Así anda este jubilata desde que
anunciaron las elecciones generales para el 20 de este mes. Y no porque no
tenga una idea aproximada de hacia dónde dirigir el voto, sino por un problema
de solidaridad gremial - o generacional,
si se prefiere -, con la gente nacida en tiempos de los coches con motor de arranque a manivela.
El caso es que salía, la mañana que
eso escribo, de comprar del mercado de Las Ventas cuando he visto un tenderete
de los de Podemos y me he acercado a que me diesen propaganda, a ver qué
promesas electorales nos ofrecían para estas fiestas navideñas. El programa no
lo he leído, aunque lo tenían allí en un cuaderno de gusanillo, a disposición de
los curiosos. Era un tocho considerable, difícilmente digerible a pie
quedo, sin gafas y con el carrito de la compra aparcado en doble fila. Sí me han dado, en su lugar, unos
papeles con resúmenes de sus propuestas, que luego he leído en casa.
Pero no se trata de lo que me ha
parecido su lectura, que daría para otras solfas. Se trata de la actitud malcarada de un pensionista que me ha visto parado ante los secuaces del de la coleta y
hablar con ellos amistosamente, y recoger todos los papeles que me iban dando,
atendiendo a sus explicaciones con sonrisa educada, de persona bien criada; porque
uno será setentón y eso, y se le escapan los gruñidos por las costuras de la
edad, pero tal deterioro sicosomático no empece para saber pedir las cosas con
buenas maneras, con independencia del credo político del interlocutor al que uno se dirija.
Pues eso que te estoy contando, paciente aunque improbable lector - cualesquiera que sean tus filias y tus fobias políticas, que yo ahí no entro -, que el colega jubilata de
marras me ha mirado con odio, como a traidor a los intereses colectivos del honrado gremio pensionista; como
si, por haber confraternizado unos minutos con los antisistema del círculo morado, acabase de cometer un acto execrable, indigno de un miembro del colectivo matusalén.
De rabia que me ha dado, a punto he estado de atropellarle con el carrito de la compra, cuando cruzábamos el semáforo, pero me he contenido por varias razones: primera, porque, a la hora del “pies para qué os quiero”, el carrito no tiene turbo y es muy lento en las arrancadas, aparte que derrapa con facilidad y podría habérseme volcado toda la fruta por la calzada; segunda, porque el provecto de mirada acerva estaba bastante escarranchado y, a lo peor, en la colisión, le rompía una cadera y, por culpa de mi repente irreflexivo, se iba a convertir en una carga para la seguridad social, tan menguada de recursos desde que con ellos pagamos la mangancia de los banqueros; tercera, porque un servidor no es hombre de odios y tiende a la empatía: el pobrete me dio pena con su enrabietada ignorancia.
De rabia que me ha dado, a punto he estado de atropellarle con el carrito de la compra, cuando cruzábamos el semáforo, pero me he contenido por varias razones: primera, porque, a la hora del “pies para qué os quiero”, el carrito no tiene turbo y es muy lento en las arrancadas, aparte que derrapa con facilidad y podría habérseme volcado toda la fruta por la calzada; segunda, porque el provecto de mirada acerva estaba bastante escarranchado y, a lo peor, en la colisión, le rompía una cadera y, por culpa de mi repente irreflexivo, se iba a convertir en una carga para la seguridad social, tan menguada de recursos desde que con ellos pagamos la mangancia de los banqueros; tercera, porque un servidor no es hombre de odios y tiende a la empatía: el pobrete me dio pena con su enrabietada ignorancia.
Tras observar a aquel vejete lanzándome miradas
rencorosas a través de sus cataratas, y pasado el primer momento de asombro por
mi parte, el incidente me ha hecho reflexionar mientras regresaba del mercado a casa: Llevo
leído estos días que los pensionistas votan mayoritariamente al PP; que el
caladero donde pesca sus votos la gaviota genovesa está en los mayores de 54 años.
A su vez, el gobierno nos dice que va a disponer, si no lo ha hecho ya, de 7.750 millones de euros del Fondo de
Reserva de la Seguridad Social (lo que conocemos como la hucha de las
pensiones) para pagarnos a los pensionistas la mensualidad y extraordinaria de
diciembre.
Un servidor, que es jubilata
profeso y confeso, pero aún goza de una actividad neuronal estándar, mientras empujaba el carrito, he empezado a
darle a la máquina de pensar. Millones arriba, millones abajo (doctos habrá que sabrán enmendarme), me salen estas
cuentas: En cuatro años de legislatura, el gobierno marianista ha hecho trizas unos 50.000 millones de euros del fondo de pensiones y ya solo quedan 34.220 millones en
reserva; una simple división nos dice que queda pasta para cinco
extraordinarias (a saber, las del 2016, del 2017 y la extra de verano del
2018). ¿Y después? Dios se la depare buena, hermano.
Hay dos futuribles, pura política
ficción que, mientras esperaba que se abriera un semáforo, me han venido a las mientes.
Por un lado, que el marianismo resulte derrotado y una fuerza política de izquierdas forme
gobierno. No les arriendo las ganancias cuando, a media legislatura, se queden
sin alpiste para alimentar viejos, ni me gustaría oír el vociferio desde los
bancos de la oposición dextrógira asegurando que el gobierno de los antisistema
condena a la hambruna a los ancianos españoles. Si, por el contrario, el
partido genovés renueva legislatura, y también se les termina el alpiste – que ese
paso lleva la hucha, de tanto meterle mano –, su lógica política les llevará a afirmar, con los aspavientos de rigor, que Zapatero tiene la culpa. El gremio pensionista comulgará
con ruedas de molino y maldecirá del de la ceja por la gusa que les está
haciendo pasar. Que no me toquen lo mío –
argumentarán –, que los de izquierdas vienen a hacerse ricos y roban más
deprisa que los de derechas, que ya lo son por familia.
Ya digo, lo anterior es política
ficción y puede que no dé una en el clavo. Uno es jubilata caviloso, no augur, ni cocinador de encuestas.
No se extrañe el improbable lector
cuando afirmo que ando como vaca sin cencerro. Por cuestiones de inexorable proceso
biológico estoy en posesión de siete lustros vividos, lo que me sitúa en el corral de los
viejos que viven de una pensión que sale del fondo de reserva de la Seguridad
Social. Pero que la edad y las circunstancias sociales me sitúen en un
colectivo carcunda y temeroso – salvo excepciones, que las hay – del qué pasará si dejan de mandar los de
siempre, no significa que haga las mismas rumias del resto del rebaño.
Aunque uno se sienta como descencerrado y fuera de la onda generacional que le corresponde, al menos no anda como pollo sin cabeza y sabe en qué cesto no tiene que poner el huevo de su voto.
Aunque uno se sienta como descencerrado y fuera de la onda generacional que le corresponde, al menos no anda como pollo sin cabeza y sabe en qué cesto no tiene que poner el huevo de su voto.
En estos tiempos confusos no es
poca certeza.
D. JJ ¿No será que al malquisto del jubilata la había entrado un apretón, o que ya tiene el cinturón tan apretado que no podía más?
ResponderEliminarSe me hace raro que nadie le mire a vd. mal, amigo, con lo majo que es usted, leñe.
Oh, no. Ay de mí, infelice. Otro poleador, ah del fementido, más insaciable me ha hurtado la pole.
ResponderEliminary que van hacer los del PP sin sobres B^?
ResponderEliminarMe gusta tu reflexion--retencion.