De nuevo estamos instalados
en Rascafría con ánimo de pasar un verano lejos de los calores madrileños, con
días dedicados a largas caminatas y tardes de reposadas lecturas, más el paseo
medicinal que damos la santa y un servidor a la fresca de la noche, después de
la cena.
Pero ya se sabe el refrán:
el hombre propone y el turismo gregario dispone, y descompone cualquier proyecto
de disfrutar de algo tan elemental y de bajo coste como son la soledad y el
silencio. Soledad, silencio y sosiego, valores que la UNESCO debería declarar
patrimonio inmaterial de la Humanidad, y así protegerlos de la desidia de
gobernantes y ciudadanos.
Este verano, en un alarde de
imaginación para fomentar recursos económicos anti crisis Covid-19, la ilustre
corporación municipal ha derrochado ingenio. La fórmula no es ingeniosa por lo
original sino por ser acumulativa. La idea, en apariencia elemental, tiene la
ventaja de que lleva decenios mostrando su efectividad, desde que este país
España puso en marcha la reconversión industrial y la clase obrera fabril se
recicló en albañiles a destajo y camareros sin horario laboral que los ampare.
Como lo de las subprime del
ladrillo parece que va remontando con vuelo de pavo, aleteando mucho pero quedándose en las ramas bajas; con las esperanzas puestas en la birra y el
pinchito en barra libre, el consistorio de Rascafría ha autorizado la
proliferación de terrazas. Los espacios públicos más codiciados ya no son de
uso común del viandante, sino reservas acotadas con barreras, donde campean
sillas y mesas, reposo de asentaderas, vasos y botellas.
El pequeño puente de piedra
que salta el Arañuelo, un rincón antañón con su pequeño encanto de viejo
pueblo, está cortado al escaso tráfico vecinal para disponer de una terraza
escalonada donde disfrutar del rumor del arroyo. Lo cual tiene su encanto
gastronómico y crematístico. Los bares de la plaza han visto crecer sus
espacios aterrazados, bordeando el callejón del frontón y extendiéndose a la
rivera del Artiñuelo. Todo para disfrute del turista, ya tan harto del encierro coronavirus y necesitado de una merecida expansión de cafelito, birra y cazuelita
sabrosa.
Aparte la masa veraneante
satisfecha con las decisiones municipales, quedamos los raros; raros no sé si
por escasos (en vías de extinción) o por rarunos (especímenes inclasificables) en
nuestra forma de entender el descanso veraniego. Con lo cual creamos un
problema de difícil comprensión para la mayoría, por quedar fuera de los hábitos veraniegos.
Es el problema del silencio
en un pueblo bullicioso. Ya se ha dicho el valor que aquél tiene para nosotros;
algo tan sencillo como leer por la tarde, con el balcón abierto y oyendo el
rumor del arroyo y el piar de los pájaros (incluyendo al mirlo que se nos come
las frambuesas y las guindas). Es cierto que no tiene valor económico añadido y no cotiza
en la caja registradora, pero sosiega el espíritu. Por eso lo de considerarlo un valor inmaterial a proteger.
Eso del silencio y la lectura hasta que llega la
manada de adolescentes a media tarde, se instala tras el ayuntamiento, al otro
lado del arroyo, frente a nuestra casa, y pone en marcha una máquina infernal
que escupe músicas de aquellas maneras, con largas ráfagas de rap, reggeaton y
otras inclasificables por el oído de este jubilata sobrepasado. Tras el rato de
descanso de la hora de la cena, vuelven a ocupar el lugar y siguen por su
parloteo y músicas enervantes. La tranquilidad no retorna hasta pasadas las dos
de la madrugada. Por supuesto, ni distancia de seguridad, ni mascarilla, que es
cosa de viejos. En casa, puertas y ventanas cerradas a cal y canto para que el
ruido del parloteo y las músicas no se cuele por los resquicios. Eso y un
orfidal de vez en cuando.
Total, al borde de la
histeria, y temiendo una reacción irascible por mi parte, e imperdonable en un
provecto de carácter apacible como un servidor, he escribo al Ayuntamiento, en la confianza de
que me leerán antes de borrar el mensaje y dedicarse a menesteres de más interés. El mensaje es de este tenor, por si el
improbable lector tiene a bien dedicarle una ojeada:
“Asunto: Contaminación acústica. Lugar: entre la trasera del ayuntamiento y
la ribera del Artiñuelo. Horas: desde media tarde hasta las dos o las tres de
la madrugada.
“Explicación: somos un matrimonio mayor que vivimos los meses de julio y
agosto en calle ***. En torno a media tarde, un grupo considerable de
adolescentes ocupa ese espacio y ponen músicas (rap y otros de parecido valor
melódico) a un volumen que nos impide disfrutar por las tardes de la lectura,
de la tranquilidad y del silencia que se supone, al menos algunas personas,
buscamos en este pueblo que está en medio del Parque Natural. Y por las noches
debemos cerrar balcones y ventanas para que el ruido no llegue al dormitorio.
“Me gustaría recordar a los responsables de este Ayuntamiento que los meses
de verano, además de las terrazas y el turismo de masas, hay quienes sentimos
aprecio por valores de este municipio que parecen olvidados, tales como la
soledad, el sosiego y el silencio; aspectos que son un valor inmaterial pero no
menos a tener en cuenta que el sonido de las cajas registradoras de los
negocios de sus habitantes, para los que deseamos un próspero verano.”
Lo que me recuerda aquella
vez, hace la intemerata de años, que cursé una denuncia en la junta de distrito
cerca del Auditorio Nacional, por la invasión de la acera con el material de unas
obras de una constructora archiconocida. Hice el escrito, adjunté un croquis y
lo pasé por registro. Cumplidos los trámites, pregunté a la funcionaria: “Y
ahora, quién lo tira a la papelera; ¿Usted o yo?” Muy indignada me contesto: “Aquí
lo tramitamos todo”. Según la Ley de Procedimiento Administrativo de aquel
entonces, no valía el silencio administrativo, debían darme respuesta en un
plazo de tres meses. Más de treinta años
hace de eso y aún espero.
Tenía que haber sido yo
quien tirase los tales documentos a la papelera. Le hubiese ahorrado
preocupaciones a la Administración Municipal. A lo mejor lo hago esta vez.
Rasca
Pues siento en mi mismo la molestia que podáis tener por todo esto. Aunque que no ayude mucho os mando toda mi comprensión y un gran abrazo.
ResponderEliminarHola Juan ereS incansable y persistente.lo que escribes es real .gracias
ResponderEliminarJuanjo,acabo de leer tu contundente protesta ante la situación que estáis sufriendo. Me adhiero totalmente, si necesitas formar "un piquete " me tienes aqui
ResponderEliminarLucharemos con la palabra.
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