miércoles, 19 de marzo de 2014

Un museo sobre silla de ruedas.-

Colmenar de Oreja, plaza mayor.
El prurito de buscar títulos para llamar la atención es una fea costumbre que un servidor confiesa, pero a la que no renuncia. El improbable lector ya entenderá que los museos no se desplazan en carrito de inválidos, sino que este jubilata retuerce el sentido del título para despertar su curiosidad. 

Esto suele ser recurso de mal literato, salvando lumbreras de las letras como Valle-Inclán, maestro en hacer filigranas con el  idioma y darnos títulos como Romance de Lobos, Gerifaltes de Antaño, Divinas Palabras… Un servidor, como la andrajosa Penia a las puertas del opulento Poros (según nos cuenta Sócrates en el Banquete), aspira a las sobras que caen de la mesa donde se banquetean los grandes de la Literatura y consigue migajas como el título de marras. Y se conforma…

Pues eso, inválido provisional, si quería hacer una excursión había de ser recurriendo a una silla de ruedas para los desplazamientos un poco largos, una vez llegado al lugar. Y ya se sabe que las visitas a los museos son fatigosas, con lo que una pierna escayolada no es la mejor ayuda para detenerse ante un cuadro, localizar el mejor ángulo de incidencia de la luz sobre él, acercarse a ver un detalle, inclinarse a leer la cartela, y todos esos pequeños gestos de un visitante de museos.

Museo Ulpiano Checa
El asunto es que, este pasado fin de semana, nos acercamos a Colmenar de Oreja con la intención de visitar el lugar y conocer su museo Ulpiano Checa. El pueblo, próximo a Chinchón, merece una visita cultural y gastronómica; en cuanto al pintor don Ulpiano Checa (Colmenar, 1.860 – Dax (Francia), 1.916), hay un estupendo museo que recoge parte de su obra y en las distintas salas se muestran sus diversas facetas pictóricas. Como en Internet hay información sobrada sobre ambos (pueblo y pintor), un servidor solo hablará de sus pequeñas manías de jubilata ocioso.

Una de esas manías, que apenas se confiesa uno a sí mismo por lo rarunas que resultan, es la afición al art pompier por lo que éste tiene de colorín, de anecdotario, de peli de romanos que uno veía en su juventud y que tanto despertaban la imaginación en aquellos tiempos de sociedad gris plomo, mediocre y aburrida, de cuando nuestro Invicto ferrolano nos pastoreaba con mano parkinsoniana, pero dura. 

El caso es que la pintura de don Ulpiano, una de sus facetas, la referida a la historia de Roma, me ha vuelto a instalar en aquella admiración que yo sentía por un mundo fastuoso, de togas senatoriales, esclavas en desnudos velados, juegos de circo y batallas navales. Sus carreras de cuadrigas, inspiradas en la novela Ben Ur, que sirvieron de modelo para la película homónima hollywoodiense, así como las escenas de Quo Vadis? con aquel Ursus hercúleo salvando del toro bravío a la cristiana de curvas perturbadoras en el Circo Máximo, son imágenes que a uno le reverdecen en estos también años plomizos de rescates bancarios.
A falta del cuadro original, aquí queda un fotograma

El art pompier, con sus ropajes vistosos, sus armas brillantes y sus cascos empenachados, nos presenta un mundo heroico donde la anécdota pasa por ser la realidad histórica; donde todo es grandioso, exuberante, y se contrapone un mundo clásico ideal a la mezquindad de estos tiempos nuestros, dominados por un economicismo zafio. Aquellos pintores de colorín, tan denostados en su momento por su academicismo frente a las nuevas tendencias artísticas como el plenaerismo, el impresionismo y la representación de la naturaleza y la luz en su realidad fugaz, nos presentan una realidad histórica tal como nos hubiera gustado vivirla a cualquiera de nosotros.

Pero, como uno debe conjugar aficiones estéticas con racionalidad, es consciente de que el “arte bombero” (en francés suena mejor) está bien como imaginario, siempre y cuando no se confunda con la realidad histórica. Y como ejemplo, sirva un cuadro espléndido por su dinamismo y grandiosidad heroica como es El barranco de Waterloo. En él la caballería francesa termina despeñándose en el fondo de un barranco, donde el impulso imparable de la carga ahoga a coraceros y caballos en un amasijo de animales, hombres, uniformes vistosos, sables relucientes. Es la escena patética de unos héroes arrastrados a la muerte por un destino ciego. Eso es lo que dice el cuadro, la realidad es muy otra.

El barranco de Waterloo
Este suceso representado por Ulpiano Checa, en aquella batalla tras el exilio de Elba, jamás existió. Fue Víctor Hugo, en sus Miserables, quien describe la escena y el pintor quien la traslada al lienzo como una realidad teatralizada. De forma estética y melodramática se ofrece al espectador un aspecto histórico que pudiera haber sido verdad, pero que no existió más que en la imaginación del novelista romántico y en la escenificación del pintor sobre el lienzo. Un golpe de teatro, puro espectáculo que el observador acepta como hecho verídico, cuando no pasa de verosímil, y da por cierto el episodio de los valientes coraceros haciéndose picadillo en el fondo del barranco.

Y como esta entrada se alarga más de lo usual, para terminar, se recomienda muy vivamente al improbable lector que se acerque por Colmenar de Oreja, visite su plaza mayor, su iglesia parroquial, su teatro, y pasee hasta la ermita del Humilladero, sin olvidar el gran pasadizo en piedra bajo la plaza mayor.
Por supuesto, le gustarán las cabalgadas de los árabes disparando sus espingardas, los piel rojas, los bárbaros invadiendo Roma, y todo el dinamismo que parece surgir de los cuadros de don Ulpiano.

Además, por la zona podrá visitar Chinchón (apenas a 5 kilómetros) y Aranjuez, sin olvidar Villaconejos, donde es fama que sus melones son de mucha más calidad que los recriados en la carrera de San Jerónimo. 

1 comentario:

  1. En Colmenar de Oreja nadie te habrá mojado la idem. Estás espléndido y como a punto de acabar una reformas...todavía se ve el yeso. Abrazos. Macellarius

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