Huyendo de este calor madrileño insoportable que nos cuece en nuestro propio jugo; huyendo de esas flamantes autopistas radiales, también madrileñas, llenas de baches económicos por falta de usuarios que paguen peajes, y que tendremos que rescatar de nuestro bolsillo; huyendo de las habituales consignas oficiales (ça va très bien, madame la Marquise…) según las cuales el gobierno está haciendo lo que hay que hacer y los rescates los pagamos a escote y no hay más que hablar, este jubilata en fuga de una realidad inhóspita, se ha refugiado en la lectura.
Ni que decir tiene a quienes practican este viejo vicio solitario, la lectura es la última Tule donde un ciudadano, desarmado de toda ilusión sobre las bondades del sistema, encuentra refugio y tranquilidad de ánimo, mientras en el mundo exterior - al otro lado de la ventana, sin ir más lejos – se atropellan los derechos sociales y se manipulan verdades que hoy son ciertas y mañana su contrario.
Total, y para no andarle con monsergas al improbable lector, todo esto para decirle que estoy leyendo un libro asaz curioso y entretenido: Le Moyen Âge sur le bout du nez (La Edad Media en la punta de la nariz). La autora, que es italiana, aunque me ha llegado la versión francesa de su obra, encara con buen humor uno de los tópicos más corrientes a propósito de la Edad Media: la que nos transmitieron los humanistas, quienes la despreciaron como “los siglos oscuros”.
Esa época sin lustre, transcurrida entre el esplendor del Imperio Romano y el Renacimiento italiano; ese puñado de siglos iniciados por las invasiones bárbaras y terminados, de forma imprecisa, entre la conquista de Bizancio por los turcos otomanos en 1453 y el descubrimiento de América. Poco más o menos, que uno no es historiador y no sabría decirlo con seguridad. Lo que sí está claro es que hasta su propio nombre, medio-aevo, media tempestas, se refiere a un tiempo sin sustancia propia, transcurrido entre dos hitos históricos.
Esa época sin lustre, transcurrida entre el esplendor del Imperio Romano y el Renacimiento italiano; ese puñado de siglos iniciados por las invasiones bárbaras y terminados, de forma imprecisa, entre la conquista de Bizancio por los turcos otomanos en 1453 y el descubrimiento de América. Poco más o menos, que uno no es historiador y no sabría decirlo con seguridad. Lo que sí está claro es que hasta su propio nombre, medio-aevo, media tempestas, se refiere a un tiempo sin sustancia propia, transcurrido entre dos hitos históricos.
Pues eso, que doña Chiara Frugoni demuestra con datos, textos y buenas ilustraciones de época (pinturas, miniaturas…) que en la Edad Media también se inventaron cosas de mucha utilidad para las gentes de aquella época y para la nuestra, porque seguimos usándolas y siguen siendo imprescindibles en el uso cotidiano.
Entre otras, las gafas que se colocan en la punta de la nariz; esas que los franceses llaman pince-nez y nosotros quevedos, aunque el nombre español resulte anacrónico por lo que va desde finales del S. XIII (cuando se inventaron), hasta el S. XVII, cuando se retrató con ellas don Francisco.
Nadie usaría actualmente unas gafas Gucci si no fuese porque fray Alessandro Della Spina, pisano él, no hubiese divulgado la técnica para pulir las lentes. Ni este jubilata vería un carajo sobre la pantalla del ordenador si no fuese porque a un artesano desconocido, a quien copió el fray, se le ocurrió ponerse a pulir cristales de aumento.
Nadie usaría actualmente unas gafas Gucci si no fuese porque fray Alessandro Della Spina, pisano él, no hubiese divulgado la técnica para pulir las lentes. Ni este jubilata vería un carajo sobre la pantalla del ordenador si no fuese porque a un artesano desconocido, a quien copió el fray, se le ocurrió ponerse a pulir cristales de aumento.
…O los botones, o los calzoncillos ¿Quién puede imaginarse un mundo sin botones para abrocharse la camisa? ¿O andar por esos mundos sin gallumbos, o sin bragas, según del cuál o la cuála se trate?
Parece que eso de andar con las vergüenzas colganderas venía de antiguo, pues los romanos consideraban una prenda propia de bárbaros eso de usar calzón, y en la Edad Media la gente común las mostraba (sus vergüenzas) sin mayor rubor cuando se levantaba los sayos para que les llegara mejor el calor del fuego en invierno. Pero parece que ya en el S. VIII era de buen tono usarlos porque el Duque de Trento, a un emisario del obispo de Pavía le preguntó si munda femoralia habet (o sea, si traía los calzoncillos limpios).
Parece que eso de andar con las vergüenzas colganderas venía de antiguo, pues los romanos consideraban una prenda propia de bárbaros eso de usar calzón, y en la Edad Media la gente común las mostraba (sus vergüenzas) sin mayor rubor cuando se levantaba los sayos para que les llegara mejor el calor del fuego en invierno. Pero parece que ya en el S. VIII era de buen tono usarlos porque el Duque de Trento, a un emisario del obispo de Pavía le preguntó si munda femoralia habet (o sea, si traía los calzoncillos limpios).
Por no entretener más al improbable lector, sepa éste que mil artilugios de uso habitual empezaron a usarse en la Edad Media sin que se tenga una idea clara de quién los pudo inventar. La necesidad es madre del ingenio y sus consecuencias me dan motivo de grata lectura en estos días de canícula y barbarie economicista.
La Edad Media tiene mala prensa, no sin argumentos. Pero en ella vivieron tipos como Roger Bacon, William de Occam o Raimundo Lullio, que anticiparon el pensamiento científico.
ResponderEliminarAlbur!