Quizás el improbable lector no lo haya pensado nunca, pero alimentar una bitácora, por muy inmaterial – o virtual, según lo llaman – que resulte la criatura, exige un gasto de energías considerable. No es que uno tenga que comprarle, como a las mascotas domésticas, alimentos en el súper; ni haya que llevar la bitácora al veterinario a que le cure los virus que le entran al ordenador, ni ponerle un chip identificador si, por un casual, se perdiese por esos procelosos mares internáuticos. Ni siquiera el bloguero corre el peligro de verse denunciado ante el juez por abandonar su bitácora cuando se va de vacaciones, o por maltrato.
Una bitácora, por poner un símil, es como una boa. La mía come una vez a la semana y se pasa siete días digiriendo. Yo noto que le aprovecha mi afán en alimentarla porque cada vez es más larga y más abultada. Nació allá por enero del 2009 y ya lleva 245 entradas. Si en vez de ser inmaterial (como digo), virtual (con término al uso), puro fenómeno informático del que no tengo una idea muy clara, fuese una boa constrictor, seguro que habría estrangulado a su dueño hace ya tiempo.
Lo que no significa que sea una mascota inofensiva. Si no físicamente, sí que me devora en otros aspectos tan intangibles como su propia naturaleza: se come mi tiempo, el que necesito para escribir una entrada (o un “post”, según la angliparla). Además, cada vez que se sacude el letargo semanal, empieza a desasosegarme con la pretensión de que le proporcione su ración de opiniones, de relatos de viajes o andanzas montañeras, de impresiones tras alguna visita a alguna exposición, o sobre la lectura del algún libro… En cuanto al contenido no parece muy exigente (es como esa boa de Saint-Exupery, que se tragó un elefante), pero en cuanto a la periodicidad, es de una intransigencia total.
Ya digo, una bitácora te come por los pies con sus exigencias y poco le importa que, ese día que te toca alimentarla, no tengas ganas de ponerte ante el teclado, o en toda la semana anterior no haya habido nada interesante en tu rutinaria vida de jubilata. La criatura, con las (virtuales) fauces abiertas, se te convierte en un monstruo insaciable. Como esos dioses que se inventan los humanos para no sentirse solos frente a sus terrores y que acaban exigiéndole sacrificios para aplacar su divina cólera. Como quien dice, un día creas un Yavé en la zarza ardiente y, cuando te descuidas, terminas prisionero de una religión monoteísta excluyente y posesiva. Con la bitácora, igual.
Ser inventor de una bitácora no te exige cuadrar el círculo de una teología que explique la existencia de un dios que olvidaste haber inventado en un momento de pánico, pero, también a su modo, produce ciertos problemas de conciencia si no cumples el ritual. Por lo que vengo observando, con el paso del tiempo, un grupo de lectores, más asiduos que improbables, han decido que lo que escribes tiene para ellos cierto interés. ¿No es una falta de consideración frustrar sus expectativas semanales? Hasta, si me apuras, es poco caritativo dejarles sin la ración semanal de comentarios “bitacóricos”.
Lo digo, especialmente, por aquellos de mis improbables lectores que, cuando hablo de asuntos de la cosa pública (banqueros, políticos y otras pécora en el candelero) desde mi visión de escéptico aperroflautado y recalcitrante, se irritan y piensan que soy un necio por opinar de cosas que no se me alcanzan. Y yo pienso ¿No es un acto de caridad darles ocasión para que se sientan en posesión de la Verdad? Así, uno no es que actúe con ánimo protervo cuando opina negativamente de aquella ralea social, es que lo hace para que sus lectores de la otra vertiente ideológica tengan posibilidad de ejercer la santa indignación.
Releo lo anterior y me digo, como Lope de Vega en aquel soneto que le mandara hacer Violante, “Contad si son catorce, y está hecho”.
Los blogs son como hijitos a los que hay que alimentar. Pero muchos blogueros los abandonan, y ya hay muchos blogs tirados como barcos encallados en las playas.
ResponderEliminarAlbur!!