A pocas veces que el improbable lector haya leído esta bitácora, sabra que el jubilata que aquí escribe, entre otros defectos -como ser rojelio (con "j") y descreído de las bondades del sistema neocon, por fuerte convencimiento, aparte de alopécico por cosa de la edad y capricho de la naturaleza-, también es un poco cultureta y hasta esteta de bajo perfil. Lo cual, ademas de justificación, le sirve de introducción a los comentarios que siguen.
Pues eso, que este domingo pasado estuve en el Auditorio Nacional escuchando a la OCNE, bajo la dirección de Jesús López-Cobos, en la interpretació de la Sinfonía núm. 8 de Anton Bruckner. De la cualidades musicales de esta sinfonía no me atreveré a decir nada; musicólogos hay que sabrán ilustrar al lector, si es que éste es melómano y está interesado. Lo que me impresió fue la exuberancia sonora de los metales (había cuatro tubas wagnerianas y cinco trompas, amén las trompetas, trombones, tuba clásica) y la energía de la cuerda, cuyos arcos, al moverse, parecían un mar encrespado. Tanta fuerza sonora creo que sólo un romántico germano como Bruckner, wagneriano además, es capaz de productir.
Ya desde el allegro moderato del primer movimiento supe que, durante la audición, mi imaginación flotaría a su capricho sobre aquel mar sonoro sin sujetarse a la disciplina que todo escuchante de música clásica requiere. Y, sí, mi imaginación, caprichosa, se dejó envolver por el raudal sonoro pero fijó su atención no tanto en las cualidades de la obra interpretada, cuanto en algunos de sus ejecutantes. Más bien debería decir "algunas", ya que caí en la cuenta de que la Orquesta Nacional se va nutriendo de jóvenes intérpretes femeninos que, sin darse uno cuenta, van ocupando puestos de instrumentos tradicionalmente reservados a intérpretes masculinos, como la trompa o el contrabajo.
Aunque nada hay más tradicional que el mundo de la música clásica y sus adeptos, a este jubilata le produce satisfacción que sus ejecutantes femeninas hayan empezado a instalarse en los contrabajos, única sección de la familia de las cuerdas que parecía seguir siendo patrimonio masculino. Quizás por lo voluminoso y la envergadura del instrumento, características que deben dificultar bastante su utilización.
Por eso, gran parte del concierto me dediqué a observar a las maestras contrabajistas. Juro que su contemplación me produjo un goce estético con su pizca de leve ensoñación erótica, aunque estos sentimientos nada tenían que ver con las connotaciones místico-religosas que plasma el autor en esta sinfonía. Pero es que también los que vamos entrando por la edad provecta tenemos, de vez en cuando, esos "brotes verdes" que tan pronto marchitaron en la economía nacional. Solo que los nuestros no se refieren a las vulgares obsesiones del materialismo económico, sino a ese mundo de irrealidades y ensoñaciones donde una mujer joven, haciendo vibrar un instrumento como el contrabajo, es capaz de trasportarnos.
Si es posible rozar con con la punta de los dedos la experiencia mística a través del goce estético, este jubilata estuvo a punto de lograrlo al escuchar la 8ª de Bruckner -que él se lo perdone- observando la precisión y la gracia femenina que tenían los movimientos de las jóvenes contrabajistas. Nunca agradeceré bastante que un instrumento tan modesto -por lo grave de su voz y su corto registro- como voluminoso esté también en manos de las féminas. Un servidor pondría en ellas el mundo entero, seguro que sería más armonioso.
Una mujer tocando un chelo puede ser algo muy interesante. En fin, una ensoñación ma non tropo...
ResponderEliminarAlbur!
Luis Cobos siempre me ha parecido un gran director y no entiendo como a la gente no le gustó el chundachunda que incluía en sus versiones de los clásicos hace años. Me encanta que a usted también le guste. Un abrazo.
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