Cuando he sabido – a propósito de las incineraciones – lo del documento llamado Instructio ad resurgendum in Christo, me ha parecido que ya iba tardando la Iglesia Católica en poner un poco de orden en esa moda de convertir en humo y cenizas los restos del finado y luego andar repartiéndolos por tierra, mar y aire. Aparte ese dudoso gusto por dividirlo en mini lotes que se regalan como recuerdo a los allegados para que sean exhibidos en ostensorios o conservados en píxides sobre la repisa del televisor.
Resulta
harto contradictorio – si uno es creyente - incinerar un cuerpo, esparcir las
cenizas por montes, ríos y riveras o repartirlas en frasquitos entre los
deudos, y luego pretender que el día postrimero, al son de la trompeta del ángel
pregonero, acuda el finado al Valle de Josafat con el cuerpo íntegro. Si le
dispersaron las pavesas a los cuatro vientos, ya me dirás cómo se las apaña… De ahí la
razonable preocupación del Vaticano porque, si las cenizas se esparcen
caprichosamente, a ver quién es el guapo que consigue reunirlas y acudir en su
integridad física al Juicio Final. Eso sin contar el quebranto económico,
cuando las parcelas de los camposantos queden sin usuarios por falta de demanda
y tengamos nueva burbuja inmobiliaria a ras de suelo.
Aparte
esas postrimerías, este jubilata andaba dándole vueltas a otro asunto que
podría parecer marginal, aunque es tan escatológico como el anterior. Se trata,
de esa preocupación que nos ha entrado a todos con lo de la implosión del Psoe
y la fragmentación de sus restos. Hay que imaginarse el cuerpo socialista
fragmentado en corpúsculos exánimes, dispersos a los cuatro vientos del
universo político: Los del PSC que no rotundo; los de la Gestora que abstención; Pedro
Sánchez que no es no, y además, puerta; el susanato que sí porque lo manda el Comité; parte de la
militancia con las 74.000 firmas, que no a la abstención y sí al no; los viejos
elefantes del felipismo que sí por responsabilidad política; los de la
Patria ante todo, que también abstención; los de siempre no al PP corrupto, que no, no y no. Y así, entre todos la
mataron y ella sola se murió. Solo queda por saber qué harán con sus cenizas.
Verdaderamente
así no hay cuerpo que sobreviva a la incineración, más cuando los vecinos meten fuego
a la casa común. Ni abstencionistas ni noístas han caído en la cuenta de
que el edificio, fundado en 1879, estaba un poco decrépito y ha bastado una
pelea de patio de vecindad para que aparecieran todas las carcomas del vigamen,
las fallas en los cimientos, las goteras del tejado y los desconchones en las
yeserías del salón. Solo nos queda saber quién tañerá las campanas por el muerto, si
don Mariano oficiará los responsorios, y en qué crematorio (Génova o Ferraz) lo
convertirán en pavesas para que cada cual se lleve su puñadito de recuerdo.
Aquí
el jubilata no quiere alargarse más en asunto tan luctuoso porque nadie le ha
dado vela en ese entierro. Quizás la Congregación para la Doctrina de la Fe,
que tan acreditada experiencia tiene sobre lo de hacer chicharrones de
heréticos y cenizas de judaizantes, sea el organismo más a propósito para
explicar por qué la diáspora sociata debe enterrar con respeto y no incinerar
entre broncas el viejo cuerpo al que dio forma el patriarca Pablo Iglesias.
Aparte
que Gonzalo de Berceo, en su poema sobre los signos del juicio final, dejó
bien claro eso de irse al Otro Barrio de una pieza:
El día postrimero, como diz el propheta,
el ángel pregonero
sonará la corneta,
oírlo han los muertos, quisque en su caseta,
correrán al Juicio quisque con su maleta.
ya no se si reír o llorar , mas de 2 meses escuchando que no es no ....
ResponderEliminarLa mayoría de los deudos ignora que lo de la urnita que les dan en en el tanatorio es sólo algo simbólico, apenas un 10% de la los tres sacos de cenizas que suele producir como promedio un muerto de unos 60kg. El resto va a la basura.
ResponderEliminarDejando aparte la cuestión religiosa y la posible resurrección de la carne, soy partidario de la inhumación:
1. Por una cuestión de respeto al cuerpo del difunto-insisto, al margen de cuestiones religiosas-: me parece más respetuoso que se le entierre -mejor con un sudario y sin sarcófago, al estilo moro- y se lo coman los gusanos que quemarlo y enviarlo a la basura en un 90%.
2. Si se hace en cualquier cementerio alejado de los grandes núcleos urbanos la inhumación no tiene por que ser cara, además de que tal costumbre vendría muy bien a las economías de los pequeños núcleos rurales. Tampoco tiene por qué beneficiar a la Iglesia Católica -ya que parece que es un tema que le molesta sobremanera-, puesto que hay miles de pueblos con cementerio municipal que nada tienen que ver con el Papa ni sus ovejas.
3. La inceneración contribuye bastante más a echar co2 en nuestra sufrida atmósfera que la inhumación.
P.D.: ¡Viva el diputado Rufián, viva forocoches, viva Roto2! ¡PSOE iscariotes! ¡Ciudadanos = hacendado! ¡Salud y República (Socialista y Soviética a ser posible, gracias)!
Tras investigar en Google, cual Alberto Primo de Rivera de mediasuela que soy -gloria a ti Pablo en tu cátedra y paz en la Tierra a los pueblos que se quieren empoderar-, de los detalles de la incineración (o cremación, según la precisión wikipédica no admitida por el DRAE), descubro que me la habían metido doblá, o lo que es lo mismo: que lo del 10% de cenizas a los deudos y los tres sacos que van a la basura es una leyenda urbana maliciosa probablemente difundida por el Opus Dei, los jesuitas o la compañía de las Hermanitas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús, que para estos asuntos incineratorios tanto montan.
ResponderEliminarConfieso por lo tanto mi error, mi culpa, y pido arrepentido el perdón de los ilustres lectores de éste blog -o bitácora para los cursis-. Hagan ustedes con sus cadáveres lo que salga de los mismísimos, que ya lo decían nuestros clásicos, "El vivo al bollo y al muerto que le den dos duros".