Frente al
palacio de cristal, al otro lado del pequeño lago, tres grandes cubos de
hormigón, coronados por una cercha que servía para transportarlos, recuerdan a
una escollera del mar Cantábrico. Su procedencia es el puerto de Bilbao y el
autor, Agustín de Ibarrola. Es como una añoranza del Cantábrico bravío, anclado
en tierra. Una utopía para mesetarios.
Si uno gira la
vista, verá al fondo el palacio de Velázquez, con su tejo milenario haciendo
guardia en uno de sus extremos. El jubilata, que esta mañana de domingo ha
decidido darse una vuelta por el parque del Retiro, viene con la intención de
ver una exposición allí: De Norte a Sur, Ritmos, de Anna-Eva Bergman.
No es que un
servidor sepa gran cosa de esta pintora noruega – más bien nada en absoluto –,
ni siquiera sospecho qué ritmos pueden ser esos que van de norte a sur. Sólo la
curiosidad del paseante me empuja a entrar en el palacio de Velázquez y echar
un vistazo. Ya se sabe, el ocio lleva a la curiosidad, la curiosidad a la observación, y la observación, en este caso, a esa vieja afición
de años por husmear en las exposiciones que presenta el Reina Sofía, a ver de
qué va la cosa y escribir, si se tercia, sobre ello. Uno va así alimentado su
bitácora, se crea fama cultureta, afianza su autoestima de erudito peripatético, pasea sin prisas, y,
de paso, entretiene un rato al improbable lector de esta bitácora.
Siempre llama
la atención la blancura impoluta del recinto de este palacio de
Velázquez, con su aire impersonal y neutro, apto para recibir cualquier muestra
de arte actual que destaca sobre sus paredes. Sus columnas de hierro le dan una
simetría geométrica que ayuda a esa sensación de lugar de paso. Sus cristaleras
del techo permiten el paso de una luz natural sin matices. Todo ayuda a concentrarse
en las obras colgadas en las paredes.
Éstas, visitadas hoy, están formadas con colores planos, con formas geométricas irregulares, limitadas por bordes
lineales que son, en opinión de la autora, la transición de un espacio a
otro: de la luz a la oscuridad, de un color a otro. Estamos ante una
abstracción pictórica y el visitante no sabe encontrar una sensación estética,
dentro de aquellos esquemas clásicos que aprendió en la facultad de letras, que le
permita disfrutar o identificarse con esas formas de colores planos,
irregulares a veces.
Para eso están
las cartelas, para cuando uno no tiene idea de qué está viendo. Ya se sabe, uno echa un vistazo al cuadro, lo mira con mirada que
pretende ser de entendido, y, discretamente, va a leer la cartela que le sacará
de dudas. Y lee, por ejemplo: Planeta de plata sobre fondo azul. ¡Ah,
Bueno!, respira aliviado el observador, estaba claro, esa circunferencia
plateada es un planeta. No hay más que ver que está sobre un fondo azul cielo. El observador no tiene que averiguar más, ni hacer cábalas estéticas para dar forma mental a
una circunferencia plateada sobre fondo azul.
Y otro más allá: Falaise (lee en otra
cartela) Acantilado: en mitad de la Meseta, un acantilado es un no
lugar, pero uno acepta la explicación. Si Agustín de Ibarrola nos ha acercado el Cantábrico al Retiro, no hay razón para que la señora Bergman no nos acerque también los acantilados del mar de Barens. Aunque este acantilado esquemático no produce vértigos ni atracción del vacío al observador, sino
conformidad con su planitud: pero, si la artista dice que es un acantilado, lo es. Ella tiene la
experiencia de los fiordos noruegos.
Y el ocioso sigue su
visita pausada, observa otro cuadro cuyas formas esquemáticas le asemejan a otros ya vistos. La abstracción pictórica – de la que se ha
hablado – no le permite desentrañar el sentido profundo de lo allí representado
y por eso se acerca y lee la cartela: Non titré, sin título. Sacrebleu!! (piensa en francés para no desentonar). El desconcierto del observador,
que ya empezaba a comprender que hay un planeta plateado, un acantilado, unas
piedras castellanas (de las que aún no se ha hablado), es manifiesto. Se siente frustrado al no poder hacerse una representación mental de aquellos trazos que lo mismo pudiera ser la soledad en una playa boreal que un desierto.
Y peor aún,
cuando la identidad de lo representado consiste en un número. Sirva de ejemplo este que dice: Nº 36 – 1969.
La frialdad de los números mata la imaginación y desmoraliza al visitante,
quien ya empezaba a creer comprender lo allí expuesto. Si no hay título, si solo hay un número de serie, el pobre visitante queda desvalido.
Ya sabía, porque lo había leído previamente,
que doña Anna-Eva Bergman, a través de sus abstracciones, refleja el paisaje
helado de su Noruega natal y, en los años 60, conoció España y el paisaje
castellano. De ahí establece un parangón entre el mar del norte y los fiordos
con las llanuras mesetarias, un mar de tierras y piedras. De ahí el nombre de
la exposición: De Norte a Sur, Ritmos. En la visión de doña Anna-Eva, cree
entender el observador, hay un ritmo que une a las negras e irregulares piedras
de un campo de Castilla con la negra quilla de una barca varada en una playa de
su Noruega natal.
Termina la visita y todo son conjeturas y perplejidad.
Este jubilata
ha tomado algunas notas y fotos para recordar qué ha visto, y, satisfecho de lo
visto aunque no bien comprendido, flanea por las sendas del parque buscando
aquellas menos transitadas. Y va pensando en los artistas que saben traer la soledad de los oscuros
mares norteños hasta esta ciudad populosa y mesetaria. Y también piensa en esos jubilados impertinentes que
visitan exposiciones de la misma forma que un analfabeto mira las estampas de un
libro: sin comprender el texto.
Tienes razón Juanjo todo no lo sabemos
ResponderEliminarGracias por el paseíto, hacía mucho que no veía el Retiro.
ResponderEliminarSiempre es bonito pasear por el Retiro y de paso ver alguna exposición. El Palacio de Velazquez tiene un encanto tanto por fuera como por dentro, esas paredes blancas tan impolutas y la forma en que estan distribuidas las columnas hacen que cualquier exposición tome vida.
ResponderEliminarEsta pintura que describes tan abstracta no es fácil de comprender y tienes razón que hay que mirar las cartelas por si te puedes enterar que ha querido representar en este caso la pintora.
Lo mas interesante de la abstracción es que no te deja impasible ante el cuadro te hace pensar que es lo que quiere representar en el cuadro, aunque no lo entiendas. Yo siempre me quedo con el interés de qué es lo que ha querido plasmar y qué pensaba en ese momento la artista....
Gracias Juanjo por tus pensamientos tan bien descritos en este blog . Iré a verla. Un abrazo. Mercedes