lunes, 15 de julio de 2013

Jubilata en vacaciones, I.- Domicilio provisional.-


A veces este jubilata se siente un privilegiado. Decía don Francisco Silvela: Madrid, con dinero, en agosto y sin la familia, Baden-Baden. Se ve que ilustre prócer no vivía en un barrio popular, torrado por un sol inmisericorde y con el asfalto en ebullición. De ser así, su opinión hubiera sido otra, incluso sin parienta y con libertad para echar unas canas al aire.

Huyendo del calor mesetario, de la contaminación permanente, de los ruidos que se cuelan por las ventanas abiertas, hacemos la mudanza provisional a la Sierra y nos instalamos en Rascafría, muy cerca del arroyo Artiñuelo, detrás del ayuntamiento. Es como estar en medio del pueblo y en las afueras. El Artiñuelo nos hace de barrera geográfica: a un lado, la plaza de la Villa con sus tiendas, terrazas y bullicio, al otro, nosotros. El puente de la Manola (pasarela, más bien) comunica los dos ambientes. Bastan unos pasos para pasar de la soledad y el rumor del arroyo al ajetreo de un pueblo de sierra que se va llenando de veraneantes.

La vida aquí se organiza en pequeñas rutinas, como de personas habituadas a un transcurrir sin grandes alteraciones. Para ser claros, como jubilados en vacaciones. Los galenos se lo han advertido al jubilado: pasee usted, haga vida al aire libre, es la mejor medicina. Y el jubilado, que prefiere calzarse las deportivas antes que tomar mejunjes de farmacia, pasea. Pasea por la mañana con la santa y pasea por la tarde. Mano a mano, o mano de la mano, toman el camino que lleva al Paular y el puente del Perdón. Temprano, a eso de las ocho ya están dándole a la zapatilla. Antes de salir, un vaso de agua, y, para el camino, una pieza de fruta.

El jubilado es gente madrugadora y de hábitos higiénicos. Se desayuna con la fresca de la mañana, el rocío de los prados, la humedad de la arboleda, el rumor del río y el canto de los pajaritos. El café y la bollería quedan para el regreso, una hora después. Y por la tarde, ya tarde, cuando el sol ya no castiga tanto, nuevo paseo. Esta vez hasta el centro de interpretación de la naturaleza, junto al puente del Perdón. Allí, un rato a la sobra de los abedules, sentados sobre el banco fresco de piedra, y viendo a las modorras en el cercado de enfrente.

Las modorras, en nuestro lenguaje coloquial, son las ovejas. Un animal gregario y bastante corto de entendederas. Aquí, frente al centro de interpretación, hay una buena docena, de raza negra, que pasan el día con el hocico pegado al suelo, paciendo la hierba. Están a pleno sol, nadie se acordó de esquilarles los vellones que les cuelgan como si estuviesen embuchadas en un abrigo peludo, y cuando pastan lo hacen formando un revoltijo apelotonado y juntando todas las cabezas. Verlas amontonadas en el mismo espacio, habiendo tanto prado donde comer, con el sol de la tarde cayendo a plomo sobre sus lomos lanudos, nos da mucha risa. Con tantas risas, se nos olvida que también los humanos somos gregarios y nos gusta despersonalizarnos en el anonimato de las grandes multitudes, como diluyendo nuestros temores personales en la masa amorfa. Y si no se me cree, no hay más que acercarse a las Presillas y ver la muchedumbre de bañistas desparramados por las praderas. 

Sin embargo, nuestro paseo es por parajes donde camina poca gente. El camino de la finca de los Batanes trascurre entre grandes chopos, abedules, coníferas. La pelusa que han ido soltando los chopos estas últimas semanas ha dejado el pavimento como con manchas de nieve. El lago artificial que hay a un lado – se llega a él por un caminito entre coníferas – también tiene su superficie cubierta de la pelusa de los chopos, con grandes manchones blancos, que le dan un aire raro, como de espejo  de agua sucio a grandes ronchas. Pero sigue siendo un lugar con mucho romanticismo. Uno puede sentarse ante el embarcadero y dejar que los ojos paseen sobre el agua, y entorno al lago, por las matas de carrizos y la vegetación boscosa que lo circunda.

Camino adelante, la chopera da paso a matas de avellanos que hacen de este tramo un lugar umbrío y siempre fresco. Al final de la finca, las ruinas del antiguo colegio de San Benito, donde la Sección Femenina inculcaba en las educandas el santo temor de dios, la sumisión al esposo y a las convenciones, y las normas al uso del saber estar en el estamento social que les correspondía por herencia familiar o matrimonio. De aquel programa de educación doméstica ya solo quedan las tapias y algunas abuelas sesentonas. Si éstas aprovecharon aquellas enseñanzas, hoy estarán bien instaladas en familias burguesas.

El regreso al pueblo, por un ancho camino que bordea el río Lozoya, de charla apacible, mientras las moscas nos acosan con su insistencia de insectos glotones. Gozamos - como acostumbraba a decir el primo Paco el de León – de las incomodidades del campo.


Pero no se haya a creer que sólo de plácidos paseos se rellena el tiempo de vacaciones. El jubilata tiene otras aficiones, pero hablar de ellas quedará para otra ocasión, si el improbable lector tiene la paciencia de leerle. 

1 comentario:

  1. Agustin Parrilla Tabernas11 de julio de 2013, 14:32

    Su sobrino ha aprobado todo y hasta tiene carnet de conducir recién sacado.

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