Seguro que el improbable lector de
esta bitácora habrá deseado más de una vez huir de la mediocridad que le
abruma. Y no hablo de su vida personal, porque la sociedad nuestra – de su
natural – no da para grandes heroicidades; apenas para ir sobreviviendo en un
medio tan saturado de vulgaridad y cachivaches que, fuera de la tele, el IPhon,
la compra de ropa de confección y un trabajo en equilibrio inestable, no hay
más vías de escape que la resignación o la indiferencia, dos formas de
embrutecimiento muy acreditadas.
Este jubilata, cuando dice huida de
la abrumadora mediocridad, está pensado en esa hija de Mnemosine que hemos dado
en llamar Imaginación, una deidad menor, casquivana y de poca sustancia que
suele imitar a la inestable diosa Fortuna. Como ella, te sonríe, te insinúa
maravillosas historias, sueñas con tenerla entre tus brazos y, cuando la creías
rendida a tus encantos y abierta de piernas, te hace unos dengues, te lanza una
sonrisa de conmiseración y te da la espalda, dejándote con la historia más maravillosa
que pensabas escribir prendida con cuatro alfileres.
Ese fue el caso, uno de tantos,
cuando este jubilata quiso escribir una novela gótica inspirada en el
“manuscrito encontrado”. Honrosos antecedentes sobre este asunto los había,
como aquel de don Miguel de Cervantes, quien encontró en el Alcaná de Toledo un cartapacio de papeles escritos en arábigo por un tal Cide Hamete Benengeli. En
ellos se hablaba de la vida y hazañas de quien había sido Alonso Quijano,
apodado El Bueno, hasta que las sinrazones de las andanzas caballerescas lo molieron a palos por esos caminos, como el sagaz lector ya sabe.
Un servidor, más modesto, no
pensaba en Cervantes y su descomunal Caballero de la Triste Figura, sino que –
consciente de sus limitaciones – se conformaba con que lo suyo se pareciera más
a lo de Jan Potocki y El manuscrito
encontrado en Zaragoza.
El personaje ya lo tenía, Otxande u Ochando, oscuro individuo de tierras vasconas, dipsómano, marinero de fortuna, músico de cierta fama en París, espía al servicio de los alemanes en la Gran Guerra; en fin, un desecho social que arrastraba su miserable vida entre gentes marginales y sobreviviendo en extraños vericuetos, llegándose a enfrentar con su propio creador, o sea, el autor del relato.
El personaje ya lo tenía, Otxande u Ochando, oscuro individuo de tierras vasconas, dipsómano, marinero de fortuna, músico de cierta fama en París, espía al servicio de los alemanes en la Gran Guerra; en fin, un desecho social que arrastraba su miserable vida entre gentes marginales y sobreviviendo en extraños vericuetos, llegándose a enfrentar con su propio creador, o sea, el autor del relato.
Ya sé que el improbable lector dirá
que ya don Miguel de Unamuno se peleó con un personaje de una de sus novelas y,
para demostrar que quien mandaba en el relato era él, lo condenó a muerte
literaria. Pero lo original de esta historia estaba en que el personaje
ochandiano doblega al autor y le obliga a reescribir la historia a su
conveniencia, de lo cual se derivaban un cúmulo de desgracias; no sólo para el
autor, herido en su autoestima al verse forzado por un personaje miserable,
sino para el propio protagonista, incapaz de poner orden en su vida, ni
siquiera controlando sádicamente al autor-narrador omnisciente.
Y, para que al relato no le faltara
detalle, resulta que Otxando es un plagio descarado de un personaje inventado
por Fede, antiguo amigo al que he perdido la pista, con el que nos pusimos –
él, un grupo de amigos y yo – a escribir un relato coral al modo del cadavre exquis de Marcel Duhamel,
Jacques Prévert e Yves Tanguy. Como aún conservo, en algún lugar de la memoria
de este ordenador, el resultado de aquel experimento colectivo, decidí
apropiarme de él y mostrar mi originalidad, ya que sus legítimos autores ni se
acordarán de aquello. No sería este jubilata el primero que alcanzase la gloria
literaria (o, por lo menos, fama editorial) basándose en el abuso de confianza de
viejos compañeros que ya ni se acuerdan de aquellos pecados de juventud.
Lo malo es que no funcionó. La
casquivana Imaginación, un día cualquiera, se aburrió de mis borrones,
reescrituras y dudas, y me abandonó sin mayores explicaciones. Quedan una
docena de páginas y una última idea literaria colgando al borde del precipicio de
mi propia incapacidad como aprendiz de escritor. Y, para que el improbable
lector sepa que, al menos, mi confesión es sincera, aquí quedan algunos
párrafos de aquel aborto literario:
“Otxando existe (colofón apócrifo)
"Nunca me he sentido tan a disgusto como el día que cayó en mis manos aquel
manuscrito. Sobre todo, porque eso del manuscrito hallado, o traído a la luz,
es un recurso ya muy manido. Es cierto que el genial don Miguel lo empleó para
dar vida a su caballero asténico y locoide, y que se utilizó con acierto en la
novela gótica, como es el caso del Manuscrito hallado en Zaragoza; pero,
tras honrosas excepciones literarias, también es cierto que cualquier escritor
sin recursos lo emplea para justificar el comienzo de una historia la mayoría
de las veces infumable.
"Por eso, precisamente, me produjo un enorme disgusto encontrar el
manuscrito del que hablo; porque aun siendo cierto que lo encontré, no es menos
cierto que, como recurso literario manoseado hasta la saciedad, pone en
entredicho mi honorabilidad de escritor concienzudo, polifacético, ingenioso y
otras virtudes personales que me callo por modestia.
"Y, en fin, aún resignándome a la mofa de los plumíferos pseudoliteratos que
admiran en privado mi valía y maldicen en público mis éxitos, y en aras de mi
amor a la literatura, contaré la extraña forma en que llegó a mí el dicho
manuscrito... Aunque, por ser veraz y consecuente con la autenticidad de este
suceso (esto es: fabulador de mundos imaginarios con marchamo de realidad
onírica), debo decir que el término “manuscrito” debiera sustituirse por un
neologismo ("Infoscripto") tal que expresase -en un solo concepto semántico- una conjunción de
casualidades tales como haber estado oculto en el abigarrado, complejo e
inextricable inframundo de la Red; el haber sido escrito fragmentariamente por
gentes inconexas entre sí; el ser una unidad sin coherencia temática, fruto de
unos extravagantes enlaces informáticos; y, por no cansar más al personal, por
haberlo descubierto yo durante una azarosa navegación por ese complejo universo
que hemos dado en llamar Internet.
"Imagínese el sorprendido lector mi fascinación ante tal conjunción de
factores aleatorios que daban como consecuencia la verídica historia de
Ochando, D’Ochande, Otsando u Otxando. Personaje cuyos antecedentes
genealógicos se remontan a la Edad Media, y son fruto de un ancestral rito
mágico-genésico practicado en lo más profundo de la espelunca de Zugarramurdi,
pero ocultos a la luz por la despiadada actuación del Inquisidor Torquemada,
quien, conocedor de las cópulas contra natura de las sorguiñas con el Gran
Cabrón, decidió borrar todo vestigio de la estirpe ochandiana...”
Tela...
Viator, me has animado a retomar un relato que tengo en esta línea, algo que provisionalmente llamé "insidiosa transcripción" y que es el dictado de un hombre iletrado que paga a otro para que recoja lo más fielmente posible su legado pero que a medio camino se plantea si realmente puede fiarse ya que ni él puede leer, ni puede darle a nadie más el texto para que lo lea, siendo el relato de hechos de vital importancia (hechos que no se llegan a relatar porque todo queda en una duda constante sobre la fidelidad de lo que el amanuense transcribe). Como ves, un lío.
ResponderEliminarPor otra parte te cuento que me apunté a un curso de novela y que cuanto más reflexiono sobre el formato menos sentido le veo a hipotecar años de creatividad en una sola misión. Parecer ser que, por imposiciones del guión, soy en lo literario más breve que en lo oral.
Mire, Don Ochando o como se llame, libere ya a mi amigo Juan José, o tendrá que vérselas conmigo.
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