Estos tiempos de reclusión forzosa invitan, y a
veces obligan, a volver la mirada hacia adentro. El aislamiento, la reclusión,
la incomunicación física con el próximo, con el amigo, con la familia, empujan
a unos al vacío, a otros a la reflexión. Ante la soledad no querida, cada cual,
según su disposición, se tropieza con su pequeña nada existencial o, al
contrario, abre esa ventana desde la que ver un horizonte interior.
Hay quien descubre su vida como un erial lleno de
abrojos o como una capa de asfalto por cuyas grietas nacen pequeños brotes de hastío;
un panorama interior desolador y monótono que algunos resuelven haciendo vida
de balcón. Así, para olvidar el vacío interior se asoman a la nada exterior de
la calle que es, apenas, un paseante con su perro, un jubilado apresurado con
el carrito de la compra, un coche de policía con sus destellos azules…
Pero hay
quien abre las puertas de su interior y se dedica con paciencia claustral a
laborar su jardin potager, al modo de los monjes medievales. Un jardín/huerto a
medio camino entre la utilidad y el ornamento. Así, el lector recluso, para alimentar
sus horas de monotonía, labora en sus lecturas buscando distracción y sustento de su soledad forzosa.
O, simplemente, goza la intimidad de su hortus
conclusus, su pequeño huerto cerrado donde uno es libre de mirar al cielo y
ver las formas caprichosas de las nubes. O, si uno está triste y hastiado de
tanta soledad, desde él puede ver ponerse el sol cuarenta y cuatro veces, con
el simple gesto de girar su silla en dirección al poniente, como hacía el
Principito (Tu sais… quand on est tellement triste on aime les couchers du
soleil…)
Ese pequeño huerto bien cercado, con su fuente
sellada a miradas ajenas, al enclaustrado le recuerda aquellas lecturas del
Cantar de los Cantares en la versión de fray Luis de León, que leyó una vez
hace años en una edición de finales del XVIII, con su buen papel verjurado y
grafía de sabor a lecturas antañonas. Pero paseando por ese huerto interior no
sólo encuentra los frutos de ese cántico místico-erótico (fabus distilans
labia tua, mel et lac sub lingua tua, tus labios destilan miel, miel y
leche hay bajo tu lengua), sino que también descubre ese fruto agraz de la
risa volteriana.
¿Quién no conoce, siquiera de oídas, las
desventuras de Cándido? Nosotros, como el bueno de Cándido en el rigor de sus
desdichas, sufrimos ahora esa pandemia vírica que nos convierte en reclusos
opulentos, con todos los bienes materiales a nuestra disposición, pero sin
libertad para disfrutar de algo tan sencillo como es un paseo por el parque del
barrio. Pero no desesperemos. La sonrisa
irónica de François-Marie Arouet, nos advierte, por boca de Pangloss el
optimista leibniziano, que tout est au mieux, todo sucede para bien.
Si la esencia del dios leibniziano es la suma de las
perfecciones, todos los seres creados derivan su perfección de la esencia de
este dios, así que el coronavirus es hechura de sus manos y, por lo tanto, hay un
propósito cuya finalidad se nos escapa. Pangloss, el mentor de Cándido, nos
hubiera dado una razón optimista, Cándido hubiera soportado la adversidad con
paciencia, mientras que el señor Voltaire hubiese esbozado una sonrisa
sardónica al ver a la humanidad acojonada ante un enemigo invisible, incoloro,
inodoro e insípido.
Pero cada cual, en su pequeño huerto interior,
tiene varias parcelas en las que cultiva distintas especies de verduras y
frutos, a veces contradictorios, a veces directamente incompatibles, pero
siempre dan frutos que alimentan su afán de conocimiento. Andrés Hurtado, el
personaje de Baroja, nos hubiera dicho que en el Edén crecían dos árboles: el
de la Vida y el de la Ciencia. Solo que el fruto de este árbol estaba
prohibido, y de ése, precisamente, es del que queremos alimentarnos. Aunque el
conocimiento nos lleve a la desolación.
En nuestro pequeño huerto íntimo, regado con
lecturas un tanto anárquicas, la soledad nos ofrece frutos tan dispares como un
Principito que abandona su minúsculo mundo por culpa de una flor caprichosa y engreída (Et
je suis née en même temps que le soleil…), un diálogo místico entre los
esposos donde aflora el puro deseo erótico: Bésame con los besos de tu
boca…, porque tu amor es más dulce que el vino…), un personaje de Baroja
que arrastra su pesimismo existencial, un sufrido Cándido que sufre sobre sí
todas las desdichas con las que el malvado Voltaire ha querido burlarse del optimismo
filosófico de Herr Leibniz…
Y no sólo eso. En nuestro huerto disponemos de un
pequeño vivero donde van madurando lecturas que llegarán a su sazón mientras
haya coronavirus que nos obligue a la reclusión. Lectura que dan diversos
frutos según su naturaleza. Así, un segundo volumen del Libro de las Fundaciones,
de Teresa de Cepeda y Ahumada, en una edición de Espasa Calpe, de 1950. En rústica e
intonso, doble placer. La vida ejemplar de Ginés de Pasamonte (el de la
aventura quijotil con los galeotes), por Diego San José. También en rústica,
editado por Biblioteca Hispania, 1916. Y para no andarse por las ramas de viejas
lecturas, el Homo Deus de Yuval Noah Harari, con ese optimismo del capitalismo
en expansión que nos llevará, a través de la inteligencia artificial, hasta la
inmortalidad.
Pero este jubilata se conforma con menos; le basta con
cultivar su huerto, como Cándido: Cela est bien dit, répondit Candide, mais
il faut cultiver notre jardin.
Todo tu texto lleva una plenitud de lo cotidiano; lo cotidiano en su rebrote indómito hacia nosotros, los desterrados de la cotidianeidad, que es el morir.Yo te agradezco como nunca tu pensamiento, esta vez hecho de cohetes que desde tu carta han dado en el blanco de mi corazón al desnudo. Por eso, gracias J.J
ResponderEliminarUn amigo está para eso.
EliminarBuenos días Juanjo, me gustan mucho tus reflexiones en estos momentos de confinamiento que estamos teniendo. Yo también estoy en mi huerto intentando plantar mis buenas intenciones y deducciones de la vida por un mundo mejor. Un abrazo y espero que podamos hacer alguna marcha pronto. Merceded
ResponderEliminarMuchas gracias, Mercedes. Sigamos cultivándonos hasta que podamos calzar las botas montañeras.
EliminarMuchas gracias Juanjo, por acompañarme estos momentos a cultivar mi huerto interior.
ResponderEliminarDado que mis conocimientos de la informática son muy limitados y guiado de mi entusiasmo por contestar a tus reflexivos y muy documentados escritos me extendí tanto en mi escrito que el sistema a la hora de enviarlo lo tiro a la papelera
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