Una de las pocas alegrías que aún le quedan a ciudadanos como este jubilata es la de disfrutar de exposiciones en salas donde el acceso es libre a cualquiera, interesado o curioso, deseoso de conocer la evolución de artistas como Marc Chagall u Odilon Redon. Es el único vestigio en pie de actividades que, en tiempos más felices y despreocupados, fueron surgiendo como una política de democratización de la cultura
Este jubilata, poco ducho en terrorismo macroeconómico al modo de nuestros políticos y banqueros, siente una enfermiza inclinación a ver en las manifestaciones artísticas mundos de más largo alcance que los vaivenes del IBEX 35 o las calificaciones a la baja de Standard & Poor´s.
Le ve más sentido a ese mundo abigarrado de La guerra, representado por Chagall, donde una cabra blanca, de tamaño desproporcionado al resto de la composición, observa un pueblo ardiendo, mientras sus habitantes huyen en una carreta, una mujer llora junto a su niño en el suelo y un crucificado, desde lo alto de su sufrimiento, es testigo mudo del despropósito. Hay más verdad en este cuadro, cuya composición escapa a la lógica de las convenciones pictóricas, que en el objetivo de déficit cero, que también escapa a la lógica del interés ciudadano.
El enigma que nos plantea Odilon Redon con su visión onírica de una Araña sonriente es menos inquietante que esa amenaza constante de rescatar, con los dineros nuestros, de nuestra sanidad pública, de nuestra educación pública, bancos en riesgo de quiebra porque el chiringuito financiero no deja de temblequear a cada acometida de los facinerosos “mercados”.
Sin darse cuenta, uno se lleva a la sala de exposiciones los temores que atenazan al ciudadano desesperanzado y acaba mezclando dos mundos que viven realidades poco afines: la de los mundos imaginados de Chagall, sin reglas de perspectiva (como tan bien las sabía representar Mantegna), ni equilibrio en la distribución de volúmenes (en el que eran maestros los pintores barrocos), como esos Amantes en el poste en difícil torsión, observados por una cabra de un rojo imposible y un absurdo pájaro de cuerpo blanco y cabeza amarilla, que parecen envolver una casa boca abajo; y, por otro lado, un mundo donde “tranquilizar a los mercados” es un dogma de fe por el que se justifican los atropellos a lo que habíamos dado en llamar estado del bienestar, y que no era más que un mediocre pasar con birra para todos.
Ya ve el improbable lector la confusión mental del responsable de esta bitácora. Éste espera que le sean perdonados los absurdos pensamientos que le vienen a las mientes, cuando, en realidad, queda fascinado por esos verdes alocados, esos azuletes imposibles, esos rojos desproporcionados que dan forma a amantes entrelazados, animales domésticos tocando un violín, aldeas de tejados abigarrados, en un mundo de ensueños distorsionados de Chagall; o esos mundos inquietantes de Redon (una mezcla de lecturas de Poe, darwinismo, misticismo religioso, pintura negra goyesca) de sus litografías, que él llamaba sus Negros.
Pero no todo son mundos de una fantasía inquietante o de difícil desentrañamiento, porque uno queda fascinado ante un Ramo de flores silvestres en un jarrón de cuello largo, donde cada pétalo es una pincelada sabia, luminosa, y Redon nos muestra un puñado de naturaleza aprisionado en un búcaro. Y esos ramos de flores omnipresentes en cada cuadro de Chagall, quizás un símbolo de que la belleza se encuentra en cualquier escena, por incomprensible o incongruenteue nos parezca.
Ya ve el improbable lector la confusión mental del responsable de esta bitácora. Éste espera que le sean perdonados los absurdos pensamientos que le vienen a las mientes, cuando, en realidad, queda fascinado por esos verdes alocados, esos azuletes imposibles, esos rojos desproporcionados que dan forma a amantes entrelazados, animales domésticos tocando un violín, aldeas de tejados abigarrados, en un mundo de ensueños distorsionados de Chagall; o esos mundos inquietantes de Redon (una mezcla de lecturas de Poe, darwinismo, misticismo religioso, pintura negra goyesca) de sus litografías, que él llamaba sus Negros.
Pero no todo son mundos de una fantasía inquietante o de difícil desentrañamiento, porque uno queda fascinado ante un Ramo de flores silvestres en un jarrón de cuello largo, donde cada pétalo es una pincelada sabia, luminosa, y Redon nos muestra un puñado de naturaleza aprisionado en un búcaro. Y esos ramos de flores omnipresentes en cada cuadro de Chagall, quizás un símbolo de que la belleza se encuentra en cualquier escena, por incomprensible o incongruenteue nos parezca.
Excelente! No conocía a Redon, pero siempre aprendo algo nuevo entrando a tu blog.
ResponderEliminarAlbur!