Todavía no habíamos terminado en casa de comer los últimos langostinos de estas fiestas cuando, entre mis lecturas, me encontré con esta frase: La vida es una enfermedad mortal de transmisión sexual. Que, a punto de empezar un nuevo año, uno se perciba irremediablemente enfermo de vida, y que, precisamente, el foco de contagio esté allí donde más gustirrinín le da al personal, no es reflexión apropiada para estos últimos días de jolgorio y paga extra. La impertinencia merecería algún tipo de reprensión por lo inapropiada. Pero, si hemos de ser justos, a nadie se debe culpar de la salida de tono si no es a este jubilata que se mete en lecturas raras durante estas fechas navideñas. Bien es verdad que, como impenitente lector, un servidor acostumbra a leer cosas como ésta y algunas más inapropiadas, sin consideración a estas pasadas alegres fiestas de paz, amor y tópicos habituales.
Andaba un servidor tan contento
porque, por fin, se había terminado ese año tan ingrato de 2016 (“Año bisiesto,
año siniestro”, dicen) y porque el gobierno de la nación, en su generosidad sin
límites, nos había subido un cuartillo de punto la pensión, aunque no todo son
albricias mientras fundimos los flecos de la extra de navidad. Si uno ha de ser
sincero, aparte lecturas raras, el único problema que ha perturbado un tantico
la paz doméstica en estas postrimerías del uno y nacimiento del otro año, ha
sido que el número de langostinos sobre la mesa era impar y nosotros éramos
pares. Andábamos peleándonos, a fuerza de corteses, sobre que ambos queríamos
ceder al otro el derecho a disfrutar de aquel marisco desparejado. Al final,
por no llegar a las manos por exceso de generosidad, la santa y yo decidimos
echárselo a los gatos que andan por la vecindad.
Ya digo, esperábamos el año nuevo con
cierta ilusión. Y para que ésta no se desbaratase a la primera de cambio,
decidimos poner entre paréntesis las brutalidades habituales de la humanidad (explotación
de niños, guerras y carnificios de inocentes y otros etc. tan habituales que ya
ni salen en los telediarios) y fijarnos sólo en los dimes y diretes de los
políticos y sus aledaños, sus vuelcos de fortuna, y su predestinación a ser carnaza
de los media y las redes sociales. Y la primera pieza que se ha cobrado el año
es la del heroico reconquistador de la isla Perejil, aquel Trillo-Figueroa que
gritó un trepidante “¡Viva Honduras!” en El Salvador. Lo del Yak 42 no es para
broma, y menos la indignidad de las autoridades responsables, así que en esta
bitácora no se hará coña al respecto.
Lo de Podemos y su juego de las
sillas a ver quién se queda sin una donde plantar el culo ya venía del año
pasado, y por eso le hemos dedicado menos atención, aparte que andamos con el
corazón partío entre pablistas y
errejonistas; claro que se nos han escapado varios snif, snif con la tierna carta del señor Iglesias a aquella anciana
militante a la que también partieron el corazón. Como este jubilata no ve lo de
Juego de Tronos, no puede opinar
sobre quién asume qué papel en este remake
de los Siete Reinos, así que queda a discreción del improbable lector.
De la Gestora del Psoe, con la
sucursal que les ha salido unos portales más abajo en Ferraz, poco se puede
esperar. Es espectáculo que dio lo mejor de sí el pasado bisiesto, cuando
defenestraron a Pedro, expulsándolo de la comunión de los fieles, y anda ahora desterrado
como condotiero sin mesnada para asaltar el susanato.
El señor Rajoy, habitual en este
circo, no nos dará muchas sorpresas con su política económica. Una vez
descubierta la poción mágica: echo a uno que cobraba 3 y contrato a tres que
cobran 1/3 cada uno, las estadísticas de empleo se me ponen por las nubes, y no hay más que dejarlo correr. Lo más
gracioso de sus ocurrencias es verle hacer jogging
con aires de Aquiles tardígrado y pasmo en la mirada que se empeñan en sacar por la tele. No estoy muy seguro (tan ocupado
he estado con los langostinos), pero creo que los nuevos en el gobierno todavía
no han hecho los suficientes méritos para despertar el jolgorio twitterino;
solo hay que esperar y darles un poco de tiempo a que se aclimaten.
Y, por no dejar a otro de los
grandes en el tintero, paso con frecuencia por delante de la sede de
Ciudadanos, cerca del puente de Ventas, y siempre me pregunto quién coños pagará el
alquiler del local y el personal que trabaja allí. Confío en que no les
montarán un desahucio y así puedan dedicarse a sus equidistancias sin angustias
presupuestarias. Para una derecha civilizada que parece quieren ser, sería una
lástima verles con los muebles en la calle.
Por lo demás, no nos queda más que
esperar y ver qué dará de sí este 2017. Por las pintas, debe de ser de la misma
casta que los anteriores, así que ojo al dato. Quien avisa no es traidor ni mal amigo, así que amigo
lector, amiga lectora (por aquello de la igualdad de género), ojo avizor.
Esta pole sí que es un buen regalo.
ResponderEliminarEl episodio de los langostinos es muy fuerte. Mucha gente en el mundo les habría agradecido ese langostino sobrante. El propio Donald Trump creo que se pirra por ellos. Han hecho ustedes un mal negocio echándoselo al gato de sus jardines.
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