miércoles, 11 de enero de 2012

Tomando el fresco.-

El sábado pasado un amigo y yo cogimos los arreos de montaña y nos fuimos a la Sierra a tomar el aire fresco. Ese sábado, el día siguiente a Reyes, con la madrugada, tomamos el tren que nos llevaba a Cercedilla para olvidar los tufos de las fiestas pasadas. Camino del Metro, pasé por delante de los contenedores donde se acumulaban todos los desechos de los regalos abiertos el día anterior. No es para dicha la cantidad de envases de cartón, plásticos y papelorios de colorines desbordando contenedores y aceras a mi paso. Tanto como para verme obligado a desplazarme por la calzada, a ratos.
Los que, con la infancia, perdimos la fe y las ficticias ilusiones en los Reyes Magos derrochones, agradecemos que la cruda realidad nos muestre las cosas como son: un gasto descontrolado de todo tipo de artilugios jugueteros a los que los niños no hacen más caso que mientras los están abriendo. Ya se sabe que los jubilatas, a fuerza de cumplir años, hemos sustituidos esas falsas ilusiones por un escepticismo irónico, así que pasamos de cabalgatas y preferimos las caminatas.
Sabemos que, tras tanto regalo -vulgar industria de hiperconsumo fugaz- lo que queda es la paga extra en parada cardio-respiratoria y toneladas de envases inútiles que hay que retirar de la vía pública y reciclar, en el mejor de los casos. Como quien dice, tenemos fundadas sospechas de que, tras los interesados regalos de Sus Majestades de Oriente, siempre hay, de una forma u otra, listos urdangarines dándole al manubrio de la caja registradora. Sin contar, ya digo, las toneladas de la industria del cartonaje convertidas en inútil basura.

Es cierto que los jubilatas no andamos sobrados de ilusiones ilusas, pero tenemos algunas ventajas. Por ejemplo,los que ejercen el poder no nos congelan la pensión (incluso nos la suben un generoso 1%) por aquello de que somos millones de votantes y, si nos cabreamos, podemos irnos con el voto a otra urna más a la izquierda. También tenemos otra gran ventaja: que el transporte nos sale baratito, baratito.

Lo digo, sobre todo, por aquello de poderse ir a la Sierra sin pagar billete de tren, lo que tiene doble ventaja: aparte del ahorro -que se agradece- el hecho de que esta gratuidad nos anime a salir con frecuencia al monte a hacer ejercicio, tomar el aire fresco y limpiarnos los pulmones de la contaminación madrileña que doña Botella, siendo concejada de la cosa medioambiental, negaba con tanta convicción como incompetencia.

Lo cual, a mi parecer, produce un grave desequilibrio en la pirámide de población. Me explico: por aquello del transporte gratis, vamos con frecuencia a la Sierra y, como he dicho, hacemos ejercicio, respiramos aire puro y nos mantenemos sanos. Consecuencia adversa: los que vamos para viejos duramos más, la pirámide de población crece por el vértice mientras se estrecha por la base y, encima, tienen que seguir subiéndonos ese generoso 1% anual de pensión para mantenernos contentos. Que ni por esas.

Pensada la cosa en plan maltusiano y neoliberal, deberían retirarnos la tarjeta de transporte. La Lideresa doña Espe se ahorraría una pasta muy útil, por ejemplo, para abrir un nuevo campo de golf, tan necesario para el asueto de las clases dirigentes; la población vejestoria, obligada a respirar el aire contaminado, se moriría más deprisa; las funerarias e industrias auxiliares (tal que los fabricantes de féretros, coches de muertos, floristerías, imprentas, notarías...) tendrían pingües beneficios que darían como resultado el aumento de los contratos de trabajo. Quién sabe, a lo mejor por ahí se salía de la crisis esa que tenemos que pagar con nuestro menguado IRPF.

Elucubraciones aparte, en la cumbre del Montón de Trigo se estaba francamente bien. El aire era diáfano y puro y las vistas de postal. El Peñalara lucía su cara norte nevada; la Cuerda Larga, alomada y tendida, invitaba a una travesía, y Siete Picos parecía al alcance de la bota montañera. Por el lado segoviano, la Pinareja y el Oso lucían señeros. A nuestros pies, los pinares de Valsaín y, allá a lo lejos, en la Castilla llana, las agujas de la catedral de Segovia.
Todo eso, ya ve el improbable lector, gracias a un abono transporte.

1 comentario:

  1. Las crisis del capitalismo se solucionaban rápidamente eliminando a millones de personas sobrantes... para eso estaban las guerras... pero ahora no queda bien matar a tanta gente.

    Salud!!

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