O viceversa. O, a lo mejor, lo de jubilata y prostático es algo que tiene que ver con la edad… Creo que sí, que ambas cosas sobrevienen con la edad, no nos engañemos.
Pero ¿qué dice este hombre? Imagino que pensará el improbable lector de esta bitácora. Pues eso, que digo que arrieros somos y en el camino nos encontraremos. Si tú, impaciente lector que esto lees, crees que a ti no te va a pasar – lo de ser prostático, digo – lo llevas claro. Espera y verás. En cuanto pases de los 50 y el chorrillo del meo vaya menguando en intensidad, ya me lo contarás.
Por supuesto, por supuesto, me refiero a los lectores, no a las lectoras… Y en este caso, casi estaría dispuesto a afirmar que estamos ante una discriminación positiva al dejar al margen a las féminas. Aunque ellas ya tienen bastante con el climaterio, ahora que caigo.
Viene al caso porque esta semana he ido a la revisión urológica. Una gracia eso de pasar por la consulta del urólogo. Primero te manda los consabidos análisis de sangre y orina, lo que tampoco es para ponerse de los nervios. Lo jodido comienza con la ecografía, que tienes que ir con la vejiga a reventar, como las embarazadas para ver si el fetillo tiene o no pilila, y el radiólogo te empieza a apretar con la alcachofa y te entran ganas de mearle en la bata, y encima te deja pringado con el gel ese que te echa sobre semejante parte.
Pero, cuando vuelves a la consulta del urólogo con los resultados y te dice lo de “Vamos a hacer un tacto rectal. Bájese los pantalones y apoye las manos sobre la camilla”, entonces es cuando te entran sudores fríos. Que a nadie extrañe. Es que los que hemos nacido a mediados del siglo pasado no estamos acostumbrados a según qué prácticas, y eso de verse uno espatarrado y ensartado digitalmente por la retaguardia, aunque sea con profesionalidad médica y sin mediar pasión nefanda, es un trágala.
Por fin, terminadas las manipulaciones rectales, cuando el docto oráculo tiene a bien explicarte qué coños pasa con tu próstata, es para hacerte reproches del tipo: “Pues su P.S.A. está un poquito alto”. Y tú, que no sabes qué es eso, dudas entre justificarte –como si lo del P.S.A alto fuese culpa de tu mala vida pasada– o acojonarte directamente.
Ya digo ¡qué malos tragos los del jubilata! Al final, sales de la consulta con las recetas para las pastillitas que te hacen mear ligero y te vas corriendo al bar más próximo. Una cerveza, que es diurética, y un cigarrillo para compensar los sinsabores pasados.
Y a esperar la revisión del próximo año, sólo que esa vez ni cigarrillo nos van a dejar. ¡Jodidos políticos!
Pero ¿qué dice este hombre? Imagino que pensará el improbable lector de esta bitácora. Pues eso, que digo que arrieros somos y en el camino nos encontraremos. Si tú, impaciente lector que esto lees, crees que a ti no te va a pasar – lo de ser prostático, digo – lo llevas claro. Espera y verás. En cuanto pases de los 50 y el chorrillo del meo vaya menguando en intensidad, ya me lo contarás.
Por supuesto, por supuesto, me refiero a los lectores, no a las lectoras… Y en este caso, casi estaría dispuesto a afirmar que estamos ante una discriminación positiva al dejar al margen a las féminas. Aunque ellas ya tienen bastante con el climaterio, ahora que caigo.
Viene al caso porque esta semana he ido a la revisión urológica. Una gracia eso de pasar por la consulta del urólogo. Primero te manda los consabidos análisis de sangre y orina, lo que tampoco es para ponerse de los nervios. Lo jodido comienza con la ecografía, que tienes que ir con la vejiga a reventar, como las embarazadas para ver si el fetillo tiene o no pilila, y el radiólogo te empieza a apretar con la alcachofa y te entran ganas de mearle en la bata, y encima te deja pringado con el gel ese que te echa sobre semejante parte.
Pero, cuando vuelves a la consulta del urólogo con los resultados y te dice lo de “Vamos a hacer un tacto rectal. Bájese los pantalones y apoye las manos sobre la camilla”, entonces es cuando te entran sudores fríos. Que a nadie extrañe. Es que los que hemos nacido a mediados del siglo pasado no estamos acostumbrados a según qué prácticas, y eso de verse uno espatarrado y ensartado digitalmente por la retaguardia, aunque sea con profesionalidad médica y sin mediar pasión nefanda, es un trágala.
Por fin, terminadas las manipulaciones rectales, cuando el docto oráculo tiene a bien explicarte qué coños pasa con tu próstata, es para hacerte reproches del tipo: “Pues su P.S.A. está un poquito alto”. Y tú, que no sabes qué es eso, dudas entre justificarte –como si lo del P.S.A alto fuese culpa de tu mala vida pasada– o acojonarte directamente.
Ya digo ¡qué malos tragos los del jubilata! Al final, sales de la consulta con las recetas para las pastillitas que te hacen mear ligero y te vas corriendo al bar más próximo. Una cerveza, que es diurética, y un cigarrillo para compensar los sinsabores pasados.
Y a esperar la revisión del próximo año, sólo que esa vez ni cigarrillo nos van a dejar. ¡Jodidos políticos!
Pues imagínese usted, don Juan José, cómo me fue a mí, ya de jubilación más experta que la suya. Yo entendí al revés. Me presenté al urólogo con la vejiga vacía... y bueno, que me di cuenta del error en el tacto rectal... Vamos, el médico... No sé si el año que viene me recibirá...
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