lunes, 6 de enero de 2014

Rememoración en torno a una botella.-

Me viene una imagen de hace 31 años cuando, paseando por el Moscú soviético, veíamos a los hombres a la salida del trabajo que hacían cola en tiendas estatales donde despachaban alcohol. Entre dos o tres compraban una botella de vodka, la guardaban disimuladamente debajo de la chaqueta (beber en público estaba prohibido), se ocultaban discretamente en algún parque y se la bebían a grandes tragos. Según nos dijeron, el alcoholismo era una lacra de aquella sociedad. Y una vía de escape…, pensábamos los turistas que veníamos del feliz mundo husleyano, capitalista pre-voracidad neoliberal, pre-austeridad para todos menos algunos, pre-mano de obra a precio de saldo.

Recordar que tenía guardada por algún armario, desde 1982, una botella de vodka moscovita me vino a la memoria junto con la imagen de aquel proletariado disciplinado que trabajaba por la Madre Rusia a lo largo del día y terminaba la jornada con una cogorza de alcohol socializado. Posiblemente, esta botella del fondo del armario era el único bien fungible que quedaba con vida desde los tiempos de Leónidas Brézhnev (quien, por cierto, tenía las cejas clavadas al Gallardón y bastante menos hipocresía), y decidí darle pasaporte: entiéndase, a la botella de vodka, lo otro se queda en buenos deseos irrealizables.

 También (entre chupito y chupito de vodka soviet) me acordé de que tenía por ahí un cuaderno de notas donde recogía mis impresiones de aquel viaje. Con el destilado alcohólico corriéndome por las venas como una carga de cosacos, empecé a desorganizar papeles que dormían la paz del olvido, hasta que encontré un rimero de libretas con notas manuscritas y allí estaba: Cuaderno de viajes nº 3, del 6 de agosto 1982 al 1 noviembre 1983.

Allí estaban las memorias viajeras de  la visita a Moscú y Leningrado, pasando por Sofía (del 6 al 17 de agosto): El 7 de agosto, paseando por Moscú tras la cena… “encontramos un montón de gente joven que entraba en un antiguo almacén acomodado como discoteca, luces de flases, música yanqui un tanto pasada de moda y un ambiente realmente indescriptible; quiero decir, impensable en la capital del socialismo comunista. El antro está a rebosar de jovencitos –ellos y ellas– que más que divertirse ponían su afán en imitar los ademanes y el comportamiento de lo que suponen es la forma de vida USA. Nos abordan dos chavales de no más de 16 años, uno de ellos con una sombrerete de los del mundial de futbol con el horrible Naranjito, que pretenden comprarnos los vaqueros, las camisetas, las zapatillas deportivas y cualquier prenda de nuestro atuendo que se aleje del formalismo soviético en el vestir. 

"Regatean, piden, ofrecen… He de confesar que me ha producido una gran impresión el deseo incontenible que muestran por todo aquello que les acerque a la sociedad de consumo. Están dispuestos a comprar o aceptar el regalo de cualquier objeto: mechero, bolígrafo, goma de mascar, que son una pequeña muestra de la gran cantidad de objetos inútiles que se han convertido en necesarios en la sociedad de consumo. Está visto que para la nueva generación de soviéticos la basura capitalista es su desiderátum.

“¡Qué contraste entre la URSS oficial, burocratizada, reglamentada, disciplinada y mediocre, y el deseo de vivir sin trabas y poseer cosas  que significan una cierta forma de libertad! ¡Pobres infelices que quieren sacudirse el yugo de la dictadura del proletariado para someterse gustosos al yugo de la sociedad libre! Libre para comprar  y venderse; libre para consumir todo aquello que nos ofrece una campaña bien montada por especialistas en marketing. Libres para vivir en una sociedad donde el materialismo práctico es religión. Libres para poseer vaqueros, zapatillas deportivas, coches, neveras, detergentes que lavan más blanco… Libres para nada ¡¡Mierda!!

“A pesar de que todo lo anterior lo he escrito con un poso de amargura, encuentro humano que los nuevos rusos aspiren a gozar de la vida y poseer cosas.  Pero es que tengo el convencimiento profundo de que persiguen un espejismo que no les hará más felices ni mejores, sino más ricos, o en todo caso, más ávidos. Están padeciendo la misma fiebre que en España hace algo menos de 30 años. Y para qué…” Son parte de mis notas de aquel viaje tan interesante.

Mientras releía mis notas, le iba dando meneos a la botella y crecían las añoranzas de viejos tiempos en los que su mayor valor era la juventud que tuvimos y ya no.  Pero como la añoranza es un error y, de acuerdo con Simone Signoret, La nostalgie n´es plus ce qu´elle était, decido guardar media botella de vodka que aun sobrevive a la peste nostálgica. Le daré el último tiento el día que pueda brindar por el viejo sueño socialista, ya convertido en pesadilla de gris plomo, y por el final de la pesadilla neoliberal, cuando ésta sólo sea el recuerdo de un mal sueño. A lo mejor dentro de otros 31 años.

¡Y a ver si, de una puñetera vez, se terminan estas fiestas!

4 comentarios:

  1. Genaro Moreno Gandías9 de enero de 2014, 17:32

    Menos mal que todavía le queda a usted Corea del Norte... El camarada Kim creo que también es menos hipócrita que Gallardón. Y sino que se lo pregunten a su tío, que en paz descanse.
    Por cierto, ¿qué música yanqui que sonaba "un tanto pasada de moda"? Igual era Gershwin... o Porter. Espero que ya se hayan puesto al día si es que el yugo de la sociedad libre se lo ha permitido...
    Las fotos, eso sí, muy bien.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ay, Genarín, Genarín, que de la música yanqui demodée ya no me acuerdo, que han pasado muchos lustros.
      ¿Qué sería de los Gallardones sin un camarada Kim en quien escudarse?
      Si quiere, amigo Genaro, un trago de vodka soviético, aún queda un culín.

      Eliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar
  3. Cuidado, Juan José, que ese vodka ha de estar contaminado de marxismo!!! Es una enfermedad muy grave que se creía extinguida como la viruela!!

    ResponderEliminar