O Persia, que algunos no queríamos tanto visitar tierras
de Ayatolás como conocer aquellos lugares por los que paseó su curiosidad
intelectual el viajero y geógrafo Heródoto, o por donde Jenofonte y sus Diez
Mil hicieron su Anábasis desde el mar Egeo hasta casi llegar a Babilonia y su
Catábasis de regreso desde Cunaxa (allí Artajerjes II derrotó al pretendiente
Ciro el Joven) hasta el mar Negro: (“Thalassa,
thalassa”, gritaban entusiasmados los hoplitas griegos cuando por fin vieron
el mar). Fue un viaje de ida y vuelta por el imperio persa como mercenarios a
sueldo del pretendiente al trono persa Ciro el Joven.
Nosotros, menos aventureros, íbamos armados de nuestras
maletas, cámaras fotográficas y las habituales raciones de prejuicios
culturales de todo viajero. Hicimos nuestra particular anábasis desde Bilbao,
pasando por Estambul para tocar tierras iraníes en Teherán, viajando
cómodamente en aviones de la Turkish Airlines. Nuestra obligada catábasis,
arrastrando la derrota del cansancio, se inició desde la ciudad sureña de
Shiraz, a unos doscientos kilómetros del Golfo Pérsico, con un salto en
Estambul y regreso a la patria en Bilbao. De allí, cada cual a su casa.
Lo de hablar del exotismo de la plaza Naqs-e Jahan, en Esfaham, sus zocos y
mezquitas, o de esas Torres del Silencio de la antigua religión zoroástrica en Yazd,
la que llaman novia del desierto, la más
antigua población de barro habitada desde hace 3000 años, daría para otras
entradas en esta bitácora. Al viajero curioso le gustaría, en esta ocasión,
hablar de la gente que vio en sus andanzas, de su talante y costumbres y de la
impresión que sacó – subjetiva y sin valor demostrativo – del porvenir del
régimen ayatoliano, a la luz de lo
observado.
Que en los restaurantes no haya alcohol (a nadie puede
extrañarle en un país islámico) pero sí coca-cola o similares, al viajero le
dejaba caviloso. Que haya visto por las calles de Teherán algún Burger con su
emblema cocacolero en tierras donde el Kebab es plato nacional, habla de que el
bloqueo mantenido por el imperio USA al régimen iraní se guarda mucho de
impedir la sutil filtración de los usos y modos de vida consumistas, a la
espera de una mayor implantación.
Las gentes, amables, observan con curiosidad al extranjero.
A veces un adulto es el que pregunta, a veces envían a alguna niña o niño, tímidos
y sonrientes, de esos que estudian inglés en el cole, a preguntar: You are from…? En general el intercambio
de saludos es inmediato y, sobre todo, el retratarse con los forasteros toda la
familia es una especie de deporte popular.
Y algo que llama la atención, es la
cantidad de palitos extensibles de selfi que pueden verse en manos de esta gente, muchos más
por kilómetro cuadrado de lo que los usamos aquí. Armados de sus móviles en el
extremo del selfi, se fotografían ellos, fotografían cualquier objeto que llame
su curiosidad, fotografían a los extranjeros mezclados al alimón con la familia
iraní. A este jubilata le invitaron dos jovencitas a fotografiarse junto a
ellas y luego andaba caviloso a ver qué interés podían tener unas chicas tan
guapas para retratarse con él. Una compañera de viaje tuvo la respuesta: Es que es la experiencia frente a la
juventud…, Ah, bueno, siendo así se entiende, pensé yo.
Lo que me hizo recordar que en el palacio de Chehel
Sotum de Esfaham, hubo ocasión de ver una curiosa pintura de carácter
filosófico (el sufismo y el mazdeísmo están muy presente en esta cultura) que
representaba el diálogo entre un anciano
y una jovencita de ojos rasgados. Aquél muestra dos dedos, simbolizando el carácter
dualista y contradictorio de la razón, mientras que ésta solo uno para indicar
la simplicidad del sentimiento que nace del corazón.
En cuanto al omnipresente velo que cubre la cabeza de las
mujeres, es obligatorio por ley, incluso para las extranjeras. Pero hay sutiles
formas de protesta, como el llevarlo de colores vistosísimos y sujeto casi en
el occipucio, en una especie de equilibrio inestable, y con el pelo suelto. Si
la coquetería femenina se mide por el maquillaje, las jóvenes iraníes son
coquetas al máximo, más teniendo en cuenta que son mujeres de rasgos regulares,
boca de grana y grandes y hermosos ojos, con cejas depiladas; y, cosa que
sorprende, es frecuente ver jóvenes con la nariz operada para conseguir un
trazo recto. Hasta el punto, comentaron, que algunas se ponían un apósito para
simular que se habían operado…
También este jubilata, observando aquellos retratos
omnipresentes, recordaba que vio, a lo largo de sus viajes, los de Leonidas Brezhnév
en la Rusia soviética de los años ochenta; los que mostraban la perenne
juventud y ondita en el pelo de Nicolae Ceausescu, cuando visitamos Rumanía en 1982, y los
del momificado en vida Fidel Castro por las calles de la Habana. Sin olvidar los omnipresentes símbolos del
franquismo de su niñez y juventud que ahora suenan a decimonónico y
polvoriento.
De la misma forma, Jomeini y su régimen teocrático se convertirá
en tópico para añorantes. Y lo que puede llegar a ser el colmo de la mediocridad, a este viajero no le
cabe duda de que su efigie se verá sustituida, como mucho en una generación,
por la del sonriente Coronel Sanders, fundador del Kentuchy Fried Chicken. De momento los
Burgers yanquis ya se va abriendo paso en las ciudades inaríes entre chadores y
palitos de selfi.
Preciosa crónica
ResponderEliminarMuy interesante, pero ¡más, más, queremos más!
ResponderEliminarPerdone usted, pero creo que si se le acercaron aquellas dos jovencitas persas fue por su parecido con la estrella de la televisión iraní Ahram Bebbhul. Seguramente se extrañarían por su indumentaria occidental, pero ¿quién no se haría aquí una foto con Charlize Teron, aunque fuera enfundada en una chilaba?
ResponderEliminarMuy bonito Juan José. A estos cualquier día el mundo libre les hace el mismo favor que a los afganos, los iraquíes, los libios... Viva Orwell!
ResponderEliminarEsta bella y docta dama lo explica muy bien: http://blogs.publico.es/puntoyseguido/3286/matices-sobre-el-mea-culpa-de-obama/