El jubilata, en oficio de veraneante a tiempo completo, dedica muchas
horas a andar por los caminos del valle. Tanto es así que, un poco cansado de
trillarlos cada día, arriba y abajo, decide tomar al azar esas pequeñas sendas que
atraviesan el bosque de robles, un poco sin orden ni concierto, a ver qué encuentra.
A veces, son
caminitos que el ganado ha ido abriendo para acercarse al río o a los arroyos buscando dónde abrevar; otras, son viejas sendas en total abandono que la gente del valle
transitaba en tiempos para ir a la huerta, a las tierras de labor o a los
prados. Eran caminos que el desuso ha hecho caer en el olvido y la naturaleza se ha ido encargando de cerrar.
La aventura de meterse por ellos está en descubrir un pequeño manantial, un navazo
embarrado por las vacas, donde crecen matas de poleo, aún en flor, sentir algún
arrendajo asustado de tu presencia, que grazna entre el ramaje del robledo, o
una yeguada que descansa a la sombra de un gran fresno.
Esos caminos, si uno se lo propone, le pueden llevar a conocer lugares
interesantes. Así, el jubilata, que siente curiosidad por las viejas artes
industriales de este pueblo serrano, ha encontrado un motivo de entretenimiento
y aprendizaje, y es localizar y visitar los viejos molinos harineros que, hasta
los años sesenta del siglo pasado, estuvieron en funcionamiento. Son pequeñas
industrias que tienen su pedigrí, ya que de ellas se hace mención en el
catastro del Marqués de la Ensenada, y Pascual Madoz también dio noticias de su
existencia. Lástima que actualmente son una pura ruina.
Por el arroyo del Artiñuelo arriba, por el camino que va a la vieja presa,
está el molino del Cubo. Hay que pelearse a brazo partido con la maleza si uno
quiere acercarse a él o entrar en su recinto. Solamente una pared a dos
vertientes se mantiene íntegramente en pie, pobre construcción de sillarejos cogidos con
argamasa de arena y cal. Su puerta es un hueco cubierto por un arco rebajado,
en ladrillo. Tiene dos ventanas con los montantes también en ladrillo. Era
construcción rectangular, con tejado a dos aguas, según muestra la única pared
en pie, y cubierto de tejas árabes.
En
el foso, una piedra de moler, caída sobre los restos de la construcción, ve
pasar los días, los años y hasta los siglos sin otra ocupación que cubrirse de
zarzas.
El sistema de acumulación de agua era de los que se llamaban “de cubo”, que
permitía recoger una gran cantidad de líquido. Es propio de cursos de agua con
fuerte estiaje. Según parece, este molino no molía en verano.
El molino de Briscas – cerca del manantial de Las Suertes, al otro
lado del río Lozoya - está en estado aún más ruinoso y entrar en su interior supone
cierto riesgo porque los muretes interiores que dividen el recinto tienen las
piedras sueltas, y una gran viga maestra, carcomida, lo recorre transversalmente
de pared a pared, esperando la mínima excusa para venirse abajo; eso sin contar
que hay que entrar a bastonazo limpio, como quien maneja un machete, para
abrirse paso entre zarzales.
También es un edificio de planta rectangular, pero no diáfana, ya que su parte izquierda estaba
dividida en tres huecos, separados por dos muretes a medio desmoronarse, y un
ventano en uno de esos muros para comunicar dos de dichas habitaciones. Toda la
viguería, podrida, y el entablamento del
techo, se amontonan por paredes y suelo.
En el tercer cubículo, que debía ser
el de la maquinaria para la molienda, porque da sobre el foso, caída sobre las ruinas, una buena
piedra con dos cinchas circulares de hierro abrazándola y una placa ovalada que
dice “Piedras de exposición. Antonio Rivière. Plaza de Matute 10 Madrid”. La
alberca que alimentaba la fuerza motriz no se alinea perpendicular, sino
transversalmente al edificio.
Este edificio tiene mejores materiales constructivos: los muros son de
mampostería, enfoscados con cemento, reforzados con potentes sillares en las
esquinas, y la puerta está enmarcada por tres sólidas piezas pétreas de labra
sin desbastar. También fue edificio a dos aguas y cubierto con buenas tejas árabes que aún pueden verse por el suelo. Lo que no ha impedido su ruina de pura desidia.
Sé, (porque
las interesadas me lo han contado) que quisieron comprarlo para instalar un
museo etnológico, pero los propietarios se negaron, alegando que era de
propiedad antigua de la familia. Ahora apenas se divisa la puerta desde el
camino y un trozo de muro, todo ello entre zarzas, matorral y vegetación
asilvestrada.
El molino de Bartolo es el único que sigue en pie, pero no se puede
visitar su interior porque la puerta está protegida por un buen cerrojo con
candado. A diferencia de los anteriores, su planta es en L. La construcción es
en mampostería reforzada con recercado de ladrillo en las jambas de la puerta y
ventanas. Es edificio a dos aguas y cubierto de buena teja árabe.
Dos veranos he tardado en encontrarlo, debido a lo recóndito del
lugar. Sobre el plano no había duda de su ubicación, pero sobre el terreno
resultaba casi imposible acceder a él. Fue cuestión de serendipia dar con él,
gracias a que un paisano me dijo que por allí había un camino que cruzaba el
río. Efectivamente, también está al otro lado del río, como el de Bristas, pero el acceso es a través de un camino
carretero abandonado que entra en diagonal en el río, por un vado, gira hacia
la derecha en ángulo pronunciado y, bajo un terraplén, aparece el edificio.
Puestos a averiguar, descubrí un mejor acceso por una senda casi borrada, que
sube terraplén arriba, hasta salir a una antena de telefonía, lugar desde donde
no se ve vestigio de ese antiguo sendero, por el cual, según me han dicho, en
tiempos se bajaba con los borriquillos a las huertas que había por la zona.
Pues, eso. El improbable lector puede ver, si es que ha leído hasta
aquí, en qué gasta su tiempo el jubilata veraneante: en descubrir caminos y
visitar viejos molinos. Y la cosa da para más, aunque en esta bitácora estival
nada se ha dicho de los Batanes, lugar perteneciente a la antigua cartuja de El
Paular, donde se abatanaban paños y había un molino papelero.
Apenas he encontrado referencias bibliográficas y no parece que nadie haya hecho un estudio sobre su sistema hidráulico (hay, al menos, dos estanques y otro menor) y cursos de agua para alimentar la maquinaria. Algo se dice en “El Sexmo de Lozoya. El Paular y Rascafría, 1790 -1824” de Álvarez Casavera, 1982, tesis doctoral que puede leerse en la biblioteca pública de Rascafría.
Apenas he encontrado referencias bibliográficas y no parece que nadie haya hecho un estudio sobre su sistema hidráulico (hay, al menos, dos estanques y otro menor) y cursos de agua para alimentar la maquinaria. Algo se dice en “El Sexmo de Lozoya. El Paular y Rascafría, 1790 -1824” de Álvarez Casavera, 1982, tesis doctoral que puede leerse en la biblioteca pública de Rascafría.
Ya ve el paciente lector, con estos calores y por esos caminos…,
manías en que dan los jubilados ociosos.
He encontrado en el poemario de Francisco de Silanas (1766-1812) una referencia a los molinos de Rascafría que quizá le interese:
ResponderEliminar"Molinos de Rascafría,
piedra ingrata,
que de la Sierra de Gata
le transportaron a usía".
Parece que hacen referencia a un cuartel militar o algo parecido. Feliz verano.
es interesante tu escrito, si el verano fuera mas largo seguro descubrirías mas cosas para contarnos.
ResponderEliminarEl Sr. Cruz ha puesto el dedo en una de las llagas: el verano, más largo, con temperaturas máximas de 30 º, paga extra para pensionistas paseantes y gastos pagados para material como bastones, bengalas, cachavas, bebidas y tentempiés, buenas mochilas, sombreretes y chichoneras; hoces para desmatar y sales para los desmayos. Y si no ¡Que vuelva Largo Caballero!
ResponderEliminarJJ, enhorabuena por el buen rato que me has dado con esta excursión
Muy buenas notas sobre los molinos.
ResponderEliminarSi te interesa este tema molinar mira la web de la Asoc para la Conservación y Estudio de los Molinos www.molinosacem.com
Saludos Fco.G. Avilés