domingo, 4 de octubre de 2009

Un paseo por Gredos.-


Como nuestras caminatas son cosa de salir el sábado, solemos desplazarnos a la Sierra de Madrid, que está a dos pasos. Tiene la ventaja de que en poco más de una hora te pones allí donde vas a hacer la marcha y, una vez terminada ésta, antes de anochecer estás de regreso en casa.
Pero esta vez nos hemos ido hasta Gredos, a hacer senderismo por los alrededores de Gavilanes, pueblo de Ávila a media ladera, entre bosques de pinos. Para quien no conozca estos parajes, Gavilanes es pueblo situado a 822 m sobre el nivel del mar, bajo el pico que llaman el Cabezo y tiene a sus pies el valle del Tietar.
Este pueblo, como los restantes de la zona, ha sido tradicionalmente ganadero y con una explotación agrícola de subsistencia. Como los parajes son escarpados pero abundan las aguas, los alrededores del pueblo están llenos de huertos escalonados y en bancales, donde se ha cultivado tradicionalmente el olivo, la higuera, castaños, limoneros, naranjos, nísperos, además de las hortalizas… La lástima es que cada vez está más abandonada la agricultura y se van deteriorando los bancales y los prados aparecen abandonados.
Nuestro paseo se inicia por una de las callejas o camino entre cercas que nos lleva hasta la fuente de la Cerradilla, donde llenamos las cantimploras y cogemos algunos higos de una higuera frondosa que está próxima cuyas ramas cuelgan por encima de la cerca. En estos pueblos de Ávila son famosos los higos, llamados de cuello de dama, que saben a pura miel.
Desde aquí vamos hasta la acequia que toma sus aguas al pie de la pequeña central hidroeléctrica que está junto a la cascada del chorro de Mingo Chico. Caminamos protegidos por la sombra de los pinos resineros que abundan por la zona. Hay que decir que éstas eran tierras de roble melojo (todavía abundan ejemplares), pero que fueron repobladas con el pino negral para la explotación resinera, hoy día abandonada. Abundan por estos parajes la jara, el tomillo, el orégano, especie ésta que está protegida y no se puede arrancar mientras la mata verdea.
La central hidroeléctrica (la “máquina” la llaman allí) es pequeña, construida en 1.934 para proporcionar luz a los pueblos de alrededor, y todavía sigue en funcionamiento. Tiene como característico el disponer del salto de agua más alto de toda España, ya que se toma a 470 metros por encima de la turbina. El lugar donde está es de ensueño, en una quebrada por donde baja el caudal de Mingo Chico, que ha labrado la roca granítica encajando el chorro. Es zona arbolada, fresca y amena, donde uno puede pararse a descansar, tomar la consabida pieza de fruta y oír el agua cayendo sobre la poza que se forma a sus pies.
Hablando con propiedad, el Chorro de Mingo Chico está cauce arriba. Nosotros llegamos a él trepando por un prado fuera de uso, alcanzando una pista que abandonamos al poco, y tomando un camino que nos lleva a una quebrada por donde desciende el chorro.
Como en todos los trabajos se descansa, paramos a comer en un lugar sombreado, bajo los pinos, donde hay tiempo para el bocata, la charla y el sesteo. La bajada la hacemos sin mayores inconvenientes y, antes de entrar al pueblo, nos acercamos a un venero (la fuente de “la tía Andrea”) donde el agua sale por un caño a flor de tierra, abundante y fresca. Volvemos a llenar nuestras cantimploras para refrescarnos de los calores tan fuertes que nos ha hecho a lo largo del día.
Con el recuerdo de nuestra caminata bajo la arboleda, el apacible murmullo del riachuelo y nuestras cantimploras llenas de agua fresca, volvemos a la ciudad, hasta la próxima escapada.

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