas de espera. Tanto es así que incluso el
condenado se permite alguna ironía: “…y
si después de la muerte no existe nada, habré tenido la pequeña ventaja de no
haberos molestado con mis lamentaciones durante el tiempo que me queda de estar
entre vosotros”.
Con un par… ¡Y un servidor dando la
vara por un hueso roto! Quizás éste sea el momento de sacrificar un gallo a
Esculapio.
¡Muy bien! Matas( acabas) como nadie. JJ,¡qué bueno eres, concho!
ResponderEliminarDon José Juan, es una buena oportunidad para dedicarla al noble deporte del sillón-bol. Apúntese al fútbol, hombre, que sé que le gusta. Tiene partidos a casi todas horas todos los días, de todas las ligas. Me agradecerá este consejo. Un abrazo.
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