Leído al azar en un parque |
La vida del
jubilata está llena de pequeños actos que se quedan en lo anecdótico. Estas
anécdotas de la vida corriente, de puro anodinas, suelen pasar desapercibidas incluso
para quien las vive. Por eso, por su insignificancia precisamente, les dedicamos hoy
un poco de atención en esta bitácora. Más que nada, para que el improbable
lector se haga cargo de con qué pequeñas briznas de la realidad cotidiana, los pensionistas
tejemos los mimbres de nuestra monótona existencia de supervivientes post Covid.
Son, estos que siguen, a modo de recortes de la vida ordinaria. Fragmentos tomados al azar del cajón de los recuerdos más próximos, sin ilación entre ellos. Sin apercibirnos casi de su existencia, construimos con ellos nuestra forma de pasar por el mundo. Nos sirven para aferrarnos levemente a la realidad que fluye.
Tan apresurada es esta realidad, que nuestro ahora del instante
en que escribo será el ayer del mañana en que tú, paciente lector, leerás esto. Si lo tienes a bien, claro está. Un mañana, que cuando llegue, irá pasando según vayas leyendo.
Pero
tranquilo: "filosófico estás" le dijo Babieca a Rocinante. La parrafada que precede no es más que consecuencia de una lectura a
destiempo y no bien digerida de Pessoa en su Libro del Desasosiego: Con pequeños malentendidos con la realidad construimos
las creencias y las esperanzas, y vivimos de las cortezas a las que llamamos
panes, como los niños pobres que juegan a ser felices. Así que, por un rato, juguemos a mordisquear esas
cortezas de realidad como si fueran panes que alimentan nuestra vida de cada
día.
Las anécdotas, las cortezas de realidad, esos pequeños sucesos de que hoy hablamos
fueron así; o así los recuerdo:
Iba un servidor la mañana del sábado en la línea 6 del metro, camino del hospital San Francisco de Asís para pedir cita con el cardiólogo para mi santa y su corazón arrítmico. Un hombre entrado en la cincuentena, alto y muy muy delgado, desgreñado y con ropa ajada, se paró en un extremo del vagón y empezó a pedir. Le observé con atención discreta. Acostumbro a no ignorarlos cada vez que me tropiezo con indigentes en el metro. Se notaba a la legua que éste no era un profesional de la mendicidad.
En voz casi imperceptible pidió alguna ayuda. Éramos pocos en el vagón y nadie levantó la cabeza de su móvil. Que nadie se escandalice por eso, es lo habitual. Escarbé en mi bolsillo y le entregué 40 míseros céntimos, la única colecta que consiguió en aquel viaje. El hombre me dio las gracias. Cuando deposité las monedas en su palma abierta, nuestras manos apenas si se rozaron. Sacó del bolsillo un pequeño frasquito y me ofreció: Caballero, ¿quiere un poco de gel? Le di las gracias, yo ya tengo el mío, le dije.
Te aseguro, amigo lector, que sentí una enorme
simpatía por aquel hombre condenado a la indigencia. Y me avergoncé de haberle
dado esas pocas monedas. Pero olvidé pronto el incidente, ya que conseguir cita
con el cardiólogo era mi mayor preocupación.
Ayer en el parque del Calero dábamos nuestro paseo, como cada tarde. Sentados en un banco, charlábamos. Frente a nosotros se oyó un “cloc” de algo que chocaba contra el suelo. Era un pollo de cotorra argentina que había caído del nido. No tenía las alas desarrolladas como para volar, simplemente cayó a plomo desde una altura de unos cuatro o cinco metros. El animalito sobrevivió al golpe, se puso sobre sus patas y, remando a duras penas sobre ellas, se fue desplazando hasta mimetizarse con los setos que había al lado.
Ya sabía yo por observación que muchas crías de aves
caen del nido, bien porque sus propios hermanos más fuertes los expulsan para
aumentar la ración de comida, bien los tiran sus propios padres cuando tiene
demasiada prole y el trabajo de alimentarlos es excesivo. O porque quieren ver
mundo antes de tiempo…
Lo que nos sorprendió fue su afán de supervivencia,
que le llevó a ocultarse de posibles depredadores de forma instintiva. Aunque
no creo que hubiera terminado entre las fauces de los perros domésticos que
abundaban por allí. Estos perros señoritos, criados en pisos de humanos,
alimentados con piensos, castrados de agresividad, mendigos de caricias, con su
cartilla de vacunas al día, hubieran sido incapaces de hincarle el diente a
aquel puñado de plumas a medio madurar.
En casa tenemos una papelera en una habitación que, por sus dimensiones reducidas y ser mi lugar de lectura y escritura, llamamos “el despachito”. A aquella papelera van a parar los papelorios inservibles por lo que, de vez en cuando, hay que hacer limpieza. Cuando rebosa, llenamos una bolsa de papelotes y la llevamos al contenedor que hay enfrente. Lo habitual en cada casa.
Vaciando la papelera que estaba a rebosar, cayó en mis manos un tique de una tienda donde había comprado bolsas para la aspiradora. Inadvertidamente, le di la vuelta al recibo de venta y pude leer: <<ESPAÑA ADELANTE. Nuestros comercios nos necesitan. Levantemos nuestro barrio comprando en nuestros comercios de toda la vida. Luchemos por nuestros productos (el subrayado es mío)>>. Tuve curiosidad, fui a ver el envase de los filtros y ponía: MADE IN GERMANY. Suction Power. Filtration Performance. Total, el artilugio era alemán y venían las instrucciones en inglés.
Me sorprendió aquella incongruente arenga patriótica
de caja registradora. Seguí vaciando la papelera y rellenando la bolsa de papel
sin que los recibos de la luz, del gas, del supermercado, las notas de cargo
del banco, los resguardos de la tarjeta de crédito, la publicidad del buzón de
correos, las listas de la compra, despertaran mis adormecidos fervores
patriótico-mercantiles. Menos mal, porque estos aldabonazos que los tenderos dan en la conciencia ciudadana son otros tantos tientos a la bolsa.
Lo dicho, con estas cortezas de pequeñas vivencias domésticas amasamos los panes de que se alimenta nuestra vida de machuchos (lo de machucho es porque lo leí en un cuento de la Pardo Bazán).
¡¡¡Me encanta todo lo que has escrito aquí y el remate final!!! Muchas gracias
ResponderEliminarSalve, Johannes, tus incondicionales te saludan. Estas pinceladas siempre son bienvenidas. Hoy querría solo comentar la pintada que vió Carlos en su barrio para decir que no estoy de acuerdo con ella, ya que ilusión deriva del lat. Illudere- engañar, engañarse- derivado a su vez del lat. ludere- jugar; situaciones todas ellas que se dan en el amor como en todo lo demás, incluso lo más serio. No podríamos incluir en esto la "ensoñación" que tuvieron los presos del Procés, pues ya es doctrina que tal ensoñación fué verdadera y no un engaño propio ni mucho menos a los demás, con lo que no pudo haber colusión; de lo que puede concluirse que la excarcelación ha sido justa y necesaria.
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