Ya perdonará el improbable lector mi ausencia de este sitio durante tantos días. Perdonará, espero, mi desconocimiento del valor actual de la prima de riesgo; perdonará también mi actual ignorancia en lo referente al rescate bancario que no puede llamarse así sin molestar a las altas instancias; mirará con benevolencia, en fin, mi ignorancia de las cosas que mueven actualmente el mundo, pero es que he estado en el Camino.
Durante días he caminado por los caminos de Castilla sin más preocupación que saber cuándo te saldrá la primera ampolla, cuándo se te amoratará la uña que llevas tocada desde que hiciste una etapa doble porque no encontrabas albergue. Minucias. No importan las uñas rotas o los pies remendados cada madrugada antes de calzar las botas. Lo que importa es ver la amanecida en mitad de los llanos; tener ante ti un camino que serpentea entre campos de mies que van tornando del verde al amarillo, o esos chopos que van jalonándolo en la distancia. Importa sentirse vivo y libre, aunque pese la mochila y tengas los pies jodidos. Lo que algunos llaman la mística del Camino y no es más que un tiempo para andar a solas, cada quisque con sus pensamientos.
Esta vez he comenzado en tierras burgalesas, he recorrido toda la provincia de Palencia y he terminado en León capital. He pasado por viejos pueblos castellanos donde se desmoronan casas palaciegas por falta de habitantes que las hagan vivir, y antiguas casas de adobe y tapial con sus ventanas y puertas cerradas, como negándose a aceptar su propia decrepitud. Me he lavado los pies en viejas fuentes donde bebían los caminantes o abrevaban los ganados y he descansado al pie de algún chopo que es el único referente vertical que uno encuentra en kilómetros y kilómetros de tierras que llegan a ser monótonas por su horizontalidad. Y aún así, estas tierras castellanas de pan llevar son hermosas de una hermosura elemental, donde los trigos cabecean al compás de las brisas y asemejan un mar de leve oleaje.
Los refugios de peregrinos son una babel de nacionalidades y lenguas. Puedes encontrarte, como me ha ocurrido este año, una tropilla dispersa de coreanos, tan sonrientes y disciplinados ellos. Vienen, según he oído, porque tradujeron a su idioma la obra de Paulo Coehlho O diário de um Mago, publicado aquí como El Peregrino de Compostela. Lo leí en su momento y me pareció un manual para místicos principiantes. También he leído otras vivencias del Camino de gente más o menos conocida, pero ansiosa de relatar sus experiencias espirituales y siempre me han parecido una amable trampa para ingenuos, quienes esperan ser tocados por la gracia divina simplemente por hacer 25 kilómetros diarios camino de Jacobsland.
Uno, que conoce sus propias limitaciones y sabe que nunca levitará ni encontrará coros de ángeles que le lleven la mochila, se conforma con pequeñas experiencias estéticas, como observar a un jilguero, en lo alto de un arbolillo seco, trinando. O el croar de las ranas en un riachuelo, que es ruido poco armonioso, pero que resulta el contrapunto áspero en un jolgorio de pájaros piando en la enramada de los álamos. Uno, que descree de tantas cosas, agradece la experiencia estética, por mínima que sea, y desconfía de la mística; se arroba ante una puesta de sol que enrojece los tapiales medio desmoronados, y agradece una charla pausada en el patio del refugio peregrinil. Aunque, a veces ocurre - como cuando vi los lirios floreciendo en las riberas del Canal de Castilla – el esteta y el místico se daban la mano y se olvidaban del mochilero que los llevaba a cuestas.
Lástima que, nada más llegar a casa, la puta realidad me ha dado en toda la cara en cuanto he encendido la tele. Habrá que esperar al próximo año para tomarle el pulso a la vida del caminante sin agobios. Cuestión de años y leguas.
¿Pasaste por Sahagún?
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