miércoles, 19 de febrero de 2014

Fuera de la circulación.-


Cuando solo se dispone de la imaginación y de un par de muletas para caminar, el mundo de cada día queda, como se dice en angliparla, en stand by. Aunque, hablando con propiedad, quien está a la espera no es el mundo, que ése rueda a su aire, sino la persona aferrada a sus muletas y a algunas hilachas de la imaginación. Aquéllas (las muletas) proporcionan una escasa movilidad dentro de un espacio muy restringido; ésta (la imaginación), es la única que permite desplazarse por mundos donde la realidad y la ficción se dan la mano y proporcionan al convaleciente materia suficiente para romper su enclaustramiento.

Cuando este jubilata empezó, hace ya tres semanas, a hacer equilibrios sobre unas muletas prestadas, lo primero que le vino a las mientes fue la canción del cautivo, ese poema tan conocido de don Luis de Góngora: Amarrado al duro banco/ de una galera turquesca/ ambas manos en los remos,/ ambos ojos en la tierra… Aquel cautivo cristiano remaba en el bajel turquesco frente a las costas de Marbella, mientras que un servidor, con menos horizontes, rema con esfuerzo y escasa habilidad de la cocina al salón y de éste a aquélla. Él, encadenado al banco de remero, tenía el ancho mar por horizonte, mientras que este perniquebrado iba de las cacerolas al televisor, vuelta y vuelta, de vulgaridad a vulgaridad, sin salirse de la pecera doméstica.

En fin, como muletero torpe que uno es, ampliar los límites de mi propia geografía recurriendo al doble remo ortopédico es cosa que no me entusiasma, aparte de que ata mucho. Así que solo quedaba recurrir a la otra pata, la de la imaginación. A ésta, Teresa de Jesús la llamaba “la loca de la casa” porque es veleidosa y poco amiga de sujetarse a cosas de sustancia. Pero, mira por donde, a este jubilata, provisionalmente pernituerto, disponer de ella le ha permitido navegar por océanos donde cada libro es un puerto al que arribar.

Y en la mar océana de la literatura, este servidor –que se confiesa  un poco cultureta, antes que el improbable lector se lo eche en cara– encuentra muchos puertos en los que recalar y mundos que explorar. Con la ventaja de que uno no ha de limitarse a un espacio y tiempo previamente delimitados, sino que hace recorridos diacrónicos (si puede llamárselos así), de forma que lo mismo se cuela de rondón en los viejos caladeros clásicos latinos que en los autores de nuestro Siglo de Oro, sin desdeñar otros mundos literarios que le salen al paso.

El caso es que, entre los libros al retortero que hay encima de mi mesa, tanto De viris illustribus o Diario de Cicerón, como las Novelas Ejemplares, o esa literatura preciosista de féminas cultas de La Princesse de Clèves, forman un totum revolutum que me tiene el magín brincando sin orden ni concierto. 

Razón tenía Teresa de Cepeda cuando, en sus Moradas, ponía sobre aviso a sus monjas sobre lo inestable y poca formalidad de la imaginación. Pero, como este jubilata no tiene que dedicarse a la vida contemplativa y la oración, que ande como puta por rastrojo de La española inglesa cervantina a Quinto Cincinato (que dejó el arado para tomar las armas en defensa de Roma y regresó al arado, una vez victorioso), hasta las amistades de las refinadas madame de La Fayette y madame de Sévigné, tampoco es para tomárselo en cuenta.

Y, hablando de mundos fantásticos, quizás nunca el improbable lector haya caído en la cuenta de que historias de piratas berberiscos, corsarios ingleses, cautivos cristianos, amoríos y raptos de doncellas no sólo se encuentran en las películas de Hollywood, sino en las propias novelas ejemplares de Cervantes. Si no, lea El amante liberal o la ya dicha La española… y verá allí todos los ingredientes de una historia de aventuras, sazonadas con abordajes, botines, huidas de las mazmorras del turco, pasiones amorosas, envenenamientos, insidias cortesanas y mil historias sorprendentes. No tiene más que recordar la historia del cautivo cristiano, su huida de los baños de Argel y sus tiernos amores con la mora Zoraida, en El Quijote. 


Por no cansar al improbable, aunque sufrido lector de esta bitácora, aquí termino. Creo que me voy a dar un paseo (sin necesidad de muletas) por el patio de  Monipodio, para oír a la coima Cariharta, molida a palos por el  rufián Repolido a causa de unos dineros, cómo, por llamarle hombre cruel y sin entrañas, le dice “marinero de Tarpeya” y “tigre de Ocaña”.  Y a lo mejor echamos una partida de la sola, de las cuatro o de las ocho  con las cargas marcadas de Rinconete. Todo sea por pasar el tiempo.

2 comentarios:

  1. Rufo Jarana Montero19 de febrero de 2014, 11:49

    Perdone, pero Rinconete es un personaje de Quevedo.

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