Pero, no, aquí solo se trataba de dejar constancia de algunas impresiones al paso de caminante, así que me puse a ello. Como otras anteriores, la marcha estaba organizada por Juan y Guillermo, miembro y simpatizante, respectivamente, de la Agrupación Aire Libre del Ateneo de Madrid. Ellos guiaban un puñado de veteranos andarines en busca del solaz por la naturaleza y del disfrute de los conocimientos que depara el medio en sus aspectos cultural, ecológico, histórico... Veteranos muchos de nosotros, en feliz etapa de juliatería (si se me permite el palabro), no somos devoradores de kilómentos, somos "disfrutadores" de la naturaleza en sentido amplio: o sea, zapatilla, aire libre y cultura... y bocata y sesteo al sol, si se tercia.
Esta dehesa de Moncalvillo tiene 1.350 hectáreas de superficie y forma parte de los munici
La dehesa de Moncalvillo, con el cerro de San Pedro enseñoreando el entorno, es uno de los parajes naturales, próximos a Madrid, que se conservan en estado de relativa pureza, en la medida que la mano del hombre ha actuado con moderación, aprovechando sus recursos, ganaderos especialmente, sin causar deterioros excesivos al medio natural. Puede el caminante adentrarse por ella y encontrarse con vacadas sesteantes y dedicadas a la rumia filosófica de su apacible vida, o con pequeños grupos de yeguas con sus crías -también algún garañón al que natura dotó como corresponde- que no temen acercarse al caminante y se dejan retratar con naturalidad y buena pose. Oteando desde el cielo, buitres leonados
El bosque, sin ser tupido, y visto desde los altozanos, es una alfombra de tonos versodos manchada de matas de encinas y moteada de enebros. Hay otras especies, pero estas dos son las que más abundan y las que le dan su personalidad de bosque mediterráneo. Abundantes herbazales de pasto jugoso, grupos de rocas graníticas pulidas por la erosión y algún arroyuelo, completan la panorámica.
A la dehesa llegamos desde San Agustín de Guadalix, por la calle Félix Rodríguez de la Fuente, que va a dar sobre una pista, la cual nos lleva, tras subir un repec
ho, a las tapias que la circundan. Nada más entrar, verdea todo el entorno. Cruzamos el canal soterrado del alto Atazar. Monte adelante, junto a una mata de encinas, vemos el suelo sembrado de huesos mondos de una res; puestos a imaginar, uno parece estar ante un yacimiento paleontológico, con esa osamenta vacuna transformada -por arte de la imaginación- en carcasa despiezada del célebre dinosaurio que aparece en los sueños y desvelos de Augusto Monterroso.
Nuestro caminar nos lleva hasta la Vereda de las Tapias de Viñuelas. Esta cañada, por sí sola, merece una visita. Es un trozo de historia aún en pie. con sus 90 varas castellanas de anchura (unos 80 m.), es una autopista medieval por donde
transitaron los ganados de la Mesta durante siglos. Las cañadas no eran solo lugar de paso de las merinas y otras reses, sino pastos de aprovechamiento a diente: caminar y comer.
Nosotros, lo de comer el bocata, lo hicimos junto a la ermita de Navalazarza, otra vez dentro de la dehesa. La ermita es un buen edificio con cerca de piedra, remozado, de una nave y con un ábside semicircular adosado a su cabecera y un campanil sobre el hastial. En su interior, una placa de piedra pulida, sobre la pila benditera, dice: A la Virgen de Navalazarza / dedicada por J. Vicente / año + 1861. Según parece, cada verano los cofrades suben la imagen de
sde el pueblo a que veranee en la ermita y allí queda hasta el otoño.
Nosotros no. Nosotros volvimos a la vereda de las tapias y, desde allí, fuimos al camino viejo de Pedrezuela y a la cañada de Valdepuercos. Por fin, arroyo de Tejada adelante, avistamos Colmear Viejo. El resto, como es habitual: cafelito en el pueblo, charla, regreso a casa y ducha calentita. Como dios manda, podríamos decir, ya metidos en año mariano.