Comentario el de hoy absolutamente prescindible, pero queda a modo de protesta.
Más de una vez este jubilata ha confesado su ignorancia sobre cómo funcionan las tripas de Internet. Como cualquier ignorante, es atrevido y bucea sin descanso en ese maremagnum de la Red porque piensa que le pone en comunicación con el mundo. Recibe noticias que, por los cauces habituales (prensa escrita, televisión, radio), muchas veces, le son escamoteadas, ya que los media responden a intereses y consignas de quienes ejercen su propiedad o control. Lo que a ellos les interesa que yo sepa, a mí no me interesa; lo que a mí me importa, ellos no tienen interés en que yo lo conozca. Un desencuentro del que me zafo brujuleando por ese cosmos internáutico. Siempre con la precaución de no decir amén a todo lo que flota como plancton en el océano. Casi no hay ni que decirlo, porque no todo lo que pulula en este mundo virtual alimenta; gran parte intoxica, es falso, inexacto o inocuo, en el mejor de los casos (como la bitácora de quien esto escribe).
Hago esta declaración de principios, que nadie ha pedido, para que se sepa que este jubilata bloguero se toma la papilla virtual a pequeñas dosis y tiene una queja que hacer. La queja ni siquiera la hace al improbable lector que pasa por aquí, la lanza al aire de esta Nube donde dicen que flota toda la barahúnda de textos, imágenes, músicas que la humanidad cuelga a millones diariamente.
La cosa va de que uno está hasta las gónadas de ver cómo en su bitácora aparecen anuncios de contactos sexuales, de incitaciones a relaciones intranscendentes, de polvo para hoy y olvido para mañana, de invitaciones a chatear con hembras de culo turgente o tetas ubérrimas. Sin uno pretenderlo, se ha convertido en un terminal de la pornografía sin hilos. Cierto que se trata de un porno, digamos, suave, no explícito ni procaz. También es cierto que esos anuncios aparecen en algunas bitácoras donde entro para conocer opiniones que pueden enriquecer las mías, o informan sobre asuntos que me interesan. Se ve que muchos pagamos el peaje sin ser consultados.
Es la permanente invasión del sexo como mercancía u objeto de consumo, de mirar, usar y tirar, sin consentimiento del intermediario. Una expresión más del todo vale para hacer negocio, incluso las páginas de un jubilata bloguero e ignorante en tecnología. Uno se pregunta por qué ha de ser agente involuntario de un mercado indigno, por qué ha de ejercer de proxeneta pasivo. No todo vale, y este jubilata no vale para rufián. Por eso se queja.
Intentado que desconectaran de mi bitácora el programa que se instaló allí un día cualquiera, escribí un correo en plan bruto a una dirección que encontré, siguiendo el procedimiento habitual en estos casos. La contestación no acabé de entenderla, pero al parecer la cosa tenía que ver con el contador de visitas. Contador que se ofrecía gratuitamente, y así fue durante un par de años, pero resultó ser una trampa para introducir propaganda subrepticia: un día sale una tía sugerente incitándote a chatear con ella, otro día sale un tío que primero es gordo y después cachas por no sé qué milagrosa dieta, pero necesaria para eso del ligue a tiro hecho.
Lo cierto es que no sé cómo se desconecta esa basurilla que aparece en esta bitácora. El improbable lector sabrá disimular mi ignorancia. De haber tenido la pericia suficiente, no sólo hubiese desmontado esos troyanos de calzón quitado, sino que me hubiese gustado terminar esta entrada enlazando con el Youtube ese para dejar aquí una canción de Georges Brassens, Le pornographe, que al menos es divertida, o Pornographie, de Moustakys. No todo va a ser casquería en la Red, hombre.
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