En su obra de teatro La importancia de llamarse Ernesto,
Oscar Wilde hace burla de la sociedad victoriana de su tiempo, tan encorsetada, tan estrecha dentro de sus
costuras, en la que un mozo calavera decide aprovechar las convenciones sociales para
medrar en sociedad utilizando a su conveniencia esas mismas normas. Llamarse
Jack no es relevante, pero hacerse pasar por Ernesto le permite cortejar a una
lady de alcurnia y abrirse un hueco en la buena sociedad.
Nada más lejos que pretender una
comparación entre esta España actual (Patio de Monipodio o Corte de los
Milagros, a elegir) y la seria
Inglaterra victoriana (Ernest en inglés, dicen, suena parecido a Eamest “serio”). Lo cual debe entenderse dicho en
favor del solar patrio, ya que no necesitamos imitar los usos de la hipócrita
Albión para encontrarnos con situaciones parejas. Nos basta con recurrir a
nuestra particular cosecha de pícaros y milagreros y, en un juego de
birlibirloque, cambiar un Ernesto por un Nicolás o una Sor Patrocinio, según
tomemos la picaresca por la vía secular o la mística. En este caso, es la primera la que nos interesa,
porque en la corrala celtibérica, donde se arremolinan y hacen algarabía tanto
teles privadas y públicas como prensa adicta a la mano que le da de comer, nos
ha aparecido milagrosamente un pequeño aprendiz de brujo que tiene alborotado
el cotarro nacional: El pequeño Nicolás.
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Así lo ve Tomás Serrano. |
Nadie niega que el chaval no tenga su mérito. A medio camino entre el pícaro cervantino y el esperpento
valleinclanesco, es lo más interesante que nos está ocurriendo en la vida pública de estos últimos tiempos. En esta Corte de los Milagros con parada y fonda en
Génova 13, donde Mariano I (ni sí ni no, sino todo lo contrario) rige con mano
firme el allá te las compongas, el pequeño Nicolás se nos ha aparecido como la
Monja de las Llagas en la corte de Isabel II para amilagrarnos con su
verbosidad, sus contactos – reales o supuestos – sus selfies junto a los caretos más conspicuos de la patria. Dispuesto a
desfacer entuertos (como el de Cataluña), a remendarle el virgo de su buen
nombre a una princesa en apuros por culpa de un juez rigorista, y otras fazañas
de andante caballería a cambio de un sustancioso estipendio, es el personaje de
moda, el modelo a imitar para todos los jóvenes que van por el mercado laboral hambreando un curro mal
pagado.
Con toda sinceridad lo confieso, si
fuese joven y no jubilata, querría ser un Petit
Nicolás con jeta y palabrería, manipulador y narcisista, antes que un
número en la cola del paro, un aspirante a emigrar previa patada en el culo propinada
por la madre patria. Por eso, el picaruelo Nicolás tiene toda mi admiración, porque hay que tener
los compañones bene pendentes para
ponerse al mundo por montera y ser pícaro ingenioso entre pícaros correosos, encantador
de serpientes entre tanta víbora hocicuda que puebla la casta; en fin, hay que ser Rinconete entre hampones con tarjeta black y Sor Patrocinio de las Llagas en la corte
milagrera de Trinca la Pasta. Un figura.
Quizás el improbable lector me eche
en cara estos símiles literarios empleados, pero piense que la literatura es
maestra de la vida. Otros ya nos contaron en términos de ficción lo que
vivieron en su época, y quizás solo por eso su época merezca ser recordada.
Seguro que la nuestra, que toma los interesados oráculos del dios mercado por
verdades inamovibles, no merecerá ser recordada sino porque hubo en ella algún
Ginés de Pasamonte que le robó el rucio a algún Sancho mientras éste dormía amachambrado con sus talegas de dinero. Y, además, lo hacía por la cara, a la vista de todos,
como un juego de manos de nada por aquí-nada por allá y ¡Hale hop! comisioncita
que me levanto.
Dicen que la Monja de las Llagas,
sor Patrocinio, en tiempos de la Reina Cachonda, fue responsable de la caída
del gobierno Narváez. A lo mejor, aquí y ahora, el Pequeño Nicolás, con sus
fantasías y manipulaciones, le da una patada al palo del sombrajo y se viene
abajo el chiringuito, dejando con las vergüenzas al aire a más de un personaje. Está por
verse.
Por si acaso, no está de más
recordar lo que decía Valle-Inclán:
“Tiene sobre Isabel mucho dominio
La milagrosa monja Patrocinio.
Quien el motivo averiguar anhele,
Cambie la P de Patrocinio a L.”
Pequeño gran hombre, como la película de Agustin Hoffman
ResponderEliminarNotable texto el tuyo, JJ. "Insigne virtus" la tuya, caballero de la pluma en pecho.
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