Agosto es mes fiestero y en Rascafría no podía ser de otra manera.
Solo que los ruidos nocturnos - o músicas, según otros criterios – se cuelan a
lo bruto en nuestra casa de alquiler y en
nuestro dormitorio hasta pasadas las cuatro de la madrugada. Y un
servidor, convencido de que un parque natural es lugar donde la contaminación
acústica está de sobras, por mucha fiesta patronal que se celebre, hace las
maletas y aprovecha para subir a Navarra, a ver a la familia.
Visitar a los primos, oficiar en la cofradía de Pantagruel ante una
mesa bien provista (pichoncicos en cazuela, ajoarriero, chilindrón, pimienticos
de Lodosa, de postre trenza del Reyno…), tertuliar por las tardes delante de la
puerta de casa o hacer excursiones por los pueblos navarros, son actividades
casi de obligado cumplimiento.
Alguna vez, siendo mozo, oí cantar esta letrilla: Beriáin es tan pequeño / que no se ve en el mapa /pero criando cutos
/nos conoce hasta el papa. Entiéndase por “cutos” a los cerdos, gorrinos o
aínos. Beriáin, que fue aldea de agricultores y hoy es como un barrio
dormitorio de Pamplona, tiene dos personajes de lustre: el general Marcelino
Oraá y este jubilata, ambos nacidos (cada cual en su época, claro), en la misma casa, a la que en tiempos de mi
abuelo llamaban Casa Lecaun.
Aparte esos lustres, tiene una bonita leyenda: El 12 de abril de 1127 se consagró la catedral románica de Pamplona con la asistencia de numerosos obispos. Pero resulta que tres de ellos quedaron retenidos en Beriáin a consecuencia del desbordamiento del río Elorz y fueron agasajados por los vecinos. En agradecimiento, estos obispos consagraron la iglesia parroquial, la única que se consagró en la Cuenca de Pamplona, y de eso hemos presumido siempre los beriaineses. Queda como recuerdo de aquel episodio el astelen iru burugorri, o lunes de las Tres Cabezas Rojas (por las tres testas mitradas), leyenda que se conmemora en una placa al pie de la torre.
Aparte esos lustres, tiene una bonita leyenda: El 12 de abril de 1127 se consagró la catedral románica de Pamplona con la asistencia de numerosos obispos. Pero resulta que tres de ellos quedaron retenidos en Beriáin a consecuencia del desbordamiento del río Elorz y fueron agasajados por los vecinos. En agradecimiento, estos obispos consagraron la iglesia parroquial, la única que se consagró en la Cuenca de Pamplona, y de eso hemos presumido siempre los beriaineses. Queda como recuerdo de aquel episodio el astelen iru burugorri, o lunes de las Tres Cabezas Rojas (por las tres testas mitradas), leyenda que se conmemora en una placa al pie de la torre.
Tenía, también, en las afueras, una
necrópolis del S. XI al XIII que quedó arrasada en tiempos de la apisonadora
inmobiliaria; aunque, a decir verdad,
sus ajuares funerarios y sus enterramientos en cistas modestísimas no daban
para mucho interés arqueológico. Se hicieron excavaciones, se levantó un plano
con la distribución de las sepulturas, se estudiaron los esqueletos allí
depositados y sus escasos ajuares, y la excavadora se llevó todo vestigio por
delante. Una fila de chalés clonados e impersonales ocupa su lugar.
Visitar Elizondo, capital del valle de Baztán, resultó muy interesante
por su típica arquitectura montañesa y sus casas palaciegas. Lástima que, en lo
más granado del pueblo, se veían colgados, de parte a parte de la calle, los
trapos negros que simbolizan la mítica patria del irredentismo euskaldúnico, exigiendo el retorno de los morroskos del gatillo patriótico. Se ve que las
autoridades locales aún andan con la boina ideológica encasquetada hasta las cejas
y las neuronas a falta de oreo.
Más interesante que el aldeanismo étnico resulta recordar que los
vecinos de la villa fueron reconocidos como hidalgos por privilegio de Carlos
III el Noble y que baztanés era el adelantado Pedro de Ursúa, el de la expedición por el río
Marañón. Según es sabido, el guipuzcoano corcovado Lope de Aguirre le envió a
la gloria eterna por celos del mando, lo que dio origen a la célebre expedición
de los Marañones. Recuérdese La aventura
equinoccial de Lope de Aguirre, de Ramón J. Sender.
A Amaiur, o Maya, según la doble grafía de la zona, se accede a través
de un vistoso arco dieciochesco y, en su monte Gaztelu, conserva los restos de
un castillo medieval, posteriormente
modificado para artillarlo, donde se refugiaron en 1522 los últimos defensores
del reino de Navarra frente a las tropas castellano-agramontesas tras la
anexión de Navarra al reino de Castilla. Como la sensibilidad eusko-patriótica
anda a flor de piel por todas estas tierras, en las cartelas explicativas se
habla de “conquistadores”, olvidando que el viejo reino cayó a causa de las
guerras banderizas señoriales entre agramonteses (partidarios de la corona
francesa), y beamonteses, partidarios de Castilla.
Si nuestra Navarra hubiera
estado del otro lado de los Pirineos, como es el caso de las viejas provincias
del reino, la Baja Navarra o Iparralde, ahora seríamos franceses (y el
irredentismo seguiría vivo, pero victimizado por otro opresor), pero la
estratégica barrera pirenaica jugó a favor del expansionismo castellano. Sin
embargo, la Baja Navarra fue abandonada al francés en tiempos del emperador
Carlos V sin dar un arcabuzazo.
Zugarramurdi es un caso de manual de histeria colectiva, inducida por
las autoridades eclesiásticas en el S. XVII. Creo que no fue ajeno a aquel
aquelarre inquisitorial el prior del cercano monasterio de Urdax, quien
denunció las prácticas paganas, y por lo tanto demoniacas, de los habitantes
del lugar. El proceso inquisitorial de Logroño, de 1610, provocó una locura colectiva en la
que los vecinos se acusaban mutuamente de adorar al Gran Cabrón y practicar
orgías contra natura en la famosa cueva.
Hoy día aquello es un hervidero de
turistas franceses y españoles que perturba la tranquilidad del lugar. La pobre
cueva es actualmente un atrezo brujeril saca-dineros donde el macho cabrío
satánico, si apareciese, se vería acosado por docenas de cámaras fotográficas y
smartphones de esos, y no podría ejercer
los orgiásticos misterios con su corte brujesca que tanto preocuparon a los
señores inquisidores de otrora. El turismo de masas ha jodido el misterioso
revoloteo de las sorguiñas por aquellos bosques umbríos y las pócimas del
abracadabra se venden en las tiendas de recuerdos con etiquetas made in China,
junto con el queso de oveja lacha. Sin embargo, en la cueva se celebra
actualmente el solsticio de verano y una bacanal gastronómica de carneros
asados, lo que llaman ziriko-jate, lo cual recuerda viejos
esplendores.
Y aunque la montaña navarra es como la chica guapa que a todos gusta, viajar por la Navarra Media es como retroceder a tiempos pretéritos.
Con sus viejas casas en
piedra, blasonadas, sus viejos castillos palaciegos de cabo de armería o sus iglesias románicas con sus torres fuertes, tiene la belleza del mundo rural que se ha detenido en el tiempo, un poco alejada del tráfago de la Cuenca de Pamplona, de sus autopistas e industrias.
Con sus viejas casas en
piedra, blasonadas, sus viejos castillos palaciegos de cabo de armería o sus iglesias románicas con sus torres fuertes, tiene la belleza del mundo rural que se ha detenido en el tiempo, un poco alejada del tráfago de la Cuenca de Pamplona, de sus autopistas e industrias.
Si uno se acerca a Olleta puede ver su interesante
iglesia románica (actualmente en obras de restauración), con el puente románico
que permite el paso al atrio, o su portada con un crismón en el tímpano y
alguna lauda sepulcral semicubierta por la maleza. En el interior, la linterna
sobre trompas que están soportadas por dos arcos fajones de las naves y dos
apuntados en los laterales. (Si la memoria no me falla y la terminología de Arte
no la he olvidado). Y si no, ahí cerca de la carretera general está Barásoain,
o, camino de la Valdorba, el Cristo de Cataláin, o Eunate y Torres del Río en
el camino francés…
El de la foto es el de Sansomain, con ventanas geminadas y rematadas con arcos conopiales en su fachada noble. Como es un coto redondo, de titularidad privada, no pudimos acercarnos más para ver su fachada con detalle.
Y como éstas son crónicas frigiscalpianas – las últimas del verano -, no está de más volver al valle de
Lozoya a terminar el ferragosto. Cuando se entra en el valle por la M-604 desde
la autovía de Burgos, pueden verse carteles que dicen: Bienvenido al valle de los neandertales. Se refieren a las excavaciones
arqueológicas del Calvero de la Higuera, del otro lado de la cola del pantano
de Pinilla.
Este agosto la campaña de excavaciones no ha comenzado hasta la segunda quincena del mes, supongo que por escasez de dotación económica. Quizás – es un suponer sin fundamento – debido a que, de estos dineros para pagar el bocata de mortadela y la litera en el albergue a los estudiantes que pasan el día de sol a sol con la espátula y el pincelito, ha habido que detraer parte para sustentar la sinecura que se le ha concedido al señorito Wert para que juegue a ser diplomático de la O.C.D.E. en París. A los viejos neandertales tampoco les va a importar gran cosa que excaven en la intimidad de sus cuevas apenas dos semanas al año, ni los aprendices de arqueólogos aspiran a un porvenir glorioso, apenas a desenterrar algún útil paleolítico.
Este agosto la campaña de excavaciones no ha comenzado hasta la segunda quincena del mes, supongo que por escasez de dotación económica. Quizás – es un suponer sin fundamento – debido a que, de estos dineros para pagar el bocata de mortadela y la litera en el albergue a los estudiantes que pasan el día de sol a sol con la espátula y el pincelito, ha habido que detraer parte para sustentar la sinecura que se le ha concedido al señorito Wert para que juegue a ser diplomático de la O.C.D.E. en París. A los viejos neandertales tampoco les va a importar gran cosa que excaven en la intimidad de sus cuevas apenas dos semanas al año, ni los aprendices de arqueólogos aspiran a un porvenir glorioso, apenas a desenterrar algún útil paleolítico.
No hay por qué quejarse por tan poco: lo del señorito Wert es de
justicia, ya que, cuando se sirve bien a los intereses del Sistema, éste sabe
ser generoso. Sin ir más lejos, este jubilata – que no ha dado un ruido en su
vida – disfruta de una capellanía vitalicia en forma de pensión de clases
pasivas con la que se va apañando. Ahora bien, chofer ni cocinera, como el ex
ministro, de eso no tengo, no...
Prefiero los navazos a los navarros. Hay queda esta pole.
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