Extracción de la piedra de la locura. Van Hemessen |
Quizás, el improbable lector de esta longeva bitácora participe de la condición precavidamente desconfiada de este jubilata; o sea, es de aquellos que no ponen un pie en el nuevo año sin antes consultar a los arúspices a ver qué nos depara. Y aunque con semanas de retraso, un servidor ha cumplido con el ritual. Previamente, ya cumplió con otro, con el de hacerse propósitos anuales irrealizables. Pero de eso ya se habló en la entrada anterior.
Arúspices hurgadores en entrañas aviares,
escudriñadores del Sino, intérpretes de la palabra divina de no importa qué
dioses, echadores de cartas con fortuna pronosticada a medida del estipendio
recibido, quirománticos que trafican con las rayas de la mano, trileros con
trampantojos del dudoso mañana y demás pécora con licencia para marear la
perdiz ante los temores del porvenir, haylos en abundancia. La cuestión es dar
con el apropiado a tus necesidades.
Un servidor, que es de esos a los
que el mañana se les desgrana en fragmentos de tiempo fuera de todo control, acostumbra
a consultar a algún profeta de su confianza, a ver cómo puede transitar el año
sin graves tropiezos en su andadura.
Solo que a los de mi quinta, con la costra
de años vividos y las meninges en desbandada, no es cuestión de entrar en el
oráculo de Google a ver qué milagrosa respuesta encontramos en su Nube, sino
que preferimos recurrir a viejos maestros. Siguiendo el proverbio,
desacreditado por pretecnológico: Del viejo el consejo, un servidor ha
ido a las estanterías de su siempre incompleta biblioteca, donde dormita tanta
palabra escrita, y he rescatado el primer tomo de El Criticón. Abierto
al azar, como hacen los hombres con fe de carbonero, y leído, recomienda:
Abre los ojos primero, los
interiores digo, y porque adviertas donde entras, mira… Nota, le dijo, dónde y
cómo entras, considera a cada paso que dieres dónde pones el pie y procura
asentarlo… Nada creas de cuanto te dijeren, nada concedas de cuanto te
pidieren, nada hagas de cuanto te mandaren. Y en fe de esta lección, echemos
por esta calle, que es la del callar y ver para vivir.
Barrocos estamos, dirá el
improbable lector. Pues sí. Privilegios de la edad y lenta digestión de viejas
lecturas. Después de todo, somos lo que leemos. Los que leemos, claro está. Los
que no, están mejor adaptados al medio y maldita la necesidad que tienen de
conocer al viejo jesuita Baltasar Gracián, inventor de paradojas que no hay
Wikipedia que las desentrañe.
Decía, pues, que he consultado al
adivino de mi elección, quien me ha recomendado que tire por la calle de en
medio, que es la de callar y ver para así poder vivir. El consejo es fácil de
seguir porque este jubilata, aparte la incontinencia verbal de su bitácora –
conocida solo por algunos, y por lo tanto poco contagiosa – acostumbra a hablar
no mucho (primum taceas), a ver mirando cuando tiene ocasión, y a vivir el
día a día, confiando que el mañana llegue a ser hoy y el hoy sea el ayer de
mañana.
Para no marear al cada vez más improbable lector: que vamos viviendo
sin prisas, como la tortuga a la que jamás alcanzará Aquiles, el de los pies
veloces. Con lo cual nos vamos moviendo entre las alegorías del Criticón y las paradojas
de Zenón.
En el caso que nos ocupa, paradojas
de andar por casa. Sin otra pretensión que salpimentar la vida de pensionista,
tan mediocre de por sí. Bien que nos gustaría crearnos un mundo a la medida,
donde las alegorías fuesen certezas y donde las paradojas lo usual. Pero no nos
llega ni el peculio ni la imaginación para forjarnos el mundo de Tlön, pongamos
por caso. Porque, si estuviera en nuestras manos, escribiríamos los cuarenta
volúmenes de La Primera Enciclopedia de Tlön, aquel planeta
inexistente al que la descripción enciclopédica en el Orbis Tertium da
tantos visos de realidad como la contaminación sobre la capital del reino.
Y si el improbable lector no me
cree, crea al menos a Borges, quien lo habla con absoluta congruencia en su
relato Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. De todo el mundo es sabido que Borges
era fabulador, pero no mentiroso. Un servidor aspira a no ser lo segundo, ya que no alcanza lo primero.
Por ir concluyendo. Transitaremos todo
este año reciente, del que hemos gastado cuatro semanas, por la calle del callar, ver y observar con los ojos interiores, como recomienda Gracián. Aunque, la verdad, nos gustaría romper la rutina con algún hecho memorable, o al menos
original. Como, por ejemplo, escribir el Quijote al modo de Pierre Menard,
quien lo escribió - así lo asegura el maestro Borges -, no copiando a Cervantes, sino coincidiendo con él palabra a
palabra, coma a coma.
Y, si no lo logramos, al menos, con
la imaginación transitaremos por los avatares de Gracián, Borges, Cervantes y
cualquier otro plumífero que se nos ponga a tiro. Todo menos estar mano sobre mano.
A mi me ha dejado Vd. tiritando de alegría: tánto Borges, tánto D. Gracián, ¡qué fastos no promisos nos regala con cada entrega D. J.J! Y qué poco pide Ud. a cambio, leñe.
ResponderEliminarQue bueno Juanjo, ya estabas tardando para empezar el año
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