Es lo que tiene irse haciendo viejo; bueno, digamos que "senior", miembro de la "tercera edad", jubilata marchoso, y otras formas optimistas de encarar el puñetero paso del tiempo. Es lo que tiene, digo, eso de acumular quinquenios vividos: que cuando se echa la vista atrás, la vida es una aventura de perfiles borrosos, olvidos y falsos recuerdos (o auténticos, que a estas alturas uno ya no está seguro) que van llenando el saco de vivencias en que acabamos convertidos. Por eso, porque, por una debilidad - perdonable, imagino -, esta mañana de abril me he despertado mirandome hacia adentro, a lo lejos en el tiempo, y he encontrado esto que queda aquí escrito. Que nadie se lo tome a mal, solo es literatura de andar por casa, ficción y un poco de auto engaño:
El niño que yo era.
Me llamo JotaJo. Nací en casa Lecáun y aquella tarde se
fue la luz. Siendo niño viví en Cortes y mi mundo llegaba, más allá de las
huertas, hasta las vías del tren. Mi vida se repartía entre la cocina familiar,
la escuela pública y la calle.
En la cocina de casa jugaba,
comía, lloraba –con motivos o no, según el humor del niño que yo era– , me
lavaban, me reñían o me acariciaban –con motivos o no, según el humor de los
mayores–. A mi modo, fui feliz.
La escuela era un mundo duro. Allí
aprendí a leer y a escribir, las cuatro reglas y a llevar las orejas limpias.
Todos los día, a la entrada, nos hacían cantar “Montañas Nevadas”, y el mes de mayo, “Con flores a María”. Don José
nos castigaba con varas de mimbre y el patio de recreo era un campo de batalla.
También allí, fui casi feliz.
La calle era un Amazonas, un
desierto africano o un castillo medieval, según. Porque en la calle, yo era yo:
un día era corsario inglés o indio de las praderas; otro día, mosquetero,
contrabandista o policía. Pero a ser ladrón nunca jugué, porque mi padre era
guardia civil. Ser ladrón y vivir en el cuartel de la guardia civil no tenía
lógica y mis amigos lo entendían; así que nunca fui ladrón, y bien que lo
siento. En la calle, ya lo he dicho, yo era yo y ni me acordaba de ser feliz.
La pubertad, en aquel entonces,
era otra cosa. Un día, de repente, me cambió la voz y me gustaron las chicas.
También de repente, todo el mundo se confabuló para reñirme: “los mayores no
hacen esto, los mayores no hacen aquello”, y descubrí las obligaciones. El niño
se me perdió entre las calles del pueblo y terminé en el internado. Yo quería
llevármelo conmigo, pero él no se dejó. Nadie me preguntó si yo era feliz.
Siendo joven olvidé al niño. Había
que estudiar, había que trabajar, había que labrarse un porvenir y el niño era
un estorbo. De adulto estaba muy ocupado y no tenía tiempo de pensar en él. De
hecho, el adulto actuaba como si nunca hubiera sido niño. Y así le iba.
Pero un día empecé a escribir y el
niño volvió. Fue una cosa rara: me inventé una historia, como si fuera de
verdad, y me la creí. Me quedé muy preocupado. Pero otro día, tiempo después,
me volvió a pasar: escribí un cuento y me gustó. A mi edad, aquello no era
normal, así que fui al médico. El médico me dijo lo de siempre, que era estrés,
y me recetó pastillas. Tiré las pastillas y seguí escribiendo.
Ahora, he decidido que quiero ser
niño, aquel niño que era pirata, espadachín, bandolero de Sierra Morena... A
veces lo encuentro, me siento al ordenador, y él me sopla al oído historias
inverosímiles. Unas veces soy un enamorado sin suerte, otras un comedor de
cadáveres o un ladrón de tiempo, según me lo cuente el niño que quiero volver a
ser. A veces, el niño se pone borde, se enfurruña y se va. Entonces, le busco
entre los libros, entre la gente que viaja en metro o dentro de mi cabeza. Si
no lo encuentro, me pongo de mal humor y la gente lo nota. En casa piensan que
estoy p´allá y los amigos no me aguantan. En el trabajo no doy pie con bola y,
en la calle, cruzo los semáforos en rojo.
Y es que nadie sabe que la culpa
es de ese niño que me cuenta historias...
Andaba yo pensando en algún tema nostálgico también. Será la edad omo dices, porque con este sol y la temperatura perfecta no se desencadenan de natural las melancolías. Porque tu niño es un poco raro, pero si desprende nostalgias...
ResponderEliminarSí, con acento, naturalmente.
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