domingo, 12 de abril de 2009

Sólo son cuentos.- Oficios raros, 4.

No más rutina.-
La radio local siempre decía de aquella ciudad que era un remanso de paz, una balsa de aceite y otros tópicos al uso que, aunque no eran un derroche de imaginación periodística, reflejaban con bastante exactitud la apacible vida de aquella capital de provincias.
La burguesía local iba los domingos a misa de doce y luego a comprar pasteles para la sobremesa. Los obreros en paro pasaban la tarde en el bar echando la partida y los municipales ponían alguna que otra multa de tráfico. La gente vivía instalada en sus rutinas. Sólo había un poco de bullicio cuando, los días de labor, a media mañana, los funcionarios se desparramaban por las cafeterías para el desayuno. Por lo demás, todo era sosiego y placidez; o si se prefiere, un muermo. La verdad es que tanta placidez era un aburrimiento. Por eso, algo empezó a moverse en aquella ciudad el día que en el periódico provincial apareció el siguiente anuncio:

"Prudencio Azurmendi Buendía
PSICÓPATA.
Iniciará sus actividades a partir del
próximo 1 de octubre.
(Oferta de lanzamiento por comienzo de actividad)"

Al anuncio seguían una sucinta información sobre horarios de atención al público, un teléfono de contacto y una dirección postal en un barrio respetable de la localidad.
Que el asunto empezara a interesar fue cuestión de días. El que más o el que menos sabía qué era eso de psicópata: la mayoría de la gente lo conocía de oír las noticias en la tele y leer los periódicos. Pero nadie podía imaginarse que en una ciudad tan tranquila pudieran tener un psicópata en plantilla, como quien dice. Y, como eran tan tradicionales en sus costumbres, al principio se resistieron a utilizar sus servicios y el psicópata se aburría.
Se comentaba mucho, eso sí, que a partir de ahora la ciudad tendría un aliciente, que la vida ya no sería tan monótona. Un psicópata suelto por la ciudad, en opinión de algunos, ayudaría a sobrellevar el tedio. Había quien se imaginaba, con un estremecimiento de placer, que unos pasos sigilosos le seguían en una noche de lluvia. Alguno se sobresaltaba cuando sonaba el teléfono a destiempo, pero lo cierto es que el psicópata estaba sin trabajo porque nadie quería romper la rutina de una vida sin sobresaltos.
Fueron las damas de clase acomodada las que pusieron de moda reclamar los servicios del psicópata. Se reunían por las tardes a tomar el té con tortitas y sirope y se aburrían una enormidad, hasta que a una se le ocurrió:
- Chicas, estoy tan aburrida que voy a ir al psicópata.
- Huuuy, qué atrevida –, comentaron sus amigas. – Desde luego, tú siempre dando la nota.
Todas hicieron como que se escandalizaban, pero lo cierto es que sólo era envidia. A todas les entusiasmó la idea, pero ninguna se atrevió a confesarlo.
La dama concertó una cita y se presentó en la consulta de Prudencio Azurmendi. Éste, que era un profesional serio, le explicó las distintas modalidades de comportamientos psicopáticos y la tarifa de precios que se ajustaban a cada uno de los servicios. Ella, que era económicamente solvente, contrató una semana de secuestro con asalto domiciliario y sevicias múltiples.
Una madrugada, de acuerdo con el contrato suscrito, él entró en la alcoba matrimonial, pegó veintitrés cuchilladas al marido de la dama y puso la habitación perdida de sangre. A ella se la llevó arrastrando por los pelos y la encerró en una cámara frigorífica. Durante siete días la tuvo maniatada y colgada de un gancho entre costillares de vaca y ovejas desolladas. Cada noche iba el psicópata, se ponía una bata de charcutero y abría el maletín donde tenía un surtido de cuchillos de carnicería. Regularmente, durante cuarenta y cinco minutos, le daba unos tajos y la amenazaba con rajarle la tripa y sacarle el mondongo. Luego, cuando terminaba la sesión, guardaba las herramientas, doblaba la bata, daba las buenas noches y se iba a acostar.
Fue el mayor éxito social que jamás se conociera en aquella ciudad. La dama apareció a la semana en un vertedero, flaca, desencajada, con ojos de terror y con principios de congelación en las extremidades. Todas sus amistades se desvivían por ir a su casa a que les contara tan terrible experiencia. El diario local lanzó una edición extraordinaria, la emisora hizo una encuesta callejera a micrófono abierto y las personas de orden empezaron a reclamar más seguridad en las calles.
- ¿Y te aburrías mucho todo este tiempo, tan sola? –, le preguntaban sus amigas de toda la vida.
- Qué va, qué va. – Decía ella, tan contenta por ser el centro de atención. – Se pasa más miedo... No te aburres nada, nada... Es el dinero mejor empleado.
A partir de entonces, el trabajo empezó a desbordar al psicópata Azurmendi, porque hasta los médicos del seguro se lo recomendaban a los enfermos neurótico, depresivos, o hipocondríacos de diverso pelaje.
- ¿Dice usted que sufre depresiones? Usted lo que necesita son emociones fuertes. Tome una sesión semanal de tratamiento psicopático, y en dos meses como nuevo –, recetaban los doctores.
Incluso se puso de moda alquilar al psicópata para regalo de cumpleaños. Se reunían varios amigos y, entre todos, pagaban un asalto del psicópata al homenajeado. Todo dependía del dinero recaudado y de las condiciones del contrato, pero en general, el protagonista del día quedaba satisfecho de la sorpresa. Bien porque sufría quemaduras de primer grado a causa del ácido que el psicópata le arrojaba, bien porque éste le tiraba en medio de un pantano con los bolsillos llenos de piedras, o cualquier otra atrocidad ingeniosa. La verdad es que era un regalo original.
La radio y el periódico locales no daban abasto para publicar tantas noticias terroríficas. Los contratos de publicidad de estos medios subieron como la espuma, y hasta la prensa nacional se hizo eco del asunto. También es verdad que la mayoría de la población no podía pagarse el psicópata y se levantaron voces de protesta. Se llegó a hablar de injusticia social y de la necesidad de ampliar el servicio de psicopatía a costa del erario público. El Ayuntamiento, en un pleno extraordinario, decidió convocar un concurso-oposición para cubrir plazas de psicópata diplomado y la oposición municipal tachó al alcalde de oportunismo político y demagogia.
Tanta publicidad se dio al asunto que acudieron psicópatas de todo el país. Al aumentar drásticamente la oferta, se produjo un reajuste en la demanda, provocando una bajada exponencial en los precios, hasta el punto de que sólo los psicópatas chapuceros podían trabajar por tan poco dinero. La mayoría se puso a robar para sobrevivir.
Al principio, Prudencio Azurmendi Buendía ajustó sus honorarios para competir; más tarde, hizo rebajas fuera de temporada y ofertas especiales en Navidad y Semana Santa. Pero era inútil. Había mucha competencia desleal. Sin embargo, como hombre de recursos, consiguió un contrato en la policía científica.
La ciudad, cada mañana, amanecía con sus calles hechas un asco, llenas de víctimas de psicópatas en paro y otros sádicos espontáneos. Él que conocía bien la profesión, ayudó a desentrañar muchos casos y logró un prestigio que, hasta ahora, nadie le discute.
Afortunadamente, aquella capital de provincia tiene ahora el índice más alto de criminalidad del país y a él le espera un brillante provenir. También es cierto que el sueldo de funcionario no da para muchas alegrías, pero al menos no se pone perdido de sangre en el trabajo.
Y lo que es más importante, en aquella ciudad nadie se aburre ya.

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