Esta mañana, al levantarme de la cama y mirarme en el espejo para ver con qué cara empieza el día, he caído en la cuenta de que acabo de cumplir 75 años. Aparte de sentirme un poco como bicho raro por haber sobrevivido tres cuartos de siglo, de inmediato he echado la vista atrás para ver si tanta longevidad había merecido la pena. La verdad es que, si había llegado hasta aquí sobreviviendo a mis propios errores y derrotas, el revisionismo intrahistórico no tenía mucho sentido.
Y no lo tiene,
improbable y caro lector, porque lamentarse a toro pasado de lo que uno pudo
hacer y no hizo, de lo que pudo ser y no fue, de los sueños esfumados y de las
realidades tóxicas vividas, es una pérdida de tiempo. Además de una clara imposibilidad de enmienda: en la vida, la marcha atrás no existe. Por
eso, este jubilata septuagenario no piensa irse al rincón de llorar viejas añoranzas,
sino que siente cierta curiosidad por saber qué le deparan los próximos 75 años
por vivir. Incluso aunque sean menos.
Aunque por la
experiencia vivida – ese saco de vivencias que vamos cosechando por el camino –
tampoco es que lo porvivir vaya a deparar mayores sorpresas. Más bien volverá
a ser un cúmulo de reincidencias, una especie de karma loco girando sobre sí
mismo, reencarnando los mismos errores, las mismas ilusiones, los mismos
terrores y decepciones, y los mismos afanes por nadar y guardar la ropa. Un
poco más viejo, eso sí, que el padre Cronos sigue devorándonos con tesón.
Y por decir que uno
vivió y recuerda algo de lo vivido, de mi juventud recuerdo esa obsesión
existencialista que me duró algunos años, alimentándome de las fijaciones
existenciales de don Miguel de Unamuno, entre otros pensadores depravados.
Lecturas, por cierto,
poco recomendables para un joven como era yo, en edad de ir a los guateques del
domingo por la tarde. Pero que las traigo a colación porque, en aquel lejano
entonces, me devanaba los sesos como don Quijote con los libros de caballerías (La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón
enflaquece…, leía el pobre hidalgo a la luz del candil mientras pasaba las
noches de claro en claro y los días de turbio en turbio); Y don Miguel (el
Unamuno, no el Cervantes) confesaba en sus Recuerdos de niñez y mocedad: “Yo
no me acuerdo de haber nacido. Esto de que yo naciera - y el nacer es mi suceso
cardinal en el pasado, como el morir será mi suceso cardinal en el futuro —,
esto de que yo naciera es cosa que sé de autoridad y, además, por deducción. Y
he aquí cómo del más importante acto de mi vida no tengo noticia intuitiva y
directa, teniendo que apoyarme para creerlo, en el testimonio ajeno. Don
Miguel tenía esas cosas y a mí me daban que pensar…
Y si un día me nacieron sin pedirme parecer, recién terminada la II guerra
mundial, otro día me nací yo por mi cuenta a la jubilación, ese líquido
amniótico en el que floto desde entonces. Y para soportar la angustia vital,
herencia unamuniana y de otros socráticos corruptores de la juventud, como Ciorán o Sartre, decidí montarme una bitácora por la que llevo navegando ya
11 años. Bitácora que me permite ser superficial, con el beneplácito de los
dioses y de los amables lectores que suelen darse una vuelta por aquí de vez en
cuando. Y para dejar constancia del hecho, y terminar con estas confidencias al
improbable lector, aquí queda la primera entrada que se registró el 16 de enero
de 2009, a las 21,41 h.
“Sospecho que un blog
para un jubilata jubilante, en el fondo, es como bajar al bar todas las tardes
a echar la partida. Pero si te molestan los ruidos de los parroquianos y la
cochambre propia del bareto del barrio, eso del blog es el gran invento.
Delante de tu pantalla, navegas por los océanos internauticos, ves mundos que
nunca encontrarías en los palos de la baraja, vas y vienes por mil islas hechas
de electrónica e imaginación y, cuando te cansas, un leve ¡clic! y el mundo
desaparece de tu vista. Y encima, tienes tu propio libro de bitácora.
"Prefiero llamarlo
"bitácora" y no "blog", que, al fin y al cabo, uno siente
escasa simpatía por el mundo anglosajón, aunque reconoce que, puestos a
inventar, se les da mejor que a nosotros. Se ve que el "Que inventen
ellos", aparte su originalidad, es un lastre que arrastramos. Pues, eso,
decía que uno dispone de su bitácora y en ella va dejando constancia de lo que
ve y vive, dentro de esta galaxia Internet y en la vida corriente. Por lo
demás, que dure y que lo veamos.”
Y, por hoy ya vale, que cumplir años le pasa a cualquiera. Tampoco es para
tanto.
Muy bien Juanjo, tu bitácora te acompaña en ésos mares que ves tantas cosas para contar y contar .
ResponderEliminarGracias
Genial Juanjo, sigue con tu bitácora contando historias y cada año cumpliendo. Felicidades.
ResponderEliminarTú sigue así y verás, ¡qué diablo de hombre! vas a conseguir llegar a los noventa, aunque sea para que haya NO VENTA de tí. ¡¡¡Felicidades!!!
ResponderEliminarGenial, felicitaciones, y sigue cumpliendo muchos años, para que sigas compartiendo esta Bitácora de una vida llena de experiencia y sabiduría.
ResponderEliminarEllas y ellos están inventando,ahora mismo, la muerte de la muerte y nosotros nos aprovecharemos de esa invención mientras nos dedicamos a la hostelería que es lo nuestro.
ResponderEliminarEl mismo Unamuno rectificó en esa línea en 'El pórtico del templo', un diálogo:
"ROMÁN.- Inventen, pues, ellos y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones. Pues confío y espero en que estarás convencido, como yo lo estoy, de que la luz eléctrica alumbra aquí tan bien como allí donde se inventó.
SABINO.- Acaso mejor".