Un poco largo el título, ¿Verdad?
No se preocupe el lector: el texto no excederá la extensión habitual. No se
trata de tumbarse en el diván del psiquiatra y bucear en la maraña del
subconsciente. Se trata de que este jubilata, como cualquier hijo de vecino, ha
tenido sus ilusiones de juventud, sus pretensiones de notoriedad y sus
consiguientes desencantos. Todo dentro del orden natural de las cosas. Nada que
merezca una atención excesiva.
El caso es – por entrar en materia –
que un servidor dedicó muchas horas de sus años de madurez a escribir relatos.
Relatos que iban desde los escarceos en el microrrelato al estilo de Monterroso,
hasta esos personajes esperpénticos cuya única gloria es haberse visto
reflejados en los espejos deformantes del autor, quien alguna vez se ha dado un
garbeo por el callejón del Gato, a imitación del insigne y atrabiliario Don
Ramón. Ello sin contar tantos y tantos escritores, de muchos de los cuales no
guardo ya memoria, como han pasado ante la vista, siempre ávida, siempre sorprendida, de un
servidor.
Del centenar de cuentos (cantidad aproximada) que escribí, hice una selección para publicar en una edición libre en Internet, a libre disposición de quien quisiera leerlos. Y para justificar mi atrevimiento, escribí un prólogo, parte del cual puede verse a continuación. Si es que el improbable y siempre paciente lector lo tiene a bien.
El texto que sigue está sin retocar ni actualizar. No hay por qué; solo es una curiosidad arqueológica ya momificada. Paz a los muertos. Pues eso, aquí queda, por si el improbable lector - perdone la insistencia - tiene a bien leerlo, el comienzo del prólogo que iba a preceder a una publicación que nunca existió, salvo en la mente ilusa del entonces ilusionado autor:
Del centenar de cuentos (cantidad aproximada) que escribí, hice una selección para publicar en una edición libre en Internet, a libre disposición de quien quisiera leerlos. Y para justificar mi atrevimiento, escribí un prólogo, parte del cual puede verse a continuación. Si es que el improbable y siempre paciente lector lo tiene a bien.
El texto que sigue está sin retocar ni actualizar. No hay por qué; solo es una curiosidad arqueológica ya momificada. Paz a los muertos. Pues eso, aquí queda, por si el improbable lector - perdone la insistencia - tiene a bien leerlo, el comienzo del prólogo que iba a preceder a una publicación que nunca existió, salvo en la mente ilusa del entonces ilusionado autor:
"Decía un profesor mío en la facultad de Filosofía y
Letras que un prólogo es lo que se escribe después del libro, pero se pone
antes y nadie lee ni antes ni después. Así que, si el improbable lector quiere
saltárselo, no pasa nada por omitir ese engorro de lectura. Los prólogos son
como ese amigo impertinente que, cuando esperas dedicarte a algo interesante,
te tira de la manga para llamar tu atención y te entretiene con nimiedades.
"Pero una cosa es que el lector se
salte el prólogo y otra muy distinta que el autor no cumpla con la obligación
de redactarlo. Y en este caso, el autor tiene la doble obligación de hacerlo:
primero, porque no hay obra de cierta enjundia que no lo lleve, y en este caso,
sea enjundiosa o no, esta obra es el esfuerzo de varios años escribiendo relatos,
y conviene que se sepa; segundo, porque hay que explicar la razón de esta edición
de andar por casa.
"El lector ya se habrá percatado
que este librito no tiene ISBN, ni Depósito Legal, ni editorial, ni pie de
imprenta, ni colofón. No tiene ninguno de esos elementos que identifican un
libro impreso con todas las de la ley. Tampoco se trata de una edición pirata, sino
casera, hecha en el ordenador personal y, como dicen los franceses avec les moyens d´abord; o sea, con los
recursos que uno tiene a mano, a falta de un editor profesional y de una
imprenta donde imprimir todas estas historias reunidas bajo el título: SI YO TE CONTARA…
"Lo de la ausencia de editor
profesional no es porque le falten las ganas al autor, sino porque quien los ha
escrito no tiene ni nombre conocido, ni valedores en ese mundo editorial. Es
cierto que quien esto escribe tiene nombre propio, incluso pseudónimo con el
que firma sus cuentos, pero como autor literario nunca asomó la cabeza, así que
es fácil de entender que ningún editor se arriesgase a publicarle. No entra
dentro de las buenas prácticas comerciales encontrarse con un montón de
ejemplares sin vender y ocupando espacio en los almacenes. Eso un servidor lo
comprende y no se hace mala sangre por ser un autor ignorado. No están los
tiempos para tirar recursos, ni para fiarse de escritorzuelos que aspiran a una
parcelita de la gloria literaria sin mayores merecimientos. No hay más que ver
la cantidad de concursos de relatos que se convocan cada año, y la cantidad de
incautos que aspiran al Parnaso literario.
"Lo cierto es que, en este oficio
inútil de escribidor, este prologuista y cuentista lleva ya una docena larga de
años, coleccionando cuentos en el disco duro del ordenador. Hace unas semanas,
el ordenador se averió y lo llevé al técnico. Cuál no sería mi disgusto cuando
descubrí que parte de los archivos había desaparecido. Escarmentado al ver la
pérdida de tantos relatos por culpa de una simple avería y falta de previsión
por mi parte al no haber guardado copias, decidí que podía hacer una selección
y publicarlos.
"También hay que decir, en honor a
la verdad, que algunos relatos sí han sido publicados. Así, la Agrupación Aire Libre
del Ateneo de Madrid publica uno en cada número de su revista, que sale en
diciembre. También Grupo Búho, que no sé si aún existe, publicó dos relatos
míos y La Crónica de León, el otro verano publicó otros dos, con ilustraciones
de Tomás Serrano, y eso para rellenar huecos, sospecho. Si alguno más ha sido
publicado, no lo sé o, al menos no lo recuerdo. También va mi agradecimiento
para el amigo Juan, quien, con paciencia y buena amistad, vierte mis escritos a
formato PDF, consciente de mis limitaciones en esto de la informática.
"Sea como fuere, este autor y
autoeditor improvisado agradece, y mucho, a quienes le han sacado algún cuento
en papel impreso y a todos sus lectores vía correo electrónico. A fuer de
sincero, es de justicia reconocer que la mayoría de los lectores son público
cautivo, ya que sus direcciones electrónicas están registradas en la cuenta de
correos y, cada vez que perpetro una genialidad, corro a enviársela sin
pedirles permiso. Deben entender que, al remitírselas, no se hace por fastidiarles
sino por cultivar la menguada autoestima de escritor en las sombras. Porque, -
ya comprenderá el paciente lector –, resulta muy duro pasarse una semana
escribiendo un cuentito de dos o tres páginas y no encontrar un lector
misericordioso que diga: voy a leerle un rato a este pesado, se ha tomado tanto
trabajo el pobre…"
No me comen mis nietos, intento distraerles con la Tele, pero ni por esas.Las cucharas llenas de puré de habas vuelan por la habitación, estoy a punto de desesperarme y entonces ¡Oh idea! les leeré las entregas de D. J.J. Ni yo podía creerlo: la calma volvió y mientras yo iba leyéndoles los conloquendi causa los platos de purés y de verduras se quedaban limpios ¡Y me pedían más! ¡Más conloquendis y más purés! Cuando llegaron sus padres todo estaba en orden y yo sonreía satisfecho pues los blogs había causado el milagro.
ResponderEliminarPuré de habas y sopa de letras... Un abuelo con ingenio
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