Ya estamos de vuelta. No es que me haya olvidado de esta bitácora virtual, no; es que los jubilatas tenemos esas cosas, que un buen día desaparecemos de casa sin dar explicaciones a nadie Son las ventajas de no tener ya un jefe reconocido y mandón, como cuando estábamos en activo.
Pues eso, que hemos pasado diez días en la bahía de Cádiz, viendo amanecer el sol por sobre las dunas del parque natural Los Toruños, junto a Valdelagrana donde teníamos nuestro alojamiento, y viéndolo ponerse sobre el mar, con Cádiz como telón de fondo. Un privilegio estético para los que soportamos las sempiternas obras públicas a las que nos somete el alcalde-faraón de Madrid.
Pero de estos días de aire limpio, placidez y largos paseos por la casi solitaria playa de Valdelagrana no quiero hablar ahora, sino del Adriano Tercero. Este Adriano no es un viejo emperador romano, sino lo que en el Puerto de Santa María llaman popularmente “el vaporcito”. Un viejo vapor construido hace más de 50 años en unos astilleros de Vigo (según la placa que hay en el castillo de proa) y que, desde su botadura, hace regularmente el trayecto entre el Puerto y Cádiz. Se trata de un barquito de dos cubiertas, construido totalmente en madera que atraviesa la bahía en cuarenta minutos y permite disfrutar de una travesía singularmente bella. Viajar en él tiene algo de familiar y entrañable. El acceso está en la cubierta superior y, como ésta es de techo bajo, siempre le advierten a uno que agache la cabeza para no darse un coscorrón. También, cuando va a salir y se anuncia con dos golpes de sirena, advierten a la gente para que se tape los oídos porque el barco será pequeño, pero tiene un “sierenazo” tan potente que puede sobresaltar a turista que llega a creerse protagonista del naufragio en el Titanic.
Tiene el vaporcito su amarre en un muelle sobre el Guadalete, junto a la antigua fuente de las galeras, donde, antes de hacerse a la mar, hacían la aguada las galeras de su majestad. Desciende por la desembocadura del río Guadalete, entre dos largos espigones, atraviesa la bahía meciendo al viajero con un suave oleaje y atraca en el muelle comercial del puerto de Cádiz.
Precisamente, este año cumple 75 la empresa Motonaves Adriano S. L. que es la propietaria del Adriano Tercero. Aunque no tengo datos, sé de oídas que en 1929 se botó el primer barquito, de nombre Covandonga, que hacía la travesía. Éste fue sustituido por el Adriano I, por el Adriano II después, y actualmente está en activo el tercero de ese nombre.
Dejo aquí un par de fotos – mías, y por lo tanto, no muy buenas – del barquito.
Pues eso, que hemos pasado diez días en la bahía de Cádiz, viendo amanecer el sol por sobre las dunas del parque natural Los Toruños, junto a Valdelagrana donde teníamos nuestro alojamiento, y viéndolo ponerse sobre el mar, con Cádiz como telón de fondo. Un privilegio estético para los que soportamos las sempiternas obras públicas a las que nos somete el alcalde-faraón de Madrid.
Pero de estos días de aire limpio, placidez y largos paseos por la casi solitaria playa de Valdelagrana no quiero hablar ahora, sino del Adriano Tercero. Este Adriano no es un viejo emperador romano, sino lo que en el Puerto de Santa María llaman popularmente “el vaporcito”. Un viejo vapor construido hace más de 50 años en unos astilleros de Vigo (según la placa que hay en el castillo de proa) y que, desde su botadura, hace regularmente el trayecto entre el Puerto y Cádiz. Se trata de un barquito de dos cubiertas, construido totalmente en madera que atraviesa la bahía en cuarenta minutos y permite disfrutar de una travesía singularmente bella. Viajar en él tiene algo de familiar y entrañable. El acceso está en la cubierta superior y, como ésta es de techo bajo, siempre le advierten a uno que agache la cabeza para no darse un coscorrón. También, cuando va a salir y se anuncia con dos golpes de sirena, advierten a la gente para que se tape los oídos porque el barco será pequeño, pero tiene un “sierenazo” tan potente que puede sobresaltar a turista que llega a creerse protagonista del naufragio en el Titanic.
Tiene el vaporcito su amarre en un muelle sobre el Guadalete, junto a la antigua fuente de las galeras, donde, antes de hacerse a la mar, hacían la aguada las galeras de su majestad. Desciende por la desembocadura del río Guadalete, entre dos largos espigones, atraviesa la bahía meciendo al viajero con un suave oleaje y atraca en el muelle comercial del puerto de Cádiz.
Precisamente, este año cumple 75 la empresa Motonaves Adriano S. L. que es la propietaria del Adriano Tercero. Aunque no tengo datos, sé de oídas que en 1929 se botó el primer barquito, de nombre Covandonga, que hacía la travesía. Éste fue sustituido por el Adriano I, por el Adriano II después, y actualmente está en activo el tercero de ese nombre.
Dejo aquí un par de fotos – mías, y por lo tanto, no muy buenas – del barquito.
Vamos a ver, don Juan José, cuando se da una vuelta por esa tierra que tanto admira su esposa (y perdone que descubra esta intimidad): los Estados Unidos de America. Creo que le gustará, convendrá conmigo, describir el bonito paisaje de las llanuras de Virginia; o el agrestre desierto de Utah; o el pintoresco puerto fluvial de Nueva Orleans... ¿Para cuando ese viajecito tan deseado a la gran urbe de Washington, al Capitolio?
ResponderEliminar"... cuando..." con tilde, amigo Moyano, con tilde (salvo que hable en una jeringonza, como don Juan José a veces, o jerigonza)
ResponderEliminarDon Antonio Moyano, don Augusto Ciruelo, ya saben que les agradezco el habitual paseíto que se dan por esta bitácora donde pueden considerarse como en su casa.
ResponderEliminarA ver si un día de estos quedamos en casa de nuestro común amigo Dento Pinheiro y nos tomamos una botellas de fino que he traído de las bodegas del Puerto de Santa María.
Y, sí, Sr. Moyano: cuando "cuando" es "cuándo" y no "cuando", estamos ante un adverbio interrogativo-exclamativo y no ante uno relativo. El idioma tiene esas cosas.
Las cosas como son, don Antonio