Lo divertido de la política
nacional es que cuando crees que unas elecciones generales traerán un poco de
sosiego al país, ves que taponan una vía de agua embarrada, pero abren otra aún
más tumultuosa que inunda la sentina de la res publica. Ganó el PP, pero de tal
forma que ni con el Vox logra mayoría. Quedó segundo el PSOE que cuenta con
Sumar, y para alcanzar capacidad de gobierno, necesita del apoyo de los
partidos regionalista y nacionalistas. Y, ¡Oh, caprichos del Hado!, necesita de
la abstención de los adeptos al prófugo Puigdemont si quiere lograr la
investidura. Mire usted por dónde, un prófugo de la justicia española tiene la
llave de la gobernabilidad del país contra el que delinquió. Cosas veredes, Mío
Çid que farán fablar las piedras…
Y además, el PP tiene mayoría absoluta en el Senado, con lo que, si no le dejan gobernar, puede practicar el obstruccionismo siempre que convenga a sus intereses. En esas estamos… Mientras, los analistas políticos imparten doctrina y son el oráculo de las televisiones.
Como quien dice, la política nacional son aguas estancadas donde
una pedrada en medio de la charca (en forma de obedientes, o quizás, resignados
votos ciudadanos) revuelve por un rato la superficie y alborota el légamo del
fondo. Pero las ondas son sólo superficiales y en círculos concéntricos que se
agotan a medida que se alejan del impacto.
Este jubilata y la santa,
responsables ciudadanos – o quizás malinformados ciudadanos – bajamos desde el
valle a Madrid para votar; de regreso, soportamos un enorme atasco de salida de
la ciudad en el no-ser de la autovía y volvimos a nuestro refugio serrano con
la satisfacción del deber cívico cumplido. Además de con la duda de si no seríamos unos ingenuos autoconvencidos de que un voto, unido a millares y
millares de ellos, cambia la orientación del sistema…, o a lo mejor lo legitima
para persistir en sus corruptelas y no somos más que tontos útiles. En esta
duda, el escepticismo es una sana higiene mental, pero jode porque no te dice a
qué tabla has de agarrarte para flotar en la charca.
Don Pío Baroja, que siempre fue muy
suyo y rezongón, no tenía ninguna confianza en las democracias (ese agregado igualitario
de gentes de todo pelaje) y no solía pararse en barras a la hora de calificarlas.
Escribió un artículo en el que hablaba de la democracia (ideal) como una
especie de benevolencia de unos con otros, que era el resultado del progreso, y
“la otra democracia de la que tengo el honor de hablar mal es la política,
la que tiende al dominio de la masa y que es absolutismo del número”.
Total, por el Artiñuelo, el
arroyo que pasa por delante de nuestra casa de verano, aún corre un hilo de
agua y lleva su escaso tributo al Lozoya, a las afueras de Rascafría. Eso, al
menos, no ha cambiado. Y puesto que la
naturaleza sigue su curso, este jubilata se calzó las botas de hacer leguas y
se fue a ver una charca de buen tamaño que está a medio camino entre el
Mirador de los Robles y la Casita de la Horca. Medio oculta desde el camino por
la maraña de vegetación, allí seguía, un tanto menguada de agua, pero con su
colonia de ranas croadoras que tienen la prudente costumbre de esconderse en el
fondo cuando algún curioso se acerca a ver su pequeño paraíso de aguas quietas y
vegetación enmarañada.
Desmintiendo la fábula de Esopo,
no se tiene noticias de que esa colonia de batracios haya decidido poner orden
en su sociedad pidiendo a Zeus que se les nombre un rey que las gobierne. Hacen bien,
que a lo mejor los dioses, hartos de su impertinente croar, les pongan un
madero flotando en medio del charco y les hagan creer que ese trozo de leño impartirá
justicia. Luego, las más hábiles, se subirán encima y dirigirán el cotarro ranero
porque, al fin y al cabo, el madero flota allí por designio de las divinidades.
Cosas así iba pensando este
jubilata senderista mientras bajaba a la presa del Vadillo. Sentado sobre una
roca, con el pequeño embalse a la vista, y el librito Elogio del caminar
de David Le Breton entre las manos, leía algo sobre las Largas marchas
inmóviles: La marcha es a veces infinita, sin otra dirección que el tiempo.
Un recluso, en su celda, puede recorrerse el mundo entero a fuerza de caminar
infinitamente los pocos metros lineales de su encierro y diciéndose: ahora
atravieso Francia y entro en Alemania; ahora bajaré hacia el sur e iré camino
de Roma… Libre en su imaginación, puede llegar a los confines del mundo.
Un servidor, sin moverse de la
piedra sobre la que se sienta, levanta la vista del librito, la extiende sobre
la lámina de agua del embalse, y convierte éste en un océano sobre el que
navega con su imaginación hasta aquel lugar donde basta leer unas páginas para
saberse fuera de su mediocridad. Y cuando cierra el libro y retoma el camino, ya
ha olvidado su condición de espécimen del demos humano obligado al
desove cuatrienal del voto.
La expresión de tu pensamiento es tan certera como razonable. Veremos si no tenemos que volver a las urnas antes del cuatrienio.
ResponderEliminarGracias por hacerme pasar un buen rato.
Besos a Teresa. Un abrazo
Muy bueno, Juanjo, nos haces ver lo que no se ve: magia.
ResponderEliminarGenial Juanjo, pero tendrás que bajar de nuevo a votar
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