Vamos a ver qué nuevas mentiras nos cuentan hoy, es lo que suele decir mi santa cada vez que se pone ante el televisor a oír las noticias. Y no es cosa de ahora, que llevo oyéndoselo decir cuarenta y siete años, bajo los dos regímenes políticos que nos ha tocado vivir: el dictatorial-nacionalcatólicismo y el parlamentario-borbonismo. Esa frase ritual de la santa siempre me ha parecido una especie de conjuro lanzado sobre el pesebre mediático. Una especie de vade retro a fin de preservar su propio criterio frente a la realidad cocinada en las redacciones y previamente sugerida en los consejos de administración de la prensa adicta.
Un servidor no es tan
refractario como la santa, quizás por despecho, quizás por una radical falta de
fe en las bondades del sistema. Es decir, lo que la santa llama “nuevas
mentiras”, para este jubilata en ejercicio de supervivencia post/Covid-19, no
son tales nuevas, sino el habitual sistema propagandístico adaptado a la
realidad del momento presente. No son mentiras novedosas, sino las semi verdades
que conviene sean propagadas y creídas en cada momento.
Y si no, improbable y
siempre paciente lector, dedique un par de minutos a reflexionar sobre ese
invento que se va propagando como una pandemia. Me refiero a ese hallazgo
publicitario tan genial que llaman “La nueva normalidad”. La era post/Covid-19 (en caso que sea post y no un ocasional receso) nos la presentan como una forma
distinta, novedosa y aún imprevisible en sus efectos sobre normalidad. Esta
nueva normalidad tendrá la novedad, sobre la vieja normalidad - la nacida de la
crisis económica 2007/8 -, que viviremos otras aún no inventadas manipulaciones
de la realidad, pero con mascarilla.
Lo cual sí es novedoso. A la
dictadura de la ideología dominante (uno llega a añorar al abuelo Marx, ya
extinto) habrá que añadir la dictadura de la salud, de la distancia social, y
sus contrarios. A saber: desde las heterodoxias del terraplanismo antivacuna de
toda laya, hasta los iluminados profetas negacionistas de cualquier evidencia científica. Sin olvidar las habituales histerias
colectivas que achacan los males de la humanidad a un chivo expiatorio cuanto
más conspicuo, más odiado, tipo Bill Gates. Pero sirve cualquier otro, como las estatuas de los prohombres históricos. Con eso y la barra libre de las redes sociales desbridadas de todo raciocinio, la “nueva
normalidad” será un espectáculo digno de ser vivido.
La lástima es que a este
jubilata ya no le pilla en edad. Con los huesos duros, las articulaciones
encasquilladas, y las sinapsis neuronales en stand by, no va a disponer de
recursos propios para ser un espectador activo de la normalidad que dicen será
nueva.
Una novedad no imaginada, algo así como el descubrimiento de América
para quienes se acostaron medievales y se despertaron renacentistas. Pero sin
Colón, que ya nos vamos cargando sus estatuas de esclavista sin entrañas (en
plan Black Lives Matter cabreados), como si los pueblos pudieran enmendar su
propia historia flagelándose ante las cámaras de televisión. La iconoclastia
historicista solo consuela a los necios, y algunos nos queremos lúcidos.
Nosotros, algo parecido a
los colombinos: nos acostamos ayer saliendo de la crisis del capitalismo de las subprime y el ladrillo, y nos amanecemos hoy con la crisis post-Covid19 a la que llamamos Nueva
Normalidad. Solo que no disponemos de estatuas que apear de malas maneras para vengarnos de nuestro pasado reciente. Eso, quizás, porque hemos sido gobernados
por mediocres oportunistas que no justificaban el esfuerzo previo de subirlos a una peana. Y en ello seguimos. Por donde quiera que se mire en el ruedo de la política, los morlacos nos salen por las puertas giratorias ya afeitados y con el agradecimiento a los servicios prestados en forma de sustanciosas sinecuras.
No vaya a pensar el
improbable lector que hay pesimismo en lo susodicho, apenas algo de ironía
acibarada. Pero eso está en la naturaleza de los jubilatas provectos y no podemos luchar
contra ello. Paciencia y barajar. El saco de las ilusiones, que llevamos a las espaldas, está
agujereado, y por el burato las vamos perdiendo como si fueran miguitas de pan
que dejan un rastro, igual que en el cuento de Hansen y Gretel, para volver a casa.
Solo que,
como a ellos, los pájaros del olvido se nos las van comiendo. Al final, en
medio del bosque, siempre encontramos la casita de turrón, chocolate y caramelo.
Y mientras mordisqueamos el mazapán de sus paredes , la bruja malvada nos encerrará en la jaula
de la nueva normalidad, donde nos irá devorando como solía cuando la crisis
anterior.
Lo antedicho no es ninguna profecía. Que también la nueva normalidad pudiera tratarse de un mundo
al revés, como decía Juan Goytisolo y cantaba Paco Ibáñez en aquella memorable
sesión del Olimpia:
Érase una vez/ un lobito
bueno/al que maltrataban/todos los corderos.
Y había también/un príncipe
malo/una bruja hermosa/y un pirata honrado.
Todas estas cosas/había a la
vez/ cuando yo soñaba/un mundo al revés.
Pero, francamente, no lo creo.
Muy acertado el comentario y refleja bien nuestras referencias, las de siempre, y la confusión que tenemos frente a dónde agarrar una normalidad, supuesta o no.
ResponderEliminarCreo que no hay, hoy por hoy, mal que no provenga de nosotros mismos y es quizá por eso por lo que nos es tán dificil librarnos de los males. La nueva normalidad no saldrá sólo de los decretos que nos impongan; que nos impongan ya que no parece que el cuidarse del virus sea entendible por todos. Los nuevos comportamientos lo serán siempre que comprendan algún nuevo entendimiento de lo pasado; si no, no habrá nueva normalidad. La normalidad es, en realidad, la moral, las costumbres, Y la moral es siempre y así debe serlo, provisional; es decir que responda a : dónde se da, de dónde se viene y a dónde quiere irse. Por eso deberíamos hablar de nueva moral; sin tapujos.
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