Estaba leyendo estos días los problemas que supone en Francia el empleo del lenguaje políticamente correcto, ya que se ven obligados al empleo de términos como racisé o cisgenre para no caer en un lenguaje sexista, racista o excluyente contra los individuos “distintos” al común social. Racisé es tanto como “no blanco”, persona de otra cultura o color de piel a quien está mal visto llamar “negro”, “indio”, “chino” … Y si has de referirte a alguien cuyo sexo se corresponde con su género, si le llamas cisgenre te ahorras la expresión sexista de “señor” o “señora”, aparte que la cosa queda clara por oposición al transgenre, esa variopinta amalgama de sexualidades con todas sus inextricables anfibologías sexuales, cuya comprensión se escapa a la gente de mi edad por causa de una pérdida de neuroplasticidad irremediable. Al lenguaje correctamente político (langue de coton, lo llaman los franceses) he llegado tarde, y me aburre. Lo dicho, problemas de neuroplasticidad que trae la edad.
En esas rumias andaba este jubilata cuando le puse a
esta entrada el título de “un chino en El Prado”. No está bien – me decía para
mis adentros – comenzar una entrada en el blog “racizando” (si se me permite el
voquible) a un artista, discriminándolo por razón de su raza. Escribir “un chino”
era tanto como marcar la diferencia, como decir “uno no de los nuestros”, un extraño
a nuestra cultura y forma de vida. Pero resulta que las cosas suelen ser más
complejas. Cai Guo-Qiang es nacido en Quanzou, República Popular China, pero
vive en Nueva York y, rompiendo esquemas, expone en el museo del
Prado: El espíritu de la pintura. Cai Guo-Qiang
en el Prado. Encima, para partirte los prejuicios por el eje, pretende conectar con el espíritu del Greco, Goya, Velázquez y otros grandes maestros cuyas obras se exhiben en este museo.
Lo primero que sorprende al espectador es que tal artista
contemporáneo, al margen consideraciones sobre razas o culturas, tenga cabida
en las salas del Prado y no en las del Reina Sofía. Imagínese el improbable
lector que el señor Cai emplea una técnica de expresión pictórica cuando menos
sorprendente: explosiones de pólvora negra mezclada con pigmentos de colores.
Sobre un panel tendido en el suelo, utilizando plantillas de cartón u otros materiales para insinuar formas, se distribuye la pólvora pigmentada, se cubre con otro panel y se sujeta el conjunto con piedras. El efecto conseguido se mueve entre lo figurativo y la abstracción, logrando obras matéricas con abundancia de colores vivos, grises y negros; obras lentamente efímeras debido a la disgregación de la pólvora quemada y los restos de pintura que se van desprendiendo del lienzo y depositando, día a día, al pie del cuadro.
Sobre un panel tendido en el suelo, utilizando plantillas de cartón u otros materiales para insinuar formas, se distribuye la pólvora pigmentada, se cubre con otro panel y se sujeta el conjunto con piedras. El efecto conseguido se mueve entre lo figurativo y la abstracción, logrando obras matéricas con abundancia de colores vivos, grises y negros; obras lentamente efímeras debido a la disgregación de la pólvora quemada y los restos de pintura que se van desprendiendo del lienzo y depositando, día a día, al pie del cuadro.
Lo cual, a este jubilata, que se cree a pie
juntillas lo de la sociedad líquida e inestable que definió el señor Bauman, le
parece de perlas. Que una obra pictórica nazca de un Big-Bang (controlado, eso
sí) y se diluya en polvo cósmico (por seguir con el símil) depositado al pie
del acto creativo, y que éste sea barrido por las aspiradoras del servicio de
limpieza del museo, son cosas que a uno le sulibellan y le estimulan su
decadentismo estético. Pasado de revoluciones andaba un servidor cuando se
enteró de la disgregación de la materia pictórica, sometida a la fuerza de la gravedad.
No recordaba una experiencia estética tan fuera de lo común desde que en el Reina tuve ocasión de ver la exposición Una retrospectiva, del belga Marcel
Broodtheaers, donde la materia empleada son cáscaras de huevo o de mejillón. Lo
lábil, lo efímero, la pérdida de referentes sólidos y la adaptación provisional
al medio son valores que todo artista comprometido con la volatilidad del arte
actual debe reflejar. Mejor todavía si lo hace con fogonazos de pólvora: el
arte es la expresión de una fugacidad.
¿Y por qué busca el señor Cai Guo-Quiang el espíritu de la pintura mediante
deflagraciones controladas? Pues porque, a través de ellas, quiere llegar a
expresar el espíritu de las pinturas del Greco. Por lo visto, se considera a sí
mismo como alquimista y trata de captar el espíritu del cretense a través de
una materia tan inestable e imprevisible en sus efectos expresivos.
Para ello, para expresar la gama cromática del
pintor manierista, recurre a una técnica pictórica atrevida que expande y
mezcla los colores puros e insinúa formas gracias al empleo de plantillas,
telas o retoques con pinceladas posteriores. El resultado lo verá el espectador si se para a
contemplar Día y noche en Toledo, una
visión onírica de la ciudad bajo un cielo de añiles, grises, rojos como de
incendio en lontananza; todo ello sobrevolado por palomas y angelotes como una
profusión de espíritus santos, una especie de sueño de la razón pasado por la
ortodoxia tridentina.
De verdad se lo digo al
improbable lector. Tratar de comprender el sentido último de una obra
contemporánea te lleva a descreer en las reglas del arte que viejos profesores
te imbuyeron en el intelecto, en aquellos tiempos de la Facultad, cuando creías
que desde la cátedra se impartía la verdad universal y sólo tenías que decir “creo”
y caer en éxtasis, como la beata Ludovica Albertoni de Bernini. Pero no, es más
jodido, si se permite la vulgaridad. Estos contemporáneos son efímeros y exhibicionistas,
rompedores y expresionistas, usando de técnicas y materiales que a un Rubens o a un
Velázquez les hubiese parecido la pura degradación del noble arte de la pintura.
Pero sus obras no han surgido en la intimidad del taller, sino ante cámaras y periodistas que dejaron constancia de su proceso creativo. Algo así como los minutos de publicidad que nos ponen en la tele entre trozo y trozo de película. Una obra a fogonazos, televisada y publicitada, y encima lentamente deleznable en un polvillo que la señora de la limpieza se lleva en las hilachas del mocho de la fregona. ¿Obsolescencia programada o casualidad? Como quiera que sea, ¿Cabe forma más posmoderna de escribir tu nombre en el Libro de los Elegidos?
Parecerá mentira, pero esta vez no hemos hablado del señor Puigdemont
y su exilio mediático. Vamos progresando.
La estética de lo banal, el arte como consumo. Palabrería para alejarnos de la realidad. El llamado "jubilata" se suma a la corriente de la intrascendencia para olvidar los problemas.
ResponderEliminarEn el fondo, hace bien. Ya va teniendo una edad.
Viva Velázquez, muera el falso arte
ResponderEliminar(¿Esto también lo va a censurar? ¡YA ESTÁ BIEN SR. JUBILATA, SI NO QUIERE LEER NUESTROS COMENTARIOS DEJE DE HACER SPAM!)
¿Censurar, dice? Es un privilegio del Poder, y no se discute.
Eliminar¿Sabe usted, don Juan José, si la traducción al español de Cai Guo-Qiang es caiga quien caiga? Gracias.
ResponderEliminarEn realidad la traducción correcta es "Ahora caigo ¡cagüen!" que es como le llamaban en su pueblo cuando le reconocían como el grafitero que llenaba las paredes de barbaridades; creo.
ResponderEliminar