Aunque el viejo Heráclito sostenía que nadie puede bañarse dos veces en las mismas aguas de un río, lo cierto es que la vejez es un nadar en esas mismas aguas arriba en el río de la vida, contracorriente, y con un ojo puesto en la orilla. Llegada la edad provecta, uno quiere nadar en ese río que llamamos la vida y guardar la ropa, y a ser posible – la experiencia dice que no –, sobrevivir al No-Ser al que niega la existencia la escuela eleática. Pero se pone empeño en ello, y con ello vamos sobrenadando y sobreviviendo.
Viene
al caso, casi, porque estos días pasados he estado leyendo la correspondencia entre Álvaro
Pombo y su editor a propósito de un ensayo suyo aparecido hace unos meses: La
ficción suprema. Un asalto a la idea de Dios. No es que un servidor sienta
un interés especial por la obra del señor Pombo y su religiosidad poética. Es
que mis últimas lecturas me han llevado por esos vericuetos, sobre la idea de
la religión como agarradero del sobrevivir a la vida; aquella vida
ultraterrenal que se forjan los humanos para sobrevivirse en el más allá. Lo que
me ha llevado de Puente Ojea y su Fe cristiana, Iglesia, poder – puro
racionalismo ateo – a la irracionalidad del sentimiento religioso. Como quien
dice, un bandazo de babor a estribor mientras uno se aferra a la barra del
timón para no naufragar.
In
tempestate securitas,
dice una pequeña moneda dorada que he encontrado en una cajita de tabaco
olvidada en un armario desde hace años. En la cara de la moneda se ve un velero
navegando seguro sobre un mar proceloso. En la cruz, un san Jorge alanceando un
dragón con la leyenda: Georgius equitum patronus. Dadas mis
preocupaciones (dicho sea sin alusión al sentimiento trágico de la vida, sino
más bien a mi curiosidad de bípedo pensante) de estos últimos tiempos, los
símbolos de la moneda de marras vienen a cumplir la función de metáfora. Uno
sobrenada la vida que le queda buscando algunas seguridades que le mantengan
firme sobre el puente, mientras alancea los dragones que le salen al paso cada
mañana al levantarse. Y eso sin caballo, a pie quedo.
Dice
el Sr. Pombo que se propone escribir un texto que titula Cuatro etapas o
experiencias, de las cuales tres son simultáneas: las experiencias religiosa,
ética y estética, y una cuarta que es cronológicamente la última, aunque
simultánea a las anteriores en el momento actual: la experiencia de la vejez,
la artrosis y la muerte. Lo de la artrosis dejémoslo en anécdota molesta; en
cuanto a la vejez y la muerte, más que simultáneas son consecutivas. Aunque,
visto desde la mirada optimista de Epicuro, cuando la segunda llega, la primera
ya no está. Y a la inversa. Aparte que la segunda, según Saramago en su Las
intermitencias de la Muerte, hay veces que olvida su condición predadora de
vidas y un día se olvida de matar.
Claro que sólo la razón
poética (supongo que el señor Pombo estaría de acuerdo) lo logra, según este
hermoso – y un tanto extenso – fragmento de Las intermitencias… que
reproduzco: La orquesta se ha callado. El violonchelista comienza a tocar su solo
como si sólo para eso hubiera nacido. No sabe que la mujer del palco (la Muerte)
guarda en su recién estrenado bolso de mano una carta de color violeta de la
que él es destinatario, no lo sabe, no podría saberlo, a pesar de eso toca como
si estuviera despidiéndose del mundo, diciendo por fin todo cuanto había
callado, los sueños truncados, las ansias frustradas, la vida, en fin ... El
solo ya ha terminado, la orquesta, como un grande y lento mar, avanzó y
sumergió suavemente el canto del violonchelo, lo absorbió, lo amplió, como si
quisiera conducirlo a un lugar donde la música se sublimara en silencio, la
sombra de una vibración que fuera recorriendo la piel como la última e inaudible
resonancia de un timbal aflorado por una mariposa.
... Al día siguiente no murió nadie.
Respecto
a la experiencia mística o religiosa, siendo él (el señor Pombo) y yo niños
criados en el nacional-catolicismo, el tránsito por ella era de obligado
cumplimiento (aunque cada cual haya elegido su camino posteriormente). En
cuanto a las experiencias ética y estética, puede que tengamos puntos de
encuentro. Recuerdo lo que me dijo un peregrino en el refugio de Roncesvalles
muchos años ha, que conocía a un tipo que había cambiado de chaqueta
transitando de la ética a la estética sin pasar por la mística. Debía referirse
a algún dirigente socialista de primera hornada que había cambiado la chaqueta
de pana y con coderas por la amante jovencita y bien tetada y por la afición a
la nouvelle cuisine.
Un
servidor ha transitado en paralelo por la ética (cuyos valores aún le sirve de
andaderas) y por la estética, que es un buen refugio para quienes no tenemos
empuje para labrarnos un status por encima de la mediocridad de la clase media
de medios pelos. Eres un esteta, solía decirme con ironía una compañera
de trabajo. Yo acostumbraba, por las mañanas temprano, a ponerme música clásica
en el ordenador en el silencio de mi despacho. Ella entreabría la puerta,
asomaba la cabeza y decía su ironía entre risas. Yo no se lo tomaba a mal, pues
ella era enlace de CCOO, acostumbrada a la brega sindical y poco interesada en
los nocturnos chopinianos interpretados por María João Pires. A mí éstos me
aliviaban de un trabajo vulgar y sin alicientes.
Somos
conscientes de que sobrevivimos, y sobremorimos, que diría Unamuno, porque
nuestra vista recorre el pasado con más intensidad que mira hacia el futuro y
porque, además, el impulso vital nos lleva al acabose sin prisas y sin pausa.
Mientras tanto, cultivaremos nuestro huerto con Cándido, con optimismo
leibniziano, porque tout est au mieux, que decía Pangloss.
Y si no, al tiempo...
Todo es mejorable, pero no todo va siempre a mejor. Eso lo sabemos ya bien los que estamos en esta época, en la que la crisis es el cambio que estamos sufriendo desde el capitalismo renacentista , ya dando las últimas boqueadas, hasta lo siguiente, aunque no sepamos aún qué nombre tendrá. Como decía Sampedro, D. Jose Luis.
ResponderEliminarDon Juanjo es hombre de bien y de buenas entendederas y sabe más de lo que dice. Por mi parte os entregaré este trozo de los "Refranes que dicen las viejas tras el fuego" rescatado para la posteridad por D. Iñigo Lopez de Mendoza, más conocido como el Marqués de Santillana, que dice así:
"Pensar no es saber" A buen emtendedor...