Alguna vez ya se ha dicho en esta bitácora que las salidas campestres de la Agrupación Aire Libre se hacen con la intención de disfrutar de la naturaleza y, cuando es posible, complementarlas con alguna actividad cultural. Y la marcha de este sábado pasado ha venido al pelo para los fines propuestos.
Nos hemos movido por las llanuras segovianas, por la comarca de Nieva. Sobre el plano, es como si hubiésemos hecho una gran Y tomando como vértices los pueblos de Domingo García, Bernardos y el cerro del Tomejón. En realidad, no salimos desde el mismo Domingo García, sino junto al cerro donde está la ermita de San Isidro y el roquedo donde hay una abundante muestra de petroglifos. Ésta es una zona de pizarras, algunas de las cuales han aflorado formando roquedos aislados. En las paredes verticales de algunas rocas, pulimentadas por la erosión, hay una abundante colección de grabados rupestres realizados mediante un piqueteado que perfila el dibujo o por un tosco bajorrelieve.
El muestrario de imágenes, guerrero armados y a caballo, escenas de caza, animales como caballos, perros y bóvido, abarca desde el Neolítico hasta la Edad Media. Aunque, para ser más exactos, hasta los tiempos actuales, ya que rompiendo las antiguas figuras hay letreros del tipo “fulanito estuvo aquí”, o las iniciales de algunas personas que han querido dejar constancia imperecedera de su paso por allí y de su incultura manifiesta.
Sobre el cerro, la ermita románica de San Isidro, que no mantiene en pie más que su muros deteriorados y agujereados, por donde uno puede ver retazos de llanura siguiendo el contorno irregular de los huecos. Tiene de interesante, además, que al pie del ábside se pueden ver aún varias tumbas antropomorfas visigodas tanto de adultos como de niños, muy deterioradas por la erosión. La ermita está en un estado tan lamentable que cualquier día se vendrán abajo algunos de sus lienzos y ya será irrecuperable. El edificio está incluido en la “lista roja del Patrimonio” a causa de su deterioro.
Camino adelante, llanuras cerealistas que rompen su monotonía gracias a que el relieve está un poco alomado. Frente a nosotros, el cerro del Tormejón y, un poco más allá, la depresión por donde discurre el río Eresma. Este cerro del Tormejón es un antiguo castro celtibérico de la época del Hierro, un asentamiento bacceo, que domina la llanura. Está protegido por un gran farallón calizo de paredes verticales y a sus pies discurre el arroyo del mismo nombre y, un poco más allá, el Eresma. Mirando hacia el este pueden verse las choperas del río, con sus vivos colores otoñales. Por el sur pasa la antigua línea férrea que unía Segovia con Valladolid, actualmente en desuso con la nueva línea del AVE. Fue un lugar fácilmente defendible y que domina la llanura circundante, abundante en aguas gracias al arroyo próximo, y al que se accede por una rampa excavada desde el pie del arroyo.
Sobre el cerro hay una ermita cuya primera fábrica es del S. XI que coincide con la repoblación, aunque actualmente no presenta al exterior características que llamen la atención. Al interior, por lo que he leído, se conservan pinturas murales románicas.
La excursión nos llevó hasta la alameda del río, donde el grupo se echó unos cantes y algún baile más o menos acompasado antes de emprender el regreso.
Estas tierras, de apariencia tan desolada en este otoño seco, están cargadas de historia y bien merecen una visita a sus pueblos, muchos de los cuales tienen el nombre de sus antiguos pobladores. Además de Domingo García y Bernardos, existe un Miguel Ibáñez y un Miguelañez, sin olvidar una Armuña (el “huerto” en árabe) que habla del poblamiento árabe en tiempos anteriores a la reconquista. Y sin olvidar, claro está, Nieva, con su iglesia y claustro románico que no puede dejar de visitarse.
Y ya vale, que luego el personal se me cansa de leer…
Nos hemos movido por las llanuras segovianas, por la comarca de Nieva. Sobre el plano, es como si hubiésemos hecho una gran Y tomando como vértices los pueblos de Domingo García, Bernardos y el cerro del Tomejón. En realidad, no salimos desde el mismo Domingo García, sino junto al cerro donde está la ermita de San Isidro y el roquedo donde hay una abundante muestra de petroglifos. Ésta es una zona de pizarras, algunas de las cuales han aflorado formando roquedos aislados. En las paredes verticales de algunas rocas, pulimentadas por la erosión, hay una abundante colección de grabados rupestres realizados mediante un piqueteado que perfila el dibujo o por un tosco bajorrelieve.
El muestrario de imágenes, guerrero armados y a caballo, escenas de caza, animales como caballos, perros y bóvido, abarca desde el Neolítico hasta la Edad Media. Aunque, para ser más exactos, hasta los tiempos actuales, ya que rompiendo las antiguas figuras hay letreros del tipo “fulanito estuvo aquí”, o las iniciales de algunas personas que han querido dejar constancia imperecedera de su paso por allí y de su incultura manifiesta.
Sobre el cerro, la ermita románica de San Isidro, que no mantiene en pie más que su muros deteriorados y agujereados, por donde uno puede ver retazos de llanura siguiendo el contorno irregular de los huecos. Tiene de interesante, además, que al pie del ábside se pueden ver aún varias tumbas antropomorfas visigodas tanto de adultos como de niños, muy deterioradas por la erosión. La ermita está en un estado tan lamentable que cualquier día se vendrán abajo algunos de sus lienzos y ya será irrecuperable. El edificio está incluido en la “lista roja del Patrimonio” a causa de su deterioro.
Camino adelante, llanuras cerealistas que rompen su monotonía gracias a que el relieve está un poco alomado. Frente a nosotros, el cerro del Tormejón y, un poco más allá, la depresión por donde discurre el río Eresma. Este cerro del Tormejón es un antiguo castro celtibérico de la época del Hierro, un asentamiento bacceo, que domina la llanura. Está protegido por un gran farallón calizo de paredes verticales y a sus pies discurre el arroyo del mismo nombre y, un poco más allá, el Eresma. Mirando hacia el este pueden verse las choperas del río, con sus vivos colores otoñales. Por el sur pasa la antigua línea férrea que unía Segovia con Valladolid, actualmente en desuso con la nueva línea del AVE. Fue un lugar fácilmente defendible y que domina la llanura circundante, abundante en aguas gracias al arroyo próximo, y al que se accede por una rampa excavada desde el pie del arroyo.
Sobre el cerro hay una ermita cuya primera fábrica es del S. XI que coincide con la repoblación, aunque actualmente no presenta al exterior características que llamen la atención. Al interior, por lo que he leído, se conservan pinturas murales románicas.
La excursión nos llevó hasta la alameda del río, donde el grupo se echó unos cantes y algún baile más o menos acompasado antes de emprender el regreso.
Estas tierras, de apariencia tan desolada en este otoño seco, están cargadas de historia y bien merecen una visita a sus pueblos, muchos de los cuales tienen el nombre de sus antiguos pobladores. Además de Domingo García y Bernardos, existe un Miguel Ibáñez y un Miguelañez, sin olvidar una Armuña (el “huerto” en árabe) que habla del poblamiento árabe en tiempos anteriores a la reconquista. Y sin olvidar, claro está, Nieva, con su iglesia y claustro románico que no puede dejar de visitarse.
Y ya vale, que luego el personal se me cansa de leer…
Me admira su memoria, don Juan José. ¿Cómo puede usted acordarse de tanto nombre? ¿Escribe su entrada con una mapa delante? ¿Toma notas, durante las marchas, de todos los letreros que se ponen a su alcance? No nos defraude y diga que son toponimias inventadas...
ResponderEliminarQue no, que no, señor Moyano, que llevo una libretica y un boli, amén del mapa que dan los organizadores.
ResponderEliminar¿Satisfecho?