Cuando cumplí 66 años escribí una entrada en esta misma bitácora en la que citaba aquella frase tan conocida de Unamuno de “Yo no me acuerdo de haber nacido…”, que el improbable lector puede ver en su obra autobiográfica Recuerdos de niñez y mocedad. Que en sus Recuerdos confesase no recordar un hecho cardinal en su vida, como era su propio nacimiento, era una de tantas paradojas de don Miguel a las que nos tenía tan acostumbrados y que tantos quebraderos de cabeza nos daban tratando de desentrañar su significado.
Lo que, si se me permite la digresión, me llevaba
a las lecturas de Don Quijote en sus malhadados libros de caballerías, cuando
se topaba con frases de tan complicado razonamiento como aquella de “La razón de la sinrazón
que a mi razón se hace, de tal manera mi razón escurece…” Así, de paradoja
en paradoja, cuando no de absurdo en absurdo – lo de los ejemplos librescos ha sido solo
para ilustrar –, se me ha ido pasando la vida hasta llegar a los 77 que acabo
de cumplir. Y el problema, si lo es, consiste en que me descubro septuagenario
más siete sin paradojas que llevarme a la boca y con los absurdos convertidos
en pasto habitual de los medios de comunicación, hasta el punto de resultar
paradójica la existencia de una normalidad de andar por casa.
Se trata de esa normalidad del día a día a la que aspiramos los
viejos – dicho sea lo de “viejos” sin temor ni resquemor – para sentirnos con
cierto confort en la última etapa de nuestro vivir diario, y se trata, también, de la espera de
noticias previsibles en los telediarios, que funcionen como certezas y confirmen
esa normalidad anodina a la que aspiramos. Noticias tan previsibles y de cada
día como la guerra en Ucrania (cuando no ésta, otra), la remontada de precios
de los carburantes, el enriquecimiento sin límite de las transnacionales
gracias a una guerra oportuna, las más de doscientas persona que hacen cola cada
mañana en el comedor de caridad Ave María, en la calle Doctor Cortezo, o el
precio del aceite en el súper, o el cambio climático, sin ir más lejos…
Pero una sopa de tomate, estampada en Los
Girasoles de Van Gogh, es algo que me ha hecho darle muchas vueltas al magín
para ver si aún entendía el mundo, o éste se mide ya por unos parámetros
incomprensibles. Incomprensibles, se entiende, para los que, siendo en aquel lejano entonces niños de aquella inacabable posguerra
civil, íbamos a la escuela con una pizarra y una tiza para aprender las
primeras letras. Un servidor, a pesar de su esfuerzo por estar al día, se teme que se
quedó estancado en la sopa Campbell de Andy Warhol y jamás llegará a entender
la profunda lección de un puré de patata embadurnando un cuadro de Monet en el
museo Barberini de Potsdam.
Bien es verdad que hay ilustres antecedentes de este proceder, como el caso de doña Mary Richardson, sufragista de pro, quien, en 1914, le metió un tajo de cachicuerna a la Venus desnuda de Velázquez en la National Gallery londinense, en defensa del voto de las mujeres. Pero las suffragettes victorianas tenían muchos redaños y no se paraban en barras, por mucho que se lo estorbara el polisón o el corsé de ballenas. Frente a esto, la sopa de tomate o el puré de patata no tienen color.
Este jubilata, que practica el pesimismo
antropológico como autodefensa (y no le va mal), entiende que los activistas de
Just Stop Oil, con todo su plausible afán por salvar a la humanidad de sus
torpezas, no tienen muy claro lo del erostratismo cuando aspiran a alcanzar la
efímera inmortalidad de miles de tuits que se agotan en esos breves like
pulsados por dedos anónimos.
Les falta, digamos, sentido de la gloria. Y para
eso, la Historia es maestra a la que conviene escuchar. No en vano, el cabrero Eróstrato prendió fuego al templo de Artemisa en Éfeso, y aún recordamos su
nombre tras veinticinco siglos, a pesar de la damnatio memoriae a la que
fue condenado por sus contemporáneos. Así, los justicieros de Just Stop Oil no
han caído en la cuenta de que, aparte el tsunami momentáneo en las redes
sociales, su nombre pasará al olvido y su propaganda por el hecho se verá
reducida a una más de las genialidades que esta sociedad premia con grandes
dosis de retuiteos momentos antes de correr tras alguna influencer de
las que no pagan impuestos en Andorra. Su sopicaldo vertido sobre un cuadro famoso
será una respuesta tan imaginativa como inútil, aparte de haber confundido el
culo con las témporas.
Quienes, como este jubilata, somos pesimistas en defensa propia, tenemos sospechas infundadas de que la humanidad no irá al garete ahogada entre los humos de los carburantes, en lo medioambiental, ni famélica ante la mirada indiferente de los Epulones que pueblan los paraísos fiscales, en lo social.
Siempre tenemos presente que los dioses enloquecen a
quienes quieren perder y a esta sociedad aún le queda mucha insania por
desarrollar. La suficiente como para esperar a ver si, por poner un ejemplo, al
señor Putin se le tuerce el hado y, en un gesto macho de "Pa chulo mi pirulo", aprieta el botón nuclear y vemos los misiles volar sobre nuestras cabezas.
De ser así, antes de la extinción masiva, al menos que nos de tiempo a colgar
un cartel en Chernóbil - la OTAN en el papel de Dalila - que diga: Aquí murió
Sansón con todos los filisteos. Y de no serlo, esperemos otro gesto imaginativo
de los activistas medioambientales que nos dé materia para otra entrada en la
bitácora.
Me quejaba yo de tánta trifulca en los Parlamentos y llegué y leí:
ResponderEliminar"Pelean los ladronesy descúbrense los hurtos" de "Refranes que dicen las viejas tras el fuego" recopilación del Marqués de Santillana.