Me viene una imagen de hace 31 años
cuando, paseando por el Moscú soviético, veíamos a los hombres a la salida del
trabajo que hacían cola en tiendas estatales donde despachaban alcohol. Entre
dos o tres compraban una botella de vodka, la guardaban disimuladamente debajo
de la chaqueta (beber en público estaba prohibido), se ocultaban discretamente
en algún parque y se la bebían a grandes tragos. Según nos dijeron, el
alcoholismo era una lacra de aquella sociedad. Y una vía de escape…, pensábamos
los turistas que veníamos del feliz mundo husleyano, capitalista pre-voracidad neoliberal,
pre-austeridad para todos menos algunos, pre-mano de obra a precio de saldo.
Recordar que tenía guardada por
algún armario, desde 1982, una botella de vodka moscovita me vino a la memoria
junto con la imagen de aquel proletariado disciplinado que trabajaba por la
Madre Rusia a lo largo del día y terminaba la jornada con una cogorza de
alcohol socializado. Posiblemente, esta botella del fondo del armario era el
único bien fungible que quedaba con vida desde los tiempos de Leónidas Brézhnev
(quien, por cierto, tenía las cejas clavadas al Gallardón y bastante menos
hipocresía), y decidí darle pasaporte: entiéndase, a la botella de vodka, lo
otro se queda en buenos deseos irrealizables.
Allí estaban las memorias viajeras
de la visita a Moscú y Leningrado,
pasando por Sofía (del 6 al 17 de agosto): El 7 de agosto, paseando por Moscú
tras la cena… “encontramos un montón de gente joven que entraba en un antiguo
almacén acomodado como discoteca, luces de flases, música yanqui un tanto pasada
de moda y un ambiente realmente indescriptible; quiero decir, impensable en la
capital del socialismo comunista. El antro está a rebosar de jovencitos –ellos
y ellas– que más que divertirse ponían su afán en imitar los ademanes y el
comportamiento de lo que suponen es la forma de vida USA. Nos abordan dos
chavales de no más de 16 años, uno de ellos con una sombrerete de los del
mundial de futbol con el horrible Naranjito, que pretenden comprarnos los
vaqueros, las camisetas, las zapatillas deportivas y cualquier prenda de
nuestro atuendo que se aleje del formalismo soviético en el vestir.
"Regatean,
piden, ofrecen… He de confesar que me ha producido una gran impresión el deseo
incontenible que muestran por todo aquello que les acerque a la sociedad de
consumo. Están dispuestos a comprar o aceptar el regalo de cualquier objeto:
mechero, bolígrafo, goma de mascar, que son una pequeña muestra de la gran
cantidad de objetos inútiles que se han convertido en necesarios en la sociedad
de consumo. Está visto que para la nueva generación de soviéticos la basura
capitalista es su desiderátum.
“¡Qué contraste entre la URSS
oficial, burocratizada, reglamentada, disciplinada y mediocre, y el deseo de
vivir sin trabas y poseer cosas que
significan una cierta forma de libertad! ¡Pobres infelices que quieren
sacudirse el yugo de la dictadura del proletariado para someterse gustosos al
yugo de la sociedad libre! Libre para comprar
y venderse; libre para consumir todo aquello que nos ofrece una campaña
bien montada por especialistas en marketing. Libres para vivir en una sociedad
donde el materialismo práctico es religión. Libres para poseer vaqueros,
zapatillas deportivas, coches, neveras, detergentes que lavan más blanco…
Libres para nada ¡¡Mierda!!
“A pesar de que todo lo anterior lo
he escrito con un poso de amargura, encuentro humano que los nuevos rusos aspiren
a gozar de la vida y poseer cosas. Pero
es que tengo el convencimiento profundo de que persiguen un espejismo que no
les hará más felices ni mejores, sino más ricos, o en todo caso, más ávidos.
Están padeciendo la misma fiebre que en España hace algo menos de 30 años. Y
para qué…” Son parte de mis notas de aquel viaje tan interesante.
Mientras releía mis notas, le iba
dando meneos a la botella y crecían las añoranzas de viejos tiempos en los que su mayor valor era la juventud que tuvimos y ya no. Pero como la añoranza es un error y, de
acuerdo con Simone Signoret, La nostalgie
n´es plus ce qu´elle était, decido guardar media botella de vodka que aun
sobrevive a la peste nostálgica. Le daré el último tiento el día que pueda
brindar por el viejo sueño socialista, ya convertido en pesadilla de gris
plomo, y por el final de la pesadilla neoliberal, cuando ésta sólo sea el
recuerdo de un mal sueño. A lo mejor dentro de otros 31 años.
¡Y a ver si, de una puñetera vez,
se terminan estas fiestas!
Menos mal que todavía le queda a usted Corea del Norte... El camarada Kim creo que también es menos hipócrita que Gallardón. Y sino que se lo pregunten a su tío, que en paz descanse.
ResponderEliminarPor cierto, ¿qué música yanqui que sonaba "un tanto pasada de moda"? Igual era Gershwin... o Porter. Espero que ya se hayan puesto al día si es que el yugo de la sociedad libre se lo ha permitido...
Las fotos, eso sí, muy bien.
Ay, Genarín, Genarín, que de la música yanqui demodée ya no me acuerdo, que han pasado muchos lustros.
Eliminar¿Qué sería de los Gallardones sin un camarada Kim en quien escudarse?
Si quiere, amigo Genaro, un trago de vodka soviético, aún queda un culín.
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ResponderEliminarCuidado, Juan José, que ese vodka ha de estar contaminado de marxismo!!! Es una enfermedad muy grave que se creía extinguida como la viruela!!
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