miércoles, 11 de agosto de 2010

Agosto, playa y familia.-


Un servidor, tan poco amigo de tópicos, ha ido a dar con el más habitual en estos días veraniegos. ¿No quieres caldo? Tres tazas: agosto, playa y familia. Aunque tampoco quiere pasar por desagradecido, que la familia le ha tratado bien, la playa era estupenda para los largos paseos, y agosto es inevitable dondequiera que uno lo pase. Lo que fastidia un poco es que los tres a la vez…
Ya que hemos pasado allí ocho días, me he dedicado a hacer sociología parda, de esa que hacemos los jubilatas con total impudinad desde la altura de lo ya vivido; esa que nos permite largar opiniones fundamentadas en el único patrimonio que se incrementa con la edad: la experiencia. Experiencia trufada de cierto escepticismo irónico que es como las antiparras a través de las cuales vemos el mundo que nos rodea.
El paseo tempranero que dábamos la santa y yo mientras los servicios de limpieza peinaban la playa hasta dejarla con la cara limpia, daba para la observación del material humano que encontrábamos a diario. Enseguida me llamó la atención ese espécimen de bañista acaparador, que, a las ocho de la mañana, ya coloca las hamacas y la sombrilla eligiendo el mejor lugar en primera línea de playa. Observé que era el colectivo jubilata el encargado de tal tarea. Unos jubilatas ventripotentes, tostaditos, de calzón olvidadizo de las modas, que acotaban un trocito de arena, justamente donde el agua lamía la orilla. Con la habilidad de un agrimensor, delimitaban su espacio clavando la sombrilla como los exploradores decimonónicos clavaban la bandera en lugares ignotos y tomaban posesión en nombre de su país. Estos, los jubilatas, más modestos, tomaban posesión en nombre de la familia (toda la caterva familiar propia de tales fechas…). A un lado y otro de la sombrilla, sendas hamacas, esterillas sujetas con montoncitos de arena; una porción de playa bien señalizada que defendían con su presencia hasta tanto bajase el resto de la tribu.
Recorriendo el paseo marítimo, lleno de tiendas con artículos playeros mil, me llamó mucho la atención que la mayoría de los anuncios tuviesen textos en cirílico. Enseguida supe la razón: aquello está lleno de rusos procedentes de la madre Rusia. En mi vida había visto tantos desde que, en tiempos de Bresniev, visité la ya extinta URSS, allá por el año 1982 ¡Coño, qué joven era uno entonces, que hasta tenía pelo y todo! Tenía juventud, pelo y unas ganas enormes de ver cómo era el paraíso soviético, donde eran tan avanzados que ya prohibían fumar en los bares. Se ve que el capitalismo le va a la zaga en ese avance social, para que luego digan… Pero, bueno, es otra historia. Dejo aquí una foto de aquella memorable visita.
Ver a las rusas, rubias como ninfas, de piel sonrosada hasta la transparencia, torrándose sobre la arena, me daba un poco de lástima. Pobres criaturas, disfrutando de la sociedad de consumo y ansiosas por llevarse como recuerdo un cáncer de piel o un melanoma. Pero ya se sabe, los rusos actuales son los nuevos ricos de Europa y tienen prisa por disfrutar de las ventajas del turismo de masas.
Los hoteles donde se alojan tienen ese aire un tanto kitsch tan del gusto de los parvenus, con sus enormes arquitrabes pseudo clasicistas, con sus altísimas columnatas dóricas o jónicas y su frontón, al estilo del Partenón griego, con sus estatuas de escayola descabezadas; o esa portada a medio camino entre el arte egipcio y el art déco. Un arte pompìer que es el signo distintivo de las clases medias emergentes, recién instaladas en el sistema capitalista, necesitadas del reconocimiento social de los habitantes de esta vieja Europa pasota.
Me hubiese gustado mucho hacer un estudio sociológico de las mamas que se lucían con tanta generosidad, pero me dio un poco de apuro. Las había grandes, como de matronas o amas de cría, fláccidas como odres vacíos, enhiestas como sólo los cirujanos plásticos saben modelarlas con total desprecio de la ley de la gravedad. Pero ya digo que no quería entretenerme mucho en su contemplación, no fuera que sus propietarias se mosqueasen y me confundieran con un mirón, cuando en realidad a uno le movía el puro interés científico-sociológico. Pero a ver quién es el guapo que lo explica sin que suene a excusa…

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