Cartel anunciador en la fachada. |
-¿Te
ha gustado la exposición? Me preguntó la santa nada más que llegué a casa.
Me
quedé perplejo. Si le hubiese contestado que no, seguro que me habría replicado:
Entonces, ¿por qué vas a ver esas cosas raras al Reina? Si le hubiese
respondido que sí, pero que, bueno…, que gustar, gustar, no era la palabra
exacta, me hubiese exigido respuestas más claras. Y yo no lo tenía nada claro.
Más bien, cada vez que visito una exposición en el Museo Reina Sofía, salgo
preguntándome por qué se llama Arte a lo que los conocedores definen como tal,
y qué debemos entender por Arte los no iniciados para que quepa en nuestro estrecho casillero
mental. ¡Con lo fácil que fue, desde el punto de vista de satisfacción
estética, la visita que hice a la exposición de Caravaggio en el Thyssen!
Acceso a las salas. |
Pero,
claro está, si uno va a visitar la muestra titulada Marcel Broodthaers. Una retrospectiva,
más vale ahorrarse los aquí inaplicables epítetos de: “¡Qué bonito!”, “¡Precioso!”,
o sus contrarios: “Pues vaya camelo”, o “No entiendo nada”. Más cuando uno se
entera de que el autor fue un poeta fracasado quien, a sus cuarenta años, cogió
los cincuenta ejemplares no vendidos de su Pense-Bête y los encriptó en
yeso. La expresión artística pasó de la palabra escrita a los objetos
perecederos que uno puede encontrar en el cubo de la basura orgánica. Así, el
espectador no sabe si por fina ironía, el artista exhibe un Moule des moules
(un molde de mejillones), donde las cáscaras de este molusco se muestran compactadas,
como recién volcadas de una marmita. Y el espectador se devana los sesos
tratando de comprender por qué monsieur Marcel, belga él, se fue a la rue des Moules
bruselense y se llevó todas las cáscaras de mejillón del restaurante para enmoldarlas
en un perol.
Un bonito caldero lleno de cáscaras de mejillón |
Es,
según parece, un problema de relación entre el objeto y su representación que depende del cambio de significado: deja de ser "util" para convertirse en "arte". En
su “Ladrillos ensamblados”, Broodthaers nos lo está diciendo: los
materiales prácticos, producidos industrialmente, pierden su función al ser
considerados obra de arte. Y al espectador, que deja su papel pasivo de mero
curioso para hacerse intérprete de las intenciones del autor, no le queda otra
que tratar de comprender por qué un objeto industrial como un ladrillo,
reproducido por miles de millares, se convierte en obra de arte única como por ensalmo, solo porque así lo ha dispuesto el artista.
El
proceso, según supone el observador perplejo, vendría a ser: descontextualización de un
producto de su utilidad práctica, con la consiguiente pérdida de la funcionalidad original; presentación del mismo objeto como "artístico" mediante un artificio (sala de exposiciones, catálogo, crítica
especializada, marchartes, valor de mercado del artista, apreciación económica
de la obra…), lo que provoca un cambio de percepción: de objeto de uso pasa a
ser considerado obra de arte. De valor de uso pasa a cobrar un valor de signo: significa "obra de arte", genialidad, originalidad..., y su apreciación económica se dispara.
Hay
por ahí un librito, L´oeuvre et le produit, de un profesor de tecnología
francés que lo explica muy bien, incluso para un profano en esa materia como un
servidor. Nos dice que la función y la utilidad
de un objeto dependen de un referente cultural y de uno práctico, que
varían según el lugar, las circunstancias y la época. Así, un objeto
industrial, presentado en un museo, abolida su función de utilidad, es aceptado
como obra de arte. Ese cambio de apreciación cuenta también con otros factores,
como el que él llama “de afectividad”, que es el valor subjetivo que se da al
objeto y le hace cambiar de estatuto: de producto utilitario a objeto “artístico”,
para pasar de ser un producto de uso corriente a un objeto “bello”, “raro”, “curioso”,
“único”…
Exhíbalo en una galería de arte afamada, póngale Vd. precio, consiga la crítica
favorable de algún gurú del Arte con mayúscula, y espere a los inversores. Se lo quitarán de las manos.
Aquí el cuadro y taburete con cáscaras de huevo. |
Una patria hecha de cáscaras vacías. |
Cañones en la sala de estar. |
En los jardines del Reina. |
Más
turbulencias mentales tuvo este servidor tras la visita al Reina, pero no es
cuestión de cansar al sacrificado lector con elucubraciones de jubilata temoso.
Lo que sí me quedó claro es la cantidad de obras de arte en potencia que
arrojamos al cubo de la basura, por ejemplo, cuando rompemos los huevos para hacer una tortilla de
patatas o tiramos los restos de una paella.
Vale, es coña.
Vale, es coña.
La
próxima vez que visite una exposición de arte contemporáneo, lo haré cuando mi
santa esté por ahí con sus amigas. Así me ahorraré contestar algunas preguntas
embarazosas.
Y ,además, documentado. Incluso da ideas de cómo independizarse de la pareja yendo a las salas de exposiciones, sin exponerse.
ResponderEliminarMi hijo Esteban te recomienda esta exposición..
ResponderEliminarhttp://www.rtve.es/noticias/20161018/edad-media-mas-alla-catedrales/1427565.shtml
¿Por qué aclara usted que "es coña" un pensamiento tan claro? Si tiene usted más razón que un santo (de su santa). El cubo de la basura (y sus aledaños, no nos olvidemos, que no todos somos Brabender) constituye una obra de arte como la copa de un pino (un pino de Rioja, por ejemplo). No se avergüence, que todos pensamos igual. Un saludo.
ResponderEliminar