sábado, 6 de septiembre de 2014

El jubilata como activo tóxico.-

Estos días pasados andaba un servidor leyendo un artículo de Le Monde diplomatique  (nº 725, Agosto 2014) que lleva por título Devenez actionnaire… d´un individu (Conviértase en accionista… de un individuo). La idea que se propone es utilizar al ser humano como inversión capitalista. Y, según parece, la cosa funciona.

Dicho de forma elemental por quien ignora the technical economist´s angliparla, además de no tener muy claro el funcionamiento de la mentalidad neocapitalista, se trata de lo siguiente: Un individuo se contrata como si fuese una inversión en capital humano y pone a la venta acciones sobre sus ganancias futuras entre varios inversores. Éstos le adelantan una determinada cantidad de dinero (varios miles de euros, o dólares) con los que el tipo hace estudios en una universidad de prestigio, o bien se coloca como directivo en una gran empresa, o monta su propio negocio lucrativo. Durante los siguientes 10 años, o los que se acuerde en el contrato de inversión, el tipo entregará el dinero equivalente al 7% (o lo que se estipule) de sus ingresos líquidos como dividendos a los accionistas.

Con ese fin, existen en América compañías como Upstat, Pave o Lumni, donde se pueden firmar estos contratos de capital humano.  Por supuesto, de partida se exige disponer de un buen currículo o presentar unos proyectos atractivos que ofrezcan la suficiente garantía a juicio de los expertos financieros. Así, la fuerza de trabajo pasa de ser una mercancía (caso de un contrato laboral corrientito) a ser producto financiero, transformable en múltiples títulos de propiedad con los que se puede especular.

Según parece, es un negocio bastante corriente en el mundo del fútbol. Un club hace un contrato millonario a una lumbrera del balompié y, para no arriesgar todo su capital, vende acciones de ese fichaje a un fondo buitre. Cuando el futbolista sea revendido a un nuevo club, los especuladores que hicieron la inversión ganarán una plusvalía con la reventa del contrato. Tiene la ventaja de que, siendo una e indivisa la gallina de los goles de oro, su valor de mercado puede dividirse en títulos y éstos ser dispersados entre distintos fondos especulativos.

Dándole vueltas al asunto, este jubilata había pensado en convertirse en capital humano fraccionable en títulos financieros, de forma que, con el capital inicial entregado por los inversores, pudiese mejorar su mediocre nivel de vida. A cambio, aceptaría el compromiso de pagarles el 3% de la pensión hasta el finiquito por defunción. Pero para lograrlo, es fundamental algo de ingeniería financiera que escapa a mis conocimientos de vulgar jubilado.

Lo ideal sería fraccionar estos títulos y mezclarlos, pongamos por caso, con los de un futbolista de postín; tal como hicieron con las hedge funds los especuladores de Wall Street al mezclar hipotecas incobrables con productos financieros sólidos.  Así disfrazados, sería suficiente con que agencias de calificación tipo Standard and Poor’s o Moodys le diesen una valoración AAA+. Seguro que los especuladores a corto me los quitarían de las manos. 

El riesgo que se corre es que, con tanto jubilata a dos velas como hay por el mundo, muchos decidiesen hacer lo mismo que yo tengo pensado. Entonces nos encontraríamos ante un caso – bien conocido tras la última crisis financiera – de productos financieros tóxicos; o, como se les ha dado en llamar, bonos basura. La falta de liquidez llevaría a una nueva crisis económica en la que los bancos de inversión quedarían descapitalizados, ahogándose en el albañal de sus mefíticas subprimes.

Aunque, bien pensado, tampoco es tanto riesgo, y, el negocio, sustancioso. Un jubilata espabilado puede hacerse una pasta con eso de la titulización si coloca, digamos, diez mil títulos a quince euros la unidad. Si, como consecuencia, los activos tóxicos jubilatas ponen en riesgo los fondos especulativos bancarios, no importa. Siempre habrá gobernantes majaderos que saldrán al rescate, inyectando unos miles de milloncejos de euros para que el sistema bancario no pete. 

De verdad, me lo estoy pensando…

4 comentarios:

  1. Muy bien traída la explicación del proceso especulativo. En una cosa no puedo estar de acuerdo: que los gobernantes que salen al recate sean unos "majaderos". Creo que decir esto es, en cierto modo, exculparlos de sus responsabilidades. De majaderos no tienen nada; saben muy bien lo que se hacen, por qué lo hacen y lo que tienen que hacer. Mira, sin ir más lejos, el nuevo ministro frances de economía: Macron, ex-directivo de la banca de inversión Rothschild. Seguro que en esto no hace demasiado hincapié "Le Monde", que para eso es muy "diplomatique"...

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    1. Quizás el artículo de marras habría que completarlo con la lectura de este otro: La gauche ne peut pas mourir, en el mismo número. Se encabeza con una frase de Hollande, "No hay escapatoria" que es muy ilustrativa del complejo existencial de las izquierdas tradicionales.
      En cuanto a lo de "majaderos", es una boutade.

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  2. ¡genial! Me apunto, aún sin haber entendido nada.

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  3. Genaro Castaña Bonilla12 de septiembre de 2014, 11:41

    Efectivamente, nadie haría una inversión en un jubikata, a menos que se tratara de Benjamin Button... ¿Que quién es ése? Hay que ver más cine y menos Monde Diplomatic...

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