domingo, 11 de septiembre de 2011

Leer.-




Leer es uno de esos pequeños/grandes placeres que nos permitimos los jubilatas. Por lo menos, aquellos que hemos hecho de la lectura una actividad habitual, arraigada desde que éramos niños de escuela pública alimentados por la leche en polvo de la ayuda americana, de cuando la instalación de las bases yanquis que hicieron de nuestro país la última frontera frente a la horda marxista.


Digo que es un pequeño placer porque la lectura es una actividad que está al alcance de cualquier bolsillo, al margen de los ingresos económicos, y nos permite ocupar las muchas horas de que disponemos sin caer en manías por culpa de la ociosidad. Grande, porque un buen libro entre las manos es una puerta abierta al conocimiento o a la imaginación: dos vías por las que viajamos hacia mundos que están más allá de nuestras modestas vidas y ensanchan nuestros horizontes.


Y es que los lectores provectos fuimos niños de posguerra, de cuando "Por el Imperio hacia Dios", que parecía -según la propaganda política de aquel entonces- que éramos un país predestinado a grandes fazañas y estábamos a punto de reconquisitar América, pero carecíamos de bibliotecas. A falta de éstas, aquellos niños de eterna posguerra alimentábamos nuestros conocimientos con los saberes de la Enciclopedia Álvarez (una especie de compendio del saber universal), y nuestra imaginación con los tebeos que comprábamos en el quiosco donde, también, vendían pipas de girasol, peladillas, canicas y todo lo necesario para alimentar nuestras necesidades de futuros consumidores.


Quizás el improbable lector piense que desvarío si digo que el TBO, Hazañas Bélicas, el Guerrero del Antifaz o el Capitán Trueno fueron el primer escalón por el que comenzamos a ascender la empinada escalinata que nos llevó a la comprensión (más o menos, que tampoco conviene exagerar) del hilemorfismo aristotélico, o las formas "a priori" espacio-temporales según la teoría kantiana del conocimiento. O a entender la diferencia entre el cubismo analítico y el sintético..., o cualquier otra forma de saberes. Y pongo estos ejemplos porque un servidor es de letras y de conocimientos científicos anda un mucho escaso.


Pues sí, permítaseme que insista. Como esta bitácora es mía, insisto, afirmo y me ratifico en lo dicho: de la familia Ulises, Carpanta, Zipi y Zape, y Tribulete (el reportero del Chafardero Indomable), hasta la licenciatura en Filosofía y Letras, y luego en Historia, y todos los conocimientos que he podido adquirir a lo largo de la vida y que he olvidado, no hay más que una sucesión de escalores. Escalores hechos de lecturas; lecturas de entretenimiento, primero, de formación después y, actualmente de pura curiosidad intelectual o de ocio. Uno empieza leyendo por diversión y termina devorando libros por pasión.


Vamos, que si, siendo niño de primeras letras, no hubiese caído en mis manos un TBO con las aventuras del enamoradizo Cucufate Pí, actualmente no estaría leyendo las Historiae de Tácito o La sensualidad pervertida, de mi admirado e impío don Pío (Baroja). Porque, a fuerza de darle al manubrio de las lecturas, uno acaba distinguiendo entre las nociones de ver y conocer. Ver, vemos tele, mucha tele (que entretiene, amaestra y no da que pensar); vemos deportes, espectáculos, concursos y cualquier entretenimiento que nos entra por los ojos y rebota en las entendederas sin dejar huella apreciable. Pero conocer, conocemos a través de ese raro proceso mental que convierte la letra impresa (pasada por el filtro de los ojos) en nutriente de nuestra capacidad cognitiva y enriquece nuestra comprensión del mundo.


Dicho sea lo anterior sin intención de ponerse trascendente, que uno es jubilata de escueta pensión y no ha pasado de funcionario durante su vida activa. Y, dicho al paso, se alegra de ser lo primero y ya no lo segundo porque el funcionario, por lo que dicen por ahí los enmerdadores sociales, es el responsable del endeudamiento del Estado y un ejemplo deplorable y a erradicar, según los empresarios españoles, quienes ven con malos ojos que pueda haber trabajadores en este país (aunque sean del Estado) con una profesión estable.


En fin, por muchos sobresaltos que nos de el IBEX 35, siempre tendremos un libro que echarnos a los ojos. Eso, si la lideresa, doña Espe, no nos deja sin maestros que enseñen las primeras letras.

3 comentarios:

  1. Jacinto Manuel Martin14 de septiembre de 2011, 23:31

    ¡Ay, que no se puede resistir usted a esa puyita final de dudosa veracidad! me han dicho que ha disfrutado mucho leyendo Mortadelo y Filemón, y hasta Rompetechos... y ya era un poco mayor entonces...

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  2. ¡Ay, amigo Jacinto Manuel! Si Vd. hubiera leído, como yo, el artículo del ilustre D. PJRamírez sobre la verdad periodística, la subjetividad y la manipulación periodística, descubriría que lo mío son inocentes bromas sin mayor trascendencia.
    Lo de Mortadelo y Rompetechos, pues claro, uno sigue teniendo espíritu infantil...

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