Si alguien piensa que la jubilación significa el retiro de toda actividad, que se desengañe. Sólo el esfuerzo de comprender el mundo que nos obligamos a vivir exige más energía y atención que la rutina laboral de cuando éramos pieza del engranaje productivo. Solo que ahora el esfuerzo no es a cambio de un salario, sino para evitar que seamos expulsados de la comprensión de unas formas de vida en estado fluido que hace tiempo nos rompieron los esquemas con los que entendíamos el mundo.
Vienen a
resultar como dice la pintada que Mario Benedetti leyó en una pared de Lima: ahora que sabíamos las respuestas, nos cambiaron las preguntas, y
lo que Zygmunt Bauman trató de explicarnos en su Modernidad líquida. Vivimos una realidad viscosa y movediza que nos embadurna
y no nos deja hacer pie firme. Así que, jubilatas que somos y con todo, tenemos que chapotear en un mundo sin referentes claros para mantener el equilibrio. Y eso, aunque nuestras preguntas sean inútiles y
las respuestas cambiantes, y el despropósito, la normalidad de cada día.
Por esas caprichosas asociaciones de ideas
que surgen durante la lectura – pero que algo tienen que ver con lo anterior –, andaba
un servidor leyendo un poema surrealista de ese señorito rojeras que fue
Rafael Alberti,
Nueva York.
Un triángulo escaleno
asesina a un cobrador.
El cobrador, de hojalata.
Y el triángulo, de prisa,
otra vez a su pizarra.
Nick Carter no entiende nada.
¡Oh!
Nueva York,
cuando me vino a la mente el Americam first! que lanzó ese espécimen
del neocapitalismo populista que llaman Trump, y que tuvo a los limones de Argentina como primera víctima del proteccionismo.
A un servidor, que suele ver la
vida a través de sus lecturas y a veces a pesar de ellas, eso de que un señor con
nombre de pato de waldisney se ponga a gobernar el imperio desde un mundo de
purpurina con retrete de oro, le suena a pesada broma dadá, a incongruencia que solo se explica mediante la lógica patafísica, donde lo normal son las excepciones, con lo que la norma se convierte en
excepción de las excepciones. Lo cual explica la existencia de la anormalidad como forma de lo habitual. No sé si me
explico.
Por si el improbable lector no lo sabía, la Patafísica es ciencia que
va más allá de la Metafísica aristotélica, y es muy útil para comprender por
qué la normalidad, tal como la conocíamos de siempre, no tiene consistencia más
que si aceptamos como normal que un señor quiera levantar un muro de muchos
miles de kilómetros para que no se le cuelen los zarrapastrosos hispanos – en las
Américas -, o aquí – en el solar patrio; también bar Casa Pepe – otro señor dé por
normal la ocurrencia de que la electricidad es cara porque no llueve.
Ya sabemos que resulta un pelín
complicado entender el mecanismo mental por el cual alguien construye muros
muchikilométricos contra el hambre, o fía el precio del kilovatio al régimen pluviométrico
de un país soleado que va para erial, pero a esas perplejidades da cumplida cuenta la
citada ciencia Patafísica.
Y si tienen dudas, no dejen de consultárselo a
Fernando Arrabal, quien es Sátrapa Transcendental del Colegio de Patafísica y
está a punto de nombrar miembro honorario de la docta institución al señor
Donaldo. Claro que a la citada docta institución deberían pertenecer por méritos acreditados, y por hacer
del absurdo normalidad, a quienes tienen a todo un país haciendo
rogativas a la Virgen del Rocío para que baje el paro y a la Virgen de la Cueva
para que lluevan megavatios por un tubo.
me gusta tu comentario del Payaso gringo.dice hoy algún diario: si México deja de enviar cocaína y marihuana durante dos meses a Estados Unidos ellos solitos tumbaran el muro.
ResponderEliminarCiudadano nº 1: Esta vez trae una tía despampanante...
ResponderEliminarMelania: ¡Qué pueblo más alegre tienes, Presidente!
Trump: Y muy sano ¡muy sano!
Ciudadano nº 1: ¡Viva el Presidente por antonomasia!
Ciudadano nº 2: ¡Presidente, todos somos contingentes, pero tú eres necesario!
Ciudadano nº 3: ¡Queremos que la Melania sea comunal!
Todos: ¡ESO!
A pesar de Trump, amanece, que no es poco.
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