He leído que Graham Green escribía cada día, de lunes a viernes, quinientas palabras. Ni una más. A ese ritmo pausado, durante veinte años, le dio tiempo a escribir treinta novelas, cinco antologías de cuentos, cuatro volúmenes de biografías y otras menudencias literarias.
Si un servidor echa la cuenta de las palabras escritas mensualmente en esta bitácora, se queda bastante por debajo de las quinientas diarias: en la entrada anterior, 246 palabras; en torno a las 500/600 palabras en dos entradas mensuales, contadas a ojo de buen cubero. Lo cual, aplicando el principio del menos es más, según dicen que dijo Mies Van der Rohe, con apenas una o dos entradas que cuelgo en el blog cada mes, tengo ya escrito un centón de articulillos.
Suficiente para crearme
un nombre literario, si eso fuera suficiente. En el supuesto, claro está, de
que la calidad de lo escrito fuese pareja a la cantidad: 528 entradas, incluida la presente, desde agosto del 2010. Aun así, creo haberme ganado el derecho a un sitial en el parnasillo de los escritores anónimos. Tan anónimos como persistentes en
su empeño escribidores, aunque con escasa fortuna. Pero ya se sabe que la fama es veleidosa y el gran
público está ávido de escándalos sonados, fake news o trolas. Y en esta bitácora no tenemos de eso.
Pero, en apoyo
de mis merecimientos como escribidor constante, debo añadir los diarios
personales, iniciados con el siglo presente, donde se recogen las minucias vividas con
notas, comentarios e impresiones de la vida corriente. No es que sea lectura –
no nacieron para eso – destinada a un público curioso de intimidades ajenas,
pero sí que son labor diaria de hormiguita que acarrea briznas de yerba a su
despensa literaria.
Leí en tiempos de juventud que Thomas Mann escribió sus diarios durante toda su vida, en los que recogía minuciosamente hasta quehaceres tan íntimos como las veces que se cambiaba de ropa interior. Nada más lejos de las intenciones de este jubilata sacar a la luz las veces que se lava los dientes al día (por ejemplo), y menos todavía querer compararse con tan afamado escritor. Siquiera porque los personajes de sus novelas no tienen parangón con los personajillos de mis cuentos. ¿Cómo podría compararse el bello Tadzio, de Muerte en Venecia, o el atormentado Adrian Levenkühn de Doktor Faustus, con un infeliz como Piojito el Butronero o un ciclotímico como mi vecino el depre?
La belleza estética que hay en los personajes de Mann mira con desdén a mis anodinos personajes que sobreviven a su propia incapacidad para ser personas normales. Pero son hechura de mi imaginación y criaturas por las que siento un cierto cariño y preocupación. Como un padre por hijos de bajo coeficiente, pesaroso de tener que abandonarlos a una suerte incierta cuando él falte.
Sí fueron
escritas para lectura restringida a los componentes del grupo, las crónicas de
los viajes que los antiguos alumnos y amigos del Grupo de Estella organizaban
cada primavera hasta que la maldita pandemia del coronavirus lo ha desbaratado.
Viajes a lugares exóticos como Irán, Georgia, Armenia, Egipto, y otros menos exóticos,
pero igual de interesantes a Turquía, Rodas y el Peloponeso, el País Cátaro,
Sicilia, la Apulia… y algún otro que se queda en el tintero. Relatos de viajes donde este
jubilata se ha ganado una cierta fama de cronista ameno entre allegados y amigos. No es poco para un plumífero aficionado.
En fin,
sinceramente, el interés de esta entrada estaba en escribir, al menos, 500
palabras, como hacía Graham Green. Y creo que las he sobrepasado. Al igual que Lope:
Contad si son catorce y está hecho.
Creo que si te has ganado el sitial en el parnasillo de los escritores anónimos. Genial descripción de la lectura. Un abrazo
ResponderEliminarCreo que tu merecimiento ha estado en esa continuidad que nos ha tenido a todos encantados en espera de tu querido blog, sin mirar al tamaño de las entregas que poco importa para quien te conoce pues eso es lo que de verdad apreciamos de tí y era a tí lo que de verdad queríamos recibir cada semana : Y acababa llegando.
ResponderEliminarEs interesante la contabilidad de las palabras que hacía Graham Green. Pero sigo tu escritos aunque fueran haikus.
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