El problema de estos tiempos
confusos que vivimos es que uno nunca está seguro de si conceptos como
“democracia”, “derecho a decidir”, “reivindicación” valen lo mismo o no en
función de quienes los esgriman como argumentos. Este jubilata lleva tiempo nadando
en esa perplejidad y apenas consigue mantenerse a flote entre los escollos y
aristas que les han salido a estos grandes conceptos, antes puertos de seguro
refugio y hoy garrotes con que abrir la crisma al vecino si difiere en su
interpretación.
Si democracia es el gobierno del
“demos”, del pueblo, uno entiende, ante todo, que se trata de una cuestión de solidaridad:
entre todos nos damos las leyes que rigen la sociedad, y los recursos sociales
son comunes en función de necesidades y capacidades, con independencia de la
extracción social de cada cual o de su lugar de residencia o procedencia.
Un servidor, que es un tanto
jacobino – vaya por delante tan vergonzosa confesión – siempre ha creído en la
necesidad del Estado en cuanto garante del principio de solidaridad interclasista.
Pero, desde que el muro de Berlín se fue al garete y el neoliberalismo se quedó
sin competidor que le hiciera sombra, el Estado-nación, dicen los ideólogos del
sistema, se ha convertido en una maquinaria pesada y devoradora de recursos que entorpece el
libre ejercicio del mercado y el capital.
Todos sabemos cómo se empezó a vaciar de contenidos al estado. Entre nosotros, la U.E. asumió competencias que antes eran regalías de sus estados miembros; y lo hizo, en contra de nuestras esperanzas, para preocuparse más de la libre circulación de bienes y servicios que de los derechos,
supuestamente ya consolidados, de sus ciudadanos. Derechos que va esquilmando a
fin de que la libre empresa no tenga cortapisas. Ahora estamos en un proceso a largo plazo por el cual la Europa de los Estados-nación está dando paso a una Europa de las Regiones, a una fragmentación basada en razones identitarias. Lo que llaman
naciones sin estado, pero con identidad propia. Cada ciudadano en su tribu.
Ventajas para la ideología
neoliberal: que así se rompe la solidaridad entre los pueblos de un
Estado-nación y se priva a éste de parte de sus recursos fiscales. Eso significa,
por una parte, – ya digo que son elucubraciones de un jubilata descorazonado –
que el Estado ya no puede atender a las necesidades comunes (educación y
sanidad gratuitas, transportes públicos, etc.) y por otra, que cada Región se
desinteresa de la suerte de otros pueblos con los que convivía y consume, por
lo tanto, menos recursos fiscales para mantener la solidaridad. Lo que significa menos gravámenes a las
empresas; lo que significa más desregulación, más capitales para la inversión,
menos trabas para la especulación financiera.
Pero este es asunto que, para ser aceptado por el ciudadano común, necesita apoyarse en algo tan
visceral como la cuestión identitaria, la comunidad de destino, la noción de
territorio, tradición y lengua. Todo ello debidamente agitado en las cocteleras nacional-regionalistas, se convierte en el bálsamo de Fierabrás que curará de todas
las supuestas ofensas ocasionadas por quienes, hasta el telediario de ayer,
eran conciudadanos y hoy son "los otros" frente a "nosotros"; son sospechosos de mala fe, opresores, aprovechados
que se han llevado por la cara las riquezas fruto de nuestros esfuerzos. Y si no,
échese un vistazo al mapa de Europa: los padanos frente a los indolentes sureños
de Italia; los flamencos industriosos frente a los walones ineptos, en Bélgica; los
ucranianos rusófonos contra crimeanos, o viceversa; catalanes irredentos frente a murcianos,
manchegos, andaluces…, eso que llamamos, de momento, España. Y, sobre todos ellos, el ojo vigilante de J. P. Morgan.
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A modo de ilustración |
Claro que, por encima de todo, quién lo duda, está
el “derecho a decidir”, la libre expresión democrática de un pueblo frente al
estado devorador de recurso y opresor; nosotros nos ocupamos de lo nuestro. Lo que a nadie le explican, porque no conviene, es que el sacrosanto derecho
a decidir su propio destino es una cáscara vacía. Los políticos que se elijan a
un lado u otro del Ebro, los que se elijan en Escocia o Inglaterra, serán distinta casta sacerdotal, pero aquí y allá
profesan en la misma creencia neoliberal y obedecen al mismo dios Mercado.
En 9 de noviembre de 1989 cayó el
muro de Berlín; en 9 de noviembre de 2014 se empieza a levantar otro muro en el
Ebro. Otros muros identitarios irán surgiendo en Europa; si no, al tiempo. Este jubilata ya no
sabe si se abre o se cierra un paréntesis histórico, pero aborrece de las fronteras.
Menos mal que hay opciones diferentes a la aborrecible neoliberal, como la de los que levantaron el muro de Berlín, por ejemplo, y que ya han demostrado en la universidad de Málaga, por ejemplo, que están suficientemente preparados para hacer lo mismo que los otros...
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