sábado, 7 de abril de 2012

Matar un árbol.-

A pesar de haber escrito un pequeño relato, a modo de elegía funeraria, por la muerte del olmo de nuestro patio (que envié a todos mis contactos pero sin su consentimiento, como suele ser habitual) no me resisto a hablar de él, nuevamente, en esta bitácora. Y es que estos días atrás han talado el negrillo que creció espontáneamente hace ya una decena de años en el patio comunal.
A saber de dónde vino, en alas de su númen vegetal, la simiente que allí arraigó y fructificó. Lo cierto es que brotó en el suelo árido de nuestro patio. Un patio compartido por cuatro comunidades, que ha sido un secarral debido a la incuria de los vecinos durante decenios, desde que en los años cincuenta del siglo pasado, el constructor José Banús levantó el barrio de la Concepción y con él los bloques de casas, en uno de los cuales vivimos desde hace ya catorce años.

Ante la indiferencia del vecindario, el negrillo creció hasta alcanzar la altura de tres pisos y era la única mancha verde que daba un poco de alegría a este secarral donde mira la ventana de mi cuarto de estudio. Año tras año lo hemos visto florecer en primavera y cubrirse de follaje. Era un árbol de buen porte, pero modesto. No tenía pretensiones de árbol de jardin y era, como los perros mil leches, de origen desconocido, por lo que nunca alardeó de su buena planta. Simplemente, la simiente cayó por azar en nuestro patio; allí creció y, en mi opinión, sólo aspiraba a vivir, dar un poco de sombra y servir de cobijo a los gorriones que dormían entre sus ramas.

Pero se ve que su destino estaba escrito desde el momento que cometió la torpeza de brotar demasiado cerca de la fachada de uno de los bloques. Creció con tanta pujanza y ramaje que, para poder desarrollarse, empezó a inclinarse hacia el espacio abierto del patio y la calle, lanzando sus ramás más fuertes al lado contrario al edificio. Así inclinado, con toda su frondosidad, parecía como si quisiera proteger con su sombra tupida a quienes esperaban en la marquesina del bus los días de calor.

Un ventarrón, acompañado de fuerte lluvia, desgajó la copa del negrillo el año pasado. Pero, a pesar del desgarro que se llevó la parte superior del árbol, éste ha sobrevivido con esa herida y ha acudido puntualmente a la floración de esta primavera hasta que, hace pocos días, los presidente de las comunidades de vecinos decidieron condenarle a ser talado. Él, ignorante de su destino, ya apuntaba nuevos brotes y se estaba cubriendo de una capa de verde follaje que prometía ser un alivio de los calores que nos esperan este verano y refugio habitual de los gorriones.

Si en vez de un árbol desgajado, al que una poda cuidadosa le hubiese devuelto su lozanía, se hubiese tratado de un banco o caja de ahorros arruinada por la adminstración dolosa de sus gestores, hubiesen gastado dinero suficiente para salvarlo y que siguiera viviendo. Pero, en esta ciudad de asfalto y prisas ¿A quién coños le importa un árbol roto? Creo que sólo a mí, pues siento su pérdida más que el hundimiento de cualquier entidad financiera.

2 comentarios:

  1. Remigio Malo Cruel13 de abril de 2012, 0:01

    Quizá sirva ahora para un buen libro. O un buen mueble. Incluso un buen mostrador de una entidad financiera...

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  2. Oh, qué lástima!!! Para tu consuelo te diré que hace unos 20 años iban a hacerle lo mismo a un gran árbol de una plazoleta de mi barrio, era un árbol bajito pero de grueso tronco, eso permitía que los niños pudieran subirse con cierta facilidad. Empezó a correr la noticia de que iban a cortarlo porque parecía padecer cierta enfermedad. La cuestión es que en pocos días se organizó una manifestación y se pudo salvar. La asociación de vecinos hizo que un entendido diera su parecer acerca de la enfermedad que el árbol padecía y se trató. Hoy en día sigue con nosotros y sus ramas siguen refugiando los juegos de los niños. Un abrazo a todos!

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